de acuerdo", dijo Polly. "Yo digo que vayamos a casa. Necesitamos descansar un poco.”
De repente, se escuchó el sonido de un claxon estridente, y Caitlin levantó la mirada para ver un camión venir hacia ellos, estaban en el lado equivocado de la carretera.
“¡CALEB!" Caitlin gritó.
De repente, Caleb se desvió del camino en el último segundo, y regresó a su lado de la carretera, evitando por un pie el camión, que tocó la bocina.
Caitlin lo miró fijamente, con el corazón palpitante, y un Caleb agotado le devolvió la mirada, tenía los ojos inyectados en sangre.
“¿Qué pasó?" Ella preguntó.
"Lo siento", dijo. "Debo de haberme quedado dormido."
"Esto no está haciéndole ningún bien a nadie", dijo Polly. "Necesitamos descansar. Tenemos que ir a casa. Todos estamos cansados.”
Caitlin lo pensó, y finalmente, después de un largo momento, asintió.
"Bien. Llévanos a casa.”
Caitlin se sentó en su sofá mientras el sol se elevaba, hojeaba un álbum con fotos de Scarlet. A toda prisa, todos los recuerdos la inundaron y empezó a recordar a Scarlet en todas sus edades. Caitlin frotó las fotos con su pulgar deseando más que nada en el mundo que pudiera tener a Scarlet allí con ella. Daría cualquier cosa, incluso su propio corazón y su alma.
Caitlin levantó la página rota del libro que había tomado de la biblioteca, el antiguo ritual, el que habría salvado a Scarlet sólo si Caitlin hubiera regresado a tiempo, el que habría evitado que se convirtiera en un vampiro. Caitlin rompió la antigua página en pedazos y los arrojó al suelo. Los pedazos cayeron cerca de Ruth, que se quejó y se acurrucó junto a Caitlin.
Esa página, ese el ritual, que había significado tanto para Caitlin, ahora era inútil. Scarlet ya se había alimentado, y ahora ningún ritual podía salvarla.
Caleb y Sam y Polly, también estaban en la sala, cada uno perdido en su propio mundo, cada uno se había desplomado en una silla o un sofá, y estaba medio dormido o durmiendo. Los unía un silencio pesado, todos esperaban que Scarlet caminara por la puerta, todos sospechaban que eso no pasaría.
De repente, sonó el teléfono. Caitlin se levantó y lo arrebató, le temblaba la mano. Dejó caer el receptor varias veces, finalmente lo recogió y se lo llevó a la oreja.
"Hola, hola, hola?" Ella dijo. "Scarlet, ¿eres tú? ¿Scarlet!?”
"Señora, es el Oficial Stinton," se escuchó una voz masculina.
El corazón de Caitlin se desplomó al darse cuenta de que no era Scarlet.
"Sólo estoy llamando para hacerle saber que no tenemos ninguna novedad de su hija todavía."
Las esperanzas de Caitlin se desvanecieron. Ella agarró el teléfono, apretándolo, estaba desesperada.
"No se están esforzando lo suficiente," ella hervía.
"Señora, estamos haciendo todo lo que podemos.”
Caitlin no esperó a escuchar el resto de su respuesta. Azotó el auricular, luego agarró el teléfono, un aparato de los años 80, arrancó el cable de la pared, lo levantó, y lo estrelló al suelo.
Caleb, Sam, y todo Polly se levantaron de un salto, sorprendidos en su sueño, y la miraron como si estuviera loca.
Caitlin miró el teléfono y se dio cuenta que tal vez lo estaba.
Caitlin salió de la habitación, abrió la puerta que daba al amplio porche y se sentó en una mecedora. Hacía frío en la madrugada, pero no le importó. Se sentía entumecida.
Con fuerza, cruzó los brazos sobre su pecho, y se balanceó y balanceó en el aire frío de noviembre. Miró hacia la calle vacía iluminada con la luz de un nuevo día, no había ni un alma a la vista, ni un coche en movimiento, todas las casas aún estaban a oscuras. Todo estaba quieto. Una calle suburbana perfectamente tranquila, ni una hoja fuera de lugar, todo limpio tal como se suponía que debía ser. Perfectamente normal.
