por eso que dividiremos nuestras fuerzas,” respondió. “La mitad de nosotros cabalgará hacia el Barranco, y la otra mitad irá al norte para atacar al ejército norteño de Ra. Tú los guiarás.”
Kavos lo miró, sorprendido.
“Si vamos a liberar a Escalon, lo haremos todo al mismo tiempo,” añadió Duncan. “Tú guiarás la batalla en el norte. Llévalos a tu tierra natal, a Kos. Lleva la batalla a las montañas. Nadie puede pelear tan bien como tú en esos lugares.”
Kavos asintió, claramente gustándole la idea.
“¿Y tú, Duncan?” le preguntó con preocupación en su voz. “Tan escasas como sean mis probabilidades en el norte, tus probabilidades en el Barranco son mucho peores.”
Duncan asintió y sonrió. Tomó el hombro de Kavos.
“Mejores probabilidades de gloria, entonces,” le respondió.
Kavos sonrió con admiración.
“¿Y qué hay de la flota Pandesiana?” interrumpió Seavig, dando un paso adelante. “Ahora mismo controlan el puerto de Ur. Escalon no será libre mientras controlen el mar.”
Duncan asintió y puso una mano en el hombro de su amigo.
“Es por eso que tú tomarás a tus hombres y te dirigirás a la costa,” respondió Duncan. “Usa nuestra flota secreta y navega hacia el norte, de noche, siguiendo el Mar de los Lamentos. Navega hasta Ur y, con la suficiente astucia, tal vez puedas derrotarlos.”
Seavig lo miró, tomándose la barba y con osadía y audacia en sus ojos.
“Te das cuenta de que tendremos una docena de barcos contra mil,” respondió él.
Duncan asintió, y Seavig sonrió.
“Sabía que había una razón por la que me agradabas,” le dijo Seavig.
Seavig montó a su caballo y, con sus hombres detrás de él, avanzó sin decir otra palabra, llevándolos hacia el desierto y cabalgando hacia el oeste hacia el mar.
Kavos dio un paso adelante, tomó el hombro de Duncan y lo miró a los ojos.
“Siempre supe que ambos moriríamos por Escalon,” dijo. “Pero no sabía que moriríamos de una manera tan gloriosa. Será una muerte digna de nuestros antepasados. Te agradezco por eso, Duncan. Nos has dado un gran regalo.”
“Y yo a ti,” respondió Duncan.
Kavos se dio la vuelta, les hizo una señal a sus hombres y, sin decir otra palabra, se montaron en sus caballos y empezaron a cabalgar hacia el norte, hacia Kos. Todos avanzaron gritando y dejando una gran nube de polvo al pasar.
Eso dejó a Duncan solo con varios cientos de hombres, todos mirándolo en busca de dirección. Se dio la vuelta y los miró.
“Leifall se acerca,” dijo al verlos venir en el horizonte. “Cuando lleguen, cabalgaremos juntos hacia el Barranco.”
Duncan fue a subirse a su caballo cuando, de repente, una voz cortó el aire:
“¡Comandante!”
Duncan se dio la vuelta y se quedó impactado por lo que vio. Desde el este se acercaba una sola figura, caminando hacia ellos por el desierto. El corazón de Duncan se aceleró al verla. No era posible.
Sus hombres abrieron camino mientras se acercaba. El corazón de Duncan dejó de latir y lentamente sintió los ojos llenársele de lágrimas de alegría. Apenas podía creerlo. Ahí, acercándose como una aparición en el desierto, estaba su hija.
Kyra.
Kyra caminó hacia ellos, sola, con una sonrisa en el rostro y directo hacia él. Duncan estaba desconcertado. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Estaba sola? ¿Había caminado todo el camino? ¿Dónde estaba Andor? ¿Dónde estaba su dragón?
Nada de esto tenía sentido.
Pero ahí estaba, en carne y hueso; su hija había regresado. Al verla sintió como si su alma fuera restaurada. Todo en el mundo se sintió bien, aunque fuera por un momento.
“Kyra,” dijo él acercándose con emoción.
