Морган Райс

Una Promesa de Hermanos


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caer a todos ellos en un planeta extranjero. Darius miró a todos los cuerpos muertos, a todas las finas armaduras y armas que brillaban al sol; oyó a los pájaros graznar y, al mirar hacia arriba, vio que los buitres ya estaban volando en círculos.

      “Recoged sus armas”, Darius se oyó a sí mismo ordenar, tomando el cargo. Era una voz profunda, más profunda de lo que jamás la había usado, y llevaba un aire de autoridad que ni él mismo reconocía. “Y enterrad a nuestros muertos”.

      Sus hombres escucharon, todos ello siguieron, yendo soldado a soldado, hurgando en ellos, cada uno de ellos escogiendo las mejores armas: algunos cogieron espadas, otros mazas, mayales, puñales, hachas, y martillos de guerra. Darius sostenía la espada en la mano, la que había cogido del comandante, y la admiró al sol. Admiraba su peso, su elaborada empuñadura y su hoja. Acero de verdad. Algo que él pensaba que no tendría la posibilidad de sostener en su vida. Darius tenía la intención de darle un buen uso, de usarlo para matar a tantos hombres del Imperio como pudiera.

      “¡Darius!” dijo una voz que conocía bien.

      Se dio la vuelta y vio a Loti abriéndose camino entre la multitud, con lágrimas en los ojos, corriendo hacia él pasando por delante de todos los hombres. Corrió hacia delante y lo abrazó, apretándolo fuerte, sus lágrimas calientes le caían por el cuello.

      Él también la abrazó, cuando ella se agarró a él.

      “Nunca olvidaré”, dijo ella, entre lágrimas, acercándose y susurrándole al oído. “Nunca olvidaré lo que has hecho en el día de hoy”.

      Ella lo besó y él la besó a ella, mientras ella lloraba y reía a la vez. Se sentía muy aliviado por verla viva también, por abrazarla, por saber que esta pesadilla, al menos por ahora, quedaba atrás. Por saber que el Imperio no podía tocarla. Mientras la abrazaba, sabía que lo volvería a hacer un millón de veces más por ella.

      “Hermano”, dijo una voz.

      Darius se dio la vuelta y se estremeció al ver a su hermana, Sandara, dando un paso adelante, junto a Gwendolyn y el hombre que Sandara amaba, Kendrick. Darius se dio cuenta de que la sangre corría por el brazo de Kendrick, de los cortes recientes en su armadura y en su espada y sintió una ráfaga de agradecimiento. Sabía que si no hubiera sido por Gwendolyn, Kendrick y su pueblo, él y su pueblo, seguramente hubieran muerto hoy en el campo de batalla.

      Loti se hizo atrás cuando Sandara se adelantó a abrazarlo, y él la abrazó a ella.

      “Estoy en gran deuda con vosotros”, dijo Darius, mirándolos a todos. “Yo y todo mi pueblo. Volvisteis por nosotros cuando no teníais necesidad de hacerlo. Sois verdaderos guerreros”.

      Kendrick dio un paso hacia delante y puso una mano en el hombro de Darius.

      “Eres tú el verdadero guerrero, amigo mío. Hoy mostraste un gran valor en el campo de batalla. Dios ha recompensado tu valentía con esta victoria”.

      Gwendolyn dio un paso adelante y Darius hizo una reverencia cuando lo hizo.

      “La justicia ha triunfado hoy sobre la maldad y la brutalidad”, dijo ella. “Siento un placer personal, por muchas razones, al presenciar vuestra victoria y al dejarnos formar parte de ella. Sé que mi marido, Thorgrin, también lo haría”.

      “Gracias, mi señora”, dijo él, emocionado. “He oído muchas grandes cosas sobre Thorgrin y espero conocerlo algún día”.

      Gwendolyn asintió.

      “¿Y cuáles son tus planes para tu pueblo ahora?” preguntó ella.

      Darius pensó, se dio cuenta de que no tenía ni idea; no había pensado llegar tan lejos. Ni siquiera había pensado que sobreviviría.

      Antes de que Darius pudiera responder, hubo una repentina conmoción y, de entre la multitud, apareció un rostro que él conocía bien: se aproximaba Zirk, uno de los entrenadores de Darius, ensangrentado por la batalla, sin camisa, mostrando sus sobresalientes músculos. Le seguían media docena de los ancianos de la aldea y un gran número de aldeanos, y no parecía muy contento.

