pero todos moriremos como hombres libres, luchando por nuestra causa”.
Se oyó un gran grito de alegría detrás de Darius, proveniente de la mayoría de aldeanos, y vio que la mayoría de ellos se agrupaban detrás suyo. Un pequeño grupo de ellos, reunidos detrás de Zirk, miraban hacia atrás, inseguros.
Zirk, claramente enfurecido y en desventaja numérica, enrojeció, soltó la empuñadura de su espada, se dio la vuelta y se marchó echando humo por las orejas, desapareciendo entre la multitud. Un pequeño grupo de aldeanos se marchó de la misma forma con él.
Bokbu dio un paso adelante y miró a Darius solemnemente, su rostro estaba arrugado por la preocupación, por la edad, con arrugas que habían visto demasiado. Miró fijamente a Darius, sus ojos estaban llenos de sabiduría. Y de miedo.
“Nuestro pueblo recurre a ti para que los guíes”, dijo en voz baja. “Esto es algo muy sagrado. No pierdas su confianza. Eres joven para dirigir un ejército. Pero el deber ha recaído en ti. Tú has empezado esta guerra. Ahora, tú debes acabarla”.
Gwendolyn dio un paso adelante mientras los aldeanos empezaban a disiparse, Kendrick y Sandara a su lado, Steffen, Brandt, Atme, Aberthol, Stara y docenas de sus hombres detrás de ella. Miraba a Darius con respeto y podía ver la gratitud en sus ojos por la decisión de venir hoy en su ayuda al campo de batalla. Después de su victoria, se sentía justificada; sabía que había tomado la decisión correcta, por muy difícil que hubiera sido. Hoy había perdido a docenas de sus hombres aquí y lamentaba su pérdida. Sin embargo, también sabía que si no hubiera dado la vuelta, Darius y todos los que estaban allí seguramente estarían muertos.
Ver a Darius allí, enfrentándose al Imperio con tanta valentía, le hacía pensar en Thorgrin y su corazón se le partía cuando pensaba en él. Estaba decidida a recompensar la valentía de Darius, costara lo que costara.
“Estamos aquí preparados para apoyar tu causa”, dijo Gwendolyn. Ella pidió la atención de Darius, Bokbu y todos los demás, mientras todos los aldeanos que quedaban se giraron hacia ella. “Nos acogisteis cuando lo necesitábamos, y ahora estamos aquí preparados para apoyaros cuando lo necesitéis. Unimos nuestras armas a las vuestras, nuestra causa a la vuestra. Después de todo, es una sola causa. Deseamos volver a nuestra tierra en libertad, vosotros deseáis liberar vuestra tierra. Compartimos el mismo opresor”.
Darius la miró, claramente conmovido, y Bokbu dio un paso hacia delante en medio del grupo y se quedó allí, de cara a ella en el espeso silencio, todo su pueblo lo estaba mirando.
“Hoy aquí podemos ver la gran decisión que tomamos al acogeros”, dijo con orgullo. “Nos habéis recompensado más allá de nuestros sueños y estamos enormemente premiados. Vuestra reputación, vosotros los del Anillo, como honorables y verdaderos guerreros, ha demostrado ser cierta. Y estamos en deuda con vosotros para siempre”.
Respiró profundamente.
“Necesitamos vuestra ayuda”, continuó. “Pero lo que necesitamos no son más hombres en el campo de batalla. Más de vuestros hombres no serán suficientes-no con la guerra que vendrá. Si realmente nos queréis ayudar con nuestra causa, lo que realmente necesitamos es que encontréis refuerzos. Si queremos tener alguna posibilidad, necesitaremos decenas de miles de hombres que vengan en nuestra ayuda”.
Gwen lo miró fijamente, con los ojos abiertos como platos.
“¿Y dónde vamos a encontrar decenas de miles de caballeros?”
Bokbu la miró con expresión seria.
“Si en algún lugar existiera una ciudad de hombres libres dentro del Imperio, una ciudad que se prestara a venir en nuestra ayuda, -y este es un gran si– entonces esta se encontraría dentro del Segundo Anillo”.
Gwen lo miró fijamente, perpleja.