Pero nada, Caitlin lo sabía, era normal. De repente, odió este lugar que había querido durante años. Odiaba la tranquilidad; odiaba la quietud; odiaba el orden. Que no daría para que hubiera caos, para que la quietud se hiciera añicos, para que se escuchara algo, para que algo se moviera, para que su hija apareciera.
Scarlet, rezó, mientras cerraba sus ojos, llorando, vuelve a mí, bebé. Por favor, vuelve a mí.
CAPÍTULO CINCO
Scarlet Paine sentía que flotaba en el aire y escuchaba el aleteo de un millón de pequeñas alas en su oído mientras sentía elevarse más y más alto. Miró y vio que era izada por una bandada de murciélagos, aferrados a la parte de atrás de su camiseta, un millón de murciélagos la rodeaba y la llevaba por el aire.
La llevaron a través de las nubes y del amanecer más hermoso que jamás había visto, y las nubes se desparramaban y se rompían, el cielo de color naranja parecía incendiarse. No entendía lo que estaba pasando, pero por alguna razón no tenía miedo. Sintió que la llevaban a alguna parte, y tal como chillaban y revoloteaban a su alrededor, mientras la izaban en el cielo, sintió como si fuera uno de ellos.
Antes de que Scarlet pudiera procesar lo que estaba pasando, los vampiros la posaron con cuidado en el suelo, ante el castillo más grande que jamás había visto. Tenía antiguos muros de piedra, y ella estaba de pie delante de una enorme puerta arqueada. Los murciélagos se fueron volando, desapareciendo; su aleteo se fue desvaneciendo.
Scarlet se quedó mirando la puerta, que lentamente se abrió. Una luz ámbar se derramó hacia afuera, y Scarlet se sintió atraída a entrar.
Scarlet cruzó el umbral de la puerta, pasó por la luz, y entró a la sala más grande que jamás había visto. En el interior, alineados frente a ella y prestando total atención, se encontraba un ejército de vampiros, todos vestidos de negro. Ella se cernió sobre ellos, mirando hacia abajo como si fuera su líder.
Como si fueran uno, todos levantaron sus palmas y las golpearon contra sus pechos.
"Has dado a luz a una nación", gritaron, su voz, como si fueran uno, hizo eco en las paredes. “¡Has dado a luz a una nación!"
Los vampiros dejaron escapar un gran grito, y entonces Scarlet lo absorbió todo, por fin, había encontrado a su gente.
Los ojos de Scarlet se abrieron mientras se despertaba con el sonido de cristales rotos. Se encontró yaciendo boca abajo con las mejillas contra el cemento frío y húmedo. Vio hormigas caminando hacia ella, y puso sus manos sobre el cemento áspero, se sentó, y se las quitó.
Scarlet estaba fría, adolorida, tenía el cuello y la espalda torcidos por haber dormido en esa posición incómoda. Por encima de todo, estaba desorientada, un poco asustada mientras observaba lo que la rodeaba. Estaba debajo de un pequeño puente de la ciudad, tendida sobre una loza de cemento debajo de él, estaba amaneciendo. Apestaba a orina y cerveza rancia allí, y vio que el cemento estaba todo marcado con graffiti y, mientras examinaba el suelo, vio latas de cerveza vacías, basura, jeringas usadas. Se dio cuenta que estaba en un mal lugar. Miró a su alrededor, parpadeando, no tenía idea dónde estaba, ni cómo había llegado allí.
Escuchó de nuevo el sonido de cristales rotos y de pies arrastrándose, y se volvió rápidamente, sus sentidos estaban en alerta.
A unos diez metros, había cuatro vagabundos vestidos con harapos, parecían estar borrachos o drogados, o venían de una pelea. Eran hombres mayores sin afeitar, la miraban como si ella fuera su juguete, con sonrisas lascivas en sus rostros, revelando los dientes amarillos y podridos. Pero eran fuertes, ella podía decirlo, eran robustos y altos y, por la forma en que se acercaban, uno de ellos tiró una botella de cerveza y la rompió debajo del puente, supo que sus intenciones no eran buenas.
Scarlet trató de recordar cómo había llegado a ese lugar. Era un lugar al que nunca habría ido voluntariamente. ¿La habían llevado allí? Lo que primero