Los soldados se hicieron a un lado mientras Duncan avanzaba, sonriendo, extendiendo sus brazos y deseando poder abrazarla. Ella también sonreía y extendía sus brazos avanzando hacia él. El saber que ella seguía con vida hizo que toda su vida valiera la pena.
Duncan dio los pasos finales, emocionado por abrazarla, y cuando ella llegó hasta él, él la envolvió con sus brazos.
“Kyra,” dijo él con lágrimas. “Estás viva. Has regresado a mí.”
Podía sentir las lágrimas cayendo por sus ojos, lágrimas de alegría y alivio.
Pero al abrazarla, de manera extraña, ella estaba inmóvil y en silencio.
Lentamente Duncan se dio cuenta de que algo andaba mal. Pero a medio segundo de poder darse cuenta, su mundo se llenó de un agudo dolor.
Duncan jadeó perdiendo el aliento. Sus lágrimas de alegría rápidamente se convirtieron en lágrimas de dolor al ver que no podía respirar. No podía procesar lo que estaba pasando; en lugar de un amoroso abrazo, sintió un frío acero atravesándole las costillas y siendo empujado hacia adentro. Sintió algo caliente que brotaba bajando por su estómago, y se quedó entumecido, incapaz de respirar o pensar. El dolor era tan agudo, tan punzante, tan inesperado. Miró hacia abajo y vio una daga en su corazón, y se quedó completamente impactado.
Volteó hacia Kyra, la miró a los ojos y, aunque el dolor era horrible, el dolor de su traición era mucho peor. El morir no le molestaba, pero el morir en manos de su hija lo estaba haciendo pedazos.
Al sentir que el mundo empezaba a dar vueltas debajo de él, Duncan parpadeó, consternado, tratando de entender por qué la persona que más amaba en el mundo lo había traicionado.
Pero Kyra simplemente sonrió, mostrando ningún remordimiento.
“Hola padre,” dijo ella. “Me alegra verte de nuevo.”
CAPÍTULO DOS
Alec estaba en la boca del dragón, sosteniendo la Espada Incompleta con manos temblorosas, aturdido mientras la sangre del dragón caía sobre él como una cascada. Miró por entre las filas de dientes afilados, cada uno tan grande como él, y se preparó mientras el dragón se desplomaba directamente sobre el mar. Sintió que su estómago se le subía a la garganta mientras las aguas congeladas de la Bahía de la Muerte se acercaban cada vez más. Sabía que si el impacto no lo mataba, entonces sería aplastado por el peso del dragón muerto.
Alec, aún sorprendido por haber podido matar a esta gran bestia, sabía que el dragón, con todo su peso y velocidad, se hundiría hasta el fondo de la Bahía de la Muerte llevándoselo con él. La Espada Incompleta podía matar a un dragón; pero ninguna espada podría detener este descenso. Y lo que era peor, las fauces del dragón empezaban a cerrarse encima de él mientras los músculos de la mandíbula se relajaban, convirtiéndose en una jaula de la que Alec nunca podría escapar. Sabía que tenía que actuar pronto si quería tener una oportunidad de sobrevivir.
Mientras la sangre caía sobre su cabeza desde el paladar de la boca del dragón, Alec sacó la espada y, antes de que la boca se cerrara por completo, se preparó y saltó. Gritó mientras caía por el aire helado no sin que antes los dientes afilados le rasgaran la espalda cortando su piel, y por un momento su camisa se atoró en uno de los dientes y pensó que no lo lograría. Detrás de él escuchó que las grandes mandíbulas se cerraban y cortaban el pedazo de tela, y por fin cayó libremente.
Alec se agitaba al caer por el aire, ya listo para que lo recibieran las peligrosas y negras aguas debajo.
De repente sintió el impacto y se quedó congelado al sentir las frías aguas, de una temperatura tan baja que se quedó sin aliento. Lo último que vio al ver hacia arriba fue el cuerpo muerto del dragón cayendo cerca de él, a punto de chocar con la bahía.
El cuerpo del dragón golpeó la superficie