“¿Qué nos estáis pidiendo?” preguntó.
Bokbu la miró fijamente, solemne.
“Si realmente deseáis ayudarnos”, dijo él, “os pido que os embarquéis en una misión imposible. Os pido que hagáis algo incluso más difícil y más peligroso que uniros a nosotros en el campo de batalla. Os pido que atraveséis el Gran Desierto; en busca del Segundo Anillo; y si llegáis allí con vida, si es que existe, convenzáis a sus ejércitos que se unan a nuestra causa. Esta es la única oportunidad que tenemos de ganar esta guerra”.
Él la miró fijamente, serio, el silencio era tan espeso que lo único que Gwen oía era el viento soplando a través del desierto.
“Nadie ha cruzado jamás el Gran Desierto”, continuó él. “Nadie jamás ha confirmado que el Segundo Anillo exista. Es una tarea imposible. Una marcha hacia el suicidio. Odio pedíroslo. Aún así, es lo que más necesitamos”.
Gwendolyn miró con atención a Bokbu, se dio cuenta de la seriedad de su rostro y reflexionó sobre sus palabras largo y tendido.
“Haremos todo lo que haga falta”, dijo ella, “aquello que sirva mejor a vuestra causa. Si los aliados se encuentran al otro lado del Gran Desierto, que así sea. Nos pondremos en marcha enseguida. Y volveremos con ejércitos a vuestra disposición”.
Bokbu, con lágrimas en los ojos, dio un paso adelante y abrazó a Gwendolyn.
“Usted es una verdadera reina”, dijo. “Su pueblo es afortunado por tenerla”.
Gwen se dirigió a su pueblo y vio que todos la miraban fijamente, con solemnidad, sin miedo. Sabía que la seguirían a cualquier lugar.
“Preparaos para marchar”, dijo ella. “Atravesaremos el Gran Desierto. Encontraremos el Segundo Anillo. O moriremos en el intento”.
Sandara estaba allí, se sentía dividida mientras onservaba a Kendrick y a su gente preparándose para embarcarse en su viaje hacia el Gran Desierto. Al otro lado estaban Darius y su pueblo, el pueblo con el que se había criado, el único pueblo que había conocido jamás, preparándose para alejarse, para reunir a sus aldeas para luchar contra el Imperio. Se sentía divididda por la mitad y no sabía por qué lado decantarse. No podía soportar ver cómo Kendrick desaparecía para siempre; sin embargo, tampoco podía soportar abandonar a su gente.
Kendrick, que estaba acabando de preparar su armadura y envainar su espada, alzó la vista y la miró a los ojos. Parecía saber qué estaba pensando- siempre lo sabía. Ella podía ver también el dolor en sus ojos, un recelo hacia ella; ella no lo culpaba- todo este tiempo en el Imperio había mantenido una distancia con él, había vivido en la aldea mientras él vivía en las cuevas. Había procurado honrar a sus mayores y no casarse con alguien de otra raza.
Y, sin embargo, se dio cuenta de que no había honrado al amor. ¿Qué era más importante? ¿Honrar a las leyes de la familia de uno o honrar al corazón de uno? Esto la había atormentado cada día.
Kendrick se dirigió hacia ella.
“¿Debo imaginar que te quedarás con tu pueblo? preguntó con recelo en su voz.
Ella lo miró, indecisa, angustiada y sin saber qué decir. Ni ella misma sabía la respuesta. Se sentía congelada en el espacio, el tiempo, sentía sus pies como arraigados al suelo del desierto.
De repente, Darius se acercó a su lado.
“Hermana mía”, le dijo.
Se dio la vuelta y asintió con la cabeza, agradecida por la distracción, mientras él le pasaba un brazo por el hombro y miraba a Kendrick.
“Kendrick”, le dijo.
Kendrick asintió con respeto.
“Sabes el amor que siento por ti”, continuó Darius. “Egoístamente, quiero que te quedes”.
Respiró profundamente.
“Y, aún así, te imploro que te vayas con Kendrick”.
Sandara lo miró sorprendida.
“¿Pero por qué?” preguntó.
“Veo el amor que le tienes y el que él tiene por ti. Un amor como este no