probabilidades en contra no habían hecho que nadie retrocediera en miedo.
Se escuchó un estruendo distante, y Duncan miró hacia el horizonte llenándose de gozo al ver a Leifall y a sus hombres de Leptus, a Anvin y Aidan entre ellos, Blanco corriendo a sus pies, todos regresando de Everfall y cabalgando para reencontrarse. Los gritos de triunfo del pequeño ejército de Leifall, sus cientos de hombres, se escuchaban incluso hasta allí.
Duncan miró de nuevo hacia el norte y vio en el horizonte distante un mar lleno de negro. Allí, tal vez a un día de cabalgata de distancia, estaba el resto del ejército Pandesiano, reuniéndose y preparándose para vengar a sus compañeros derrotados. Duncan sabía que la siguiente vez no atacarían con diez mil hombres, sino con cien mil.
Duncan supo que no tenían mucho tiempo. Ya había tenido suerte una vez, pero de ninguna manera podría resistir el ataque de cientos de miles de soldados, ni siquiera con los mejores trucos del mundo; y ya se le habían acabado todos sus trucos. Necesitaba una nueva estrategia y la necesitaba rápido.
Mientras sus hombres se reunían alrededor de él, Duncan examinó los rostros duros y dispuestos y supo que estos valientes guerreros buscaban su liderazgo. Sabía que cualquier decisión que tomara ahora lo afectaría no solo a él, sino también a todos estos grandes guerreros; de hecho, decidiría el destino de Escalon. Les debía a todos ellos el decidir sabiamente.
Duncan puso a trabajar su cerebro deseando encontrar una respuesta, pensando en todas las ramificaciones de cualquier estrategia. Todos los planes representaban un gran riesgo, consecuencias nefastas, y todos eran mucho más arriesgados que lo que acababan de lograr en el cañón.
“¿Comandante?” dijo una voz.
Duncan se dio la vuelta y vio el rostro serio de Kavos, que lo miraba con respeto. Detrás de él cientos de hombres también lo miraban. Estaban esperando alguna dirección. Lo habían seguido hasta este momento y seguían con vida; y ahora confiaban en él.
Duncan asintió, respirando profundamente.
“Si nos enfrentamos a los Pandesianos en campo abierto,” empezó a decir, “perderemos. Todavía nos superan en número cien a uno. También han tenido más tiempo para descansar y están mejor equipados. Estaríamos todos muertos para el atardecer.”
Duncan suspiró mientras sus hombres absorbían cada palabra.
“Pero tampoco podemos huir,” continuó, “ni deberíamos hacerlo. Con los troles atacando también y los dragones llenando los cielos no tendremos tiempo de escondernos de esta guerra. Y no es de nosotros el escondernos. Necesitamos una estrategia valiente y rápida y decisiva para derrotar a los invasores y liberar a nuestro país de una vez por todas.”
Duncan guardó silencio por un largo rato, pensando en la casi imposible tarea a la que se enfrentaban. Todo lo que se podía escuchar era el sonido del viento atravesando el desierto.
“¿Qué es lo que propones, Duncan?” presionó finalmente Kavos.
Volteó a ver a Kavos, quien apretaba su alabarda y lo miraba con intensidad, mientras sus palabras hacían eco en su cabeza. Les debía a estos grandes guerreros una estrategia; una manera no solo de sobrevivir, sino de obtener la victoria.
Duncan pensó en el terreno de Escalon. Sabía que todas las batallas se ganaban gracias al terreno, y su conocimiento del terreno de su tierra natal era tal vez la última ventaja que le quedaba en esta guerra. Pensó en todos los terrenos de Escalon en donde el terreno les podría dar una ventaja natural. Tendría que ser un lugar muy especial, un lugar en el que unos miles de hombres puedan pelear contra cientos de miles. Solo había algunos lugares en Escalon—solo unos pocos en todo el mundo—que podrían permitir eso.
Pero mientras Duncan recordaba todas las leyendas y cuentos que le habían contado su padre y el padre de su padre, mientras recordaba todas las grandes batallas que había estudiado de tiempos antiguos, de pronto su mente se enfocó en las batallas que habían sido más heroicas, más épicas, las batallas de los pocos contra los muchos. Una y otra vez su mente pensaba en el mismo lugar: el Barranco del Diablo.
