a darle vueltas y los derribó de sus caballos.
Erec observó el campo de batalla y vio que había hecho un daño considerable, derribando a casi un centenar de caballeros. Pero los otros, por lo menos doscientos de ellos, se estaban reagrupando y dirigiéndose hacia él— y estaban todos decididos.
Erec salió a enfrentarlos, era un hombre contra doscientos y elevó un gran grito de batalla, subiendo su mayal todavía más alto y orando a Dios para mantener su fuerza.
Alistair lloraba mientras se sostenía de Warkfin con todas sus fuerzas; el caballo galopaba, llevándola por el conocido camino a Savaria. Ella había estado gritándole y pateando a la bestia todo el camino, tratando con todas sus fuerzas hacerlo dar la vuelta, para volver con Erec. Pero no le hizo caso. Ella nunca antes había encontrado un caballo como éste – obedecía inquebrantablemente al comando de su amo y no vacilaría. Claramente, tenía el objetivo de llevarla exactamente al lugar al que Erec le había ordenado – y ella finalmente se resignó al hecho de que no había nada que pudiera hacer al respecto.
Alistair tenía sentimientos encontrados mientras cabalgaba a través de las puertas de la ciudad; ciudad en la que había vivido mucho tiempo como esclava. Por un lado, estaba familiarizada con el lugar – pero por otro lado, le traía recuerdos del mesonero que la había tiranizado, de todo lo malo que había en ese lugar. Tanto había esperado para seguir adelante, para irse de ahí con Erec y empezar una nueva vida con él. Aunque se sentía segura al pasar sus puertas, también sentía una premonición creciente acerca de Erec, quien estaba ahí solo, enfrentando a ese ejército. Solo de pensarlo, sentía náuseas.
Al darse cuenta de que Warkfin no se daría la vuelta, sabía que lo mejor que podía hacer era buscar ayuda para Erec. Erec le había pedido que se quedara aquí, dentro de la seguridad de esas puertas— pero eso sería lo último que ella haría. Después de todo, era hija de un rey, y no era de las que huían por miedo ni por confrontación. Erec había encontrado a su media naranja en ella: era tan noble y tan decidida, como él. Y no se perdonaría a sí misma si algo malo le pasaba a él allá.
Conociendo bien esta ciudad real, Alistair dirigió a Warkfin al castillo del Duque , y ahora que estaban dentro de las puertas, el animal escuchó. Ella cabalgó a la entrada del castillo, desmontó y corrió más allá de los asistentes quienes trataron de detenerla. Ignoró sus intentos por atraparla y corrió por los pasillos de mármol del corredor que conocía tan bien cuando fue sirvienta.
Alistair puso sus hombros en las grandes puertas reales hacia la sala de la cámara, las abrió y entró en la habitación privada del Duque.
Varios miembros del Consejo se volvieron para mirarla, todos vistiendo túnicas reales, el Duque estaba sentado en el centro, con varios caballeros a su alrededor. Todos tenían expresiones de asombro; ella había interrumpido claramente un asunto importante.
"¿Quién eres, mujer?", gritó uno.
"¿Quién se atreve a interrumpir los asuntos oficiales del Duque?", gritó otro.
"Reconozco a la mujer", dijo el Duque, poniéndose de pie.
"Yo también", dijo Brandt, a quien ella reconoció como amigo de Erec. "Es Alistair, ¿no?", preguntó él. "¿La nueva esposa de Erec?".
Ella corrió hacia él, llorando y lo tomó de lass manos.
"Por favor, mi señor, ayúdame. ¡Se trata de Erec!".
"¿Qué ha ocurrido?", preguntó el Duque, alarmado.
"Está en grave peligro. ¡En este momento se enfrenta a un ejército hostil él solo! No me dejó quedarme. ¡Por favor! ¡Necesita ayuda!".
Sin decir una palabra, todos los caballeros se pusieron de pie de un salto y comenzaron a correr desde el hall, ninguno de ellos vaciló; ella se volvió y corrió con ellos.
"¡Quédate aquí!", le exhortó Brandt. "¡Nunca!", dijo ella, corriendo detrás de él.
"¡Yo los conduciré hacia él!".