      Miraba a Darius con furia, con una actitud altiva.

      “¿Y estás orgulloso de ti mismo?” le preguntó con desprecio. “Mira lo que has hecho. Mira cuántos de los nuestros han muerto aquí hoy. Todos ellos tuvieron muertes sin sentido, todos ellos hombres buenos, todos ellos muertos por tu culpa. Todo por tu orgullo, tu arrogancia, tu amor por esta chica”.

      Darius enrojeció, su rabia estaba a punto de estallar. Zirk siempre había ido a por él, desde el primer día en que lo conoció. Por algún motivo, siempre había parecido que se sentía amenazado por Darius.

      “No están muertos por mi culpa”, respondió Darius. “Tuvieron una oportunidad de vivir gracias a mí. De vivir de verdad. Murieron a las manos del Imperio, no a las mías”.

      Zirk negó con la cabeza.

      “Te equivocas”replicó él. “Si te hubieras rendido, como te dijimos que hicieras, hoy nos faltaría el pulgar a todos. En cambio, a algunos de nosotros nos faltan nuestras vidas. Su sangre está en tu cabeza”.

      “¡Tú no sabes nada!” exclamó Loti, defendiéndolo. “¡A ti te daba demasiado miedo hacer lo que Darius hizo por vosotros!”

      “¿Pensáis que esto va a acabar aquí?” continuó Zirk. “El Imperio tiene millones de hombres detrás de esto. Matasteis a unos pocos. ¿Y qué? Cuando lo descubran, volverán con cinco veces estos hombres. Y la próxima vez, cada uno de nosotros será masacrado, y torturados primero. Has firmado todas nuestras sentencias de muerte”.

      “¡Te equivocas!” exclamó Raj. “Hos ha dado una nueva oportunidad de vida. Una oportunidad de honor. Una victoria que tú no merecías”.

      Zirk miró a Raj, con mala cara.

      “Estos fueron los actos de un chico estúpido e imprudente”, respondió él. “Un grupo de chicos que debería haber escuchado a sus mayores. ¡Nunca debería haber entrenado a ninguno de vosotros!”

      “Te equivocas”, exclamó Loc, dando un paso adelante al lado de Loti. Estos fueron los valientes actos de un hombre. Un hombre que guió a los chicos para que fueran hombres. Un hombre como tú aparentas ser, pero no eres. La edad no hace al hombre. Lo hace el valor”.

      Zirk enrojeció, lo miró mal y agarró fuerte la empuñadura de su espada.

      “Habló el lisiado”, respondió Zirk, dando un paso amenazante hacia él.

      Bokbu salió de entre la multitud y alzó una mano para detener a Zirk.

      “¿No ves lo que el Imperio nos está haciendo?” dijo Bokbu. “Crean la división entre nosotros. Somos un pueblo. Unido bajo una causa. Ellos son el enemigo, no nosotros. Ahora más que nunca vemos que debemos unirnos”.

      Zirk apoyó las manos sobre las caderas y miró con el ceño fruncido a Darius.

      “Solo eres un chico estúpido con palabras bonitas”, dijo. “No puedes derrotar nunca al Imperio. Nunca. Y no estamos unidos. Nosotros desaprobamos tus actos de hoy, todos nosotros”, dijo, haciendo un gesto hacia la mitad de los mayores y a un grupo grande de aldeanos. “Unirnos a ti es unirnos a la muerte. Y tenemos la intención de sobrevivir”.

      “¿Y cómo pretendes hacerlo?” preguntó Desmond enfadado, de pie al lado de Darius.

      Zirk enrojeció y se quedó en silencio, y a Darius le quedó claro que no tenía plan, justo igual que los demás, que estaba hablando desde el miedo, la frustración y el desamparo.

      Bokbu finalmente dio un paso adelante, entre ellos, rompiendo la tensión. Todas las miradas se volvieron hacia él.

      “Los dos tenéis razón en algunas cosas y en otras no”, dijo. “Lo que importa ahora es el futuro. Darius, ¿cuál es tu plan?”

      Darius notó cómo todas las miradas se dirigían a él en el espeso silencio. Reflexionó y, poco a poco, se formó un plan en su mente. Sabía que solo se podía tomar una ruta. Habían pasado demasiado para cualquier otra