El lugar de los héroes. Este era el lugar en el que unos cuantos hombres habían peleado contra ejércitos, en donde los grandes guerreros de Escalon habían sido probados. En el Barranco se encontraba el paso más estrecho de todo Escalon, y probablemente era el único lugar en el que el terreno definía la batalla. Era un muro de acantilados y montañas que se encontraban con el mar dejando un pequeño corredor por el cual pasar y formando el Barranco que ya había quitado más de unas cuantas vidas. Este obligaba a los hombres a pasar en una sola fila. Obligaba a los ejércitos a formar una sola fila. Creaba un cuello de botella en el que unos cuantos guerreros, si estaban bien posicionados y eran valientes, podían pelear contra todo un ejército. Al menos eso decían las leyendas.
“El Barranco,” respondió finalmente Duncan.
Todos los ojos se agrandaron. Lentamente, asintieron en señal de respeto. El Barranco era una decisión seria; era un lugar de último recurso, un lugar al que se iba cuando no quedaba ninguna otra opción, un lugar en el que los hombres morían o vivían para que la tierra se perdiera o se salvara. Era un lugar de leyenda; un lugar de héroes.
“El Barranco,” dijo Kavos, asintiendo por un largo rato mientras se acariciaba la barba. “Fuerte. Pero aún queda un problema.”
Duncan lo miró.
“El Barranco está diseñado para mantener a los invasores afuera, no adentro,” respondió. “Los Pandesianos ya están adentro. Tal vez podríamos bloquearlo y mantenerlos adentro. Pero lo que queremos es expulsarlos.”
“Nunca antes en la vida de nuestros ancestros,” añadió Bramthos, “se ha logrado que un ejército invasor, después de cruzar el Barranco, se vaya por este otra vez. Es muy tarde. Ya han pasado por allí.”
Duncan asintió con la cabeza pensando lo mismo.
“Ya he considerado eso,” respondió. “Pero siempre hay una manera. Tal vez podremos atraerlos por este hacia el otro lado. Y entonces, una vez que estén en el sur, sellarlo y establecer nuestras defensas.”
Los hombres lo miraban, claramente confundidos.
“¿Y cómo propones que hagamos eso?” preguntó Kavos.
Duncan sacó su espada, encontró un pedazo de tierra seca, y empezó a dibujar. Todos los hombres se acercaron mientras su espada pasaba por la arena.
“Algunos de nosotros seremos la carnada,” dijo dibujando una línea en la arena. “El resto estará esperando del otro lado, listos para sellarlo. Les haremos pensar a los Pandesianos que nos están persiguiendo, que estamos huyendo. Mi grupo, una vez que haya pasado, puede dar la vuelta utilizando los túneles y regresar a este lado del Barranco, y entonces sellarlo. Entonces todos juntos podremos crear las defensas.”
Kavos negó con la cabeza.
“¿Y qué te hace pensar que Ra enviará a sus ejércitos por el Barranco?”
Duncan se sintió determinado.
“Conozco a Ra,” respondió. “Él desea nuestra destrucción, desea una victoria total y completa. Esto apelará a su arrogancia y, por eso, enviará a todo su ejército a perseguirnos.”
Kavos negó con la cabeza.
“Los hombres que sirvan de carnada,” dijo, “quedarán expuestos. Será casi imposible el poder regresar por los túneles. Lo más probable es que esos hombres queden atrapados y mueran.”
Duncan asintió con gravedad.
“Es por eso que yo mismo dirigiré a esos hombres,” dijo.
Todos los hombres lo miraron con respeto. Se acariciaban las barbas y sus rostros estaban inundados de preocupación y duda, todos claramente pensando en lo arriesgado que era.
“Tal vez pudiera funcionar,” dijo Kavos. “Tal vez pudiéramos atraer a las fuerzas Pandesianas y hasta sellarlos afuera. Pero aun así, Ra no enviará a todos sus hombres. En estas partes solo se encuentran sus fuerzas sureñas. Tiene a otros hombres distribuidos por