Todos corrieron como al unísono por los pasillos saliendo por las puertas del castillo y hacia un nutrido grupo de caballos en espera, cada uno montando el suyo sin dudarlo un instante. Alistair saltó sobre Warkfin, lo pateó y fue al mando del grupo, como tantas ganas de irse, como el resto de ellos.
Mientras se dirigían hacia la corte del Duque, todos los soldados alrededor de ellos comenzaron a montar sus caballos y a unirse – y para cuando salieron de las puertas de Savaria, iban acompañados por un contingente grande y creciente de por lo menos cien hombres; Alistair montando al frente, al lado de Brandt y del Duque.
"Si Erec averigua que viajas con nosotros, será mi cabeza", dijo Brandt, montando a su lado. "Por favor, solamente dinos dónde está, mi lady".
Pero Alistair meneó la cabeza obstinadamente, limpiándose las lágrimas mientras cabalgaba con más fuerza, con un gran retumbo de todos esos hombres alrededor de ella.
"¡Prefiero ir a la tumba que abandonar a Erec!".
CAPÍTULO TRES
Thor cabalgaba con cautela por el sendero del bosque; Reece, O'Connor, Elden y los gemelos iban a caballo junto a él, Krohn muy de cerca, mientras todos emergían del bosque al otro lado del Cañón. El corazón de Thor se aceleró con anticipación cuando finalmente llegaron al perímetro del espeso bosque. Levantó una mano, indicando a los demás guardar silencio, y todos se detuvieron junto a él.
Thor analizó la gran extensión de playa, de cielo abierto y más allá, el vasto mar amarillo que les llevaría a las lejanas tierras del Imperio. El Tartuvio. Thor no había visto sus aguas desde su viaje de Los Cien. Se sentía raro estar de vuelta otra vez— y esta vez, con una misión que tenía el destino del Anillo.
Después de cruzar el puente del Cañón, su corto recorrido por el bosque en la selva había sido sin incidentes. Thor había sido instruido por Kolk y por Brom para que buscara un pequeño barco anclado en las costas del Tartuvio, ocultado cuidadosamente bajo las ramas de un árbol inmenso que se cernía sobre el mar. Thor siguió sus instrucciones exactamente, y cuando llegaron al perímetro del bosque, vio la embarcación, bien escondida, lista para llevarlos a donde necesitaban ir. Se sintió aliviado.
Pero entonces vio a seis tropas del Imperio paradas en la arena ante el barco, inspeccionándola. Otro soldado había subido a bordo del barco, atracado parcialmente en la playa, balanceándose en el suave vaivén de las olas. Se suponía que no debería haber nadie ahí.
Era un golpe de mala suerte. Mientras Thor miraba más allá en el horizonte, vio el contorno distante de lo que parecía ser toda la flota del Imperio, miles de negros buques que enarbolaban las banderas negras del Imperio. Por suerte no navegaban hacia Thor, sino hacia una dirección diferente, hacia la ruta larga y circular, para llevarlos alrededor del Anillo, al lado de McCloud, donde habían traspasado el Cañón. Afortunadamente, su flota estaba absorta con ruta diferente.
Excepto por una patrulla. Esos seis soldados del Imperio, probablemente exploradores en una misión de rutina, de alguna manera debieron haberse topado con el barco de esta Legión. Fue inoportuno. Si Thor y los otros hubieran llegado a la orilla unos minutos antes, probablemente ya los habrían abordado y sacado. Ahora, tenían un enfrentamiento en sus manos. No podían evitarlo.
Thor miró hacia arriba y hacia abajo, a la playa, y no vio a otros contingentes de tropas del Imperio. Al menos eso tenían a su favor. Probablemente era una patrulla solitaria.
"Pensé que el barco iba a estar bien oculto", dijo O'Connor.
"Al parecer no lo suficiente", comentó Elden.
Los seis estaban montados en sus caballos, mirando al barco y al grupo de soldados.
"No tardarán en avisar a otras tropas del Imperio", observó Conven.
"Y entonces tendremos una guerra total en nuestras manos", añadió Conval.
Thor sabía que tenían razón. Y no podrían arriesgarse a eso.
"O'Connor", dijo Thor, "eres el que mejor tino tiene del grupo. Te he visto dar en el blanco