Морган Райс

Transformación


Скачать книгу

quién le importa? Nueva York, Arizona, Texas… ¿A quién le importa qué sigue? Jamás dejaremos de mudarnos.

      Sam frunció el ceño y se sentó en la silla del escritorio. Ella se sintió mal de inmediato. A veces se le soltaba la boca y hablaba sin pensar. Deseó poder retractarse.

      —¿Cómo te fue en tu primer día? —preguntó Caitlin para cambiar de tema.

      Él se encogió de hombros.

      —Supongo que bien —dijo, mientras balanceaba la silla con un pie. Luego miró a Caitlin—. ¿Y a ti?

      Ella también encogió los hombros. Debió haber dicho algo con su gesto porque Sam no dejó de mirarla.

      —¿Qué sucedió?

      —Nada —dijo, un poco a la defensiva. Volteó y caminó hacia la ventana. Sentía cómo Sam la observaba.

      —Te ves… diferente.

      Ella hizo una pausa, preguntándose si él estaría enterado, si su apariencia exterior mostraba algún cambio. Tragó saliva.

      —¿A qué te refieres?

      Silencio.

      —No lo sé —respondió al fin.

      Ella continuó mirando por la ventana, observando sin razón a un hombre que estaba afuera de la bodega de la esquina entregando una bolsita de marihuana a un comprador.

      —Odio este lugar —dijo Sam.

      Caitlin volteó y lo miró de frente.

      —Yo también.

      —De hecho, estaba pensando en… —Sam bajó la cabeza— en irnos.

      —¿A qué te refieres?

      Sam se encogió de hombros. Caitlin lo miró; se veía verdaderamente deprimido.

      —¿A dónde? —agregó.

      —A buscar a papá, tal vez.

      —¿Cómo? Ni siquiera tenemos idea de en dónde pueda estar.

      —Podría intentarlo, sé que lo encontraría.

      —¿Cómo?

      —No lo sé, pero podría intentarlo.

      —Sam, pero, bien podría estar muerto.

      —¡No digas eso! —gritó enrojecido.

      —Lo siento —dijo ella.

      Sam se tranquilizó.

      —Acaso, ¿ya pensaste que, incluso si lo encontráramos, tal vez él no querría vernos? Después de todo, decidió irse y nunca ha tratado de comunicarse —prosiguió Caitlin.

      —Tal vez mamá no se lo permite.

      —O tal vez no le agradamos.

      Sam golpeó el suelo con los dedos de los pies y frunció el ceño profundamente.

      —Lo busqué en Facebook.

      Caitlin abrió bien los ojos, estupefacta.

      —¿Lo encontraste?

      —No estoy seguro. Había cuatro personas con el mismo nombre. Dos de ellas no tenían fotografía, y sus perfiles eran privados. Les envié mensaje a las dos.

      —¿Y?

      Sam negó con la cabeza.

      —No he recibido respuesta.

      —Papá no estaría en Facebook.

      —No puedes saberlo —contestó, poniéndose a la defensiva de nuevo.

      Caitlin suspiró. Caminó hacia su cama y se recostó. Miró el techo amarillento con la pintura resquebrajada, y se preguntó cómo habrían llegado hasta ese punto. Habían sido felices en algunos pueblos, incluso su madre había parecido estar contenta entonces. Como cuando salía con aquel tipo. O al menos parecía que era suficientemente feliz para no molestar a Caitlin.

      También hubo pueblos en los que ella y Sam habían hecho buenos amigos, pueblos como el anterior. Lugares en donde podrían haberse quedado el tiempo necesario para graduarse por lo menos. Pero de pronto, todo cambiaba con gran rapidez: otra vez a empacar, otra vez a despedirse. ¿Acaso era mucho pedir una infancia normal?

      —Podría mudarme de vuelta a Oakville —dijo Sam de repente, interrumpiendo sus pensamientos. Oakville era el pueblo anterior. Era asombroso que Sam siempre supiera exactamente lo que cruzaba por la mente de su hermana—. Podría quedarme con algunos amigos.

      Caitlin estaba muy cansada, ya había tenido suficiente por ese día. No pensaba con claridad y se sentía frustrada porque lo que estaba entendiendo era que Sam también la abandonaría, que ella ya no le importaba.

      —¡Entonces vete! —le gritó sin querer. Fue como si alguien más lo hubiera dicho. Cuando escuchó la rudeza de su voz, se arrepintió de inmediato.

      ¿Por qué tenía que decir cosas así? ¿Por qué no podía controlarse?

      Si hubiera estado de mejor humor, si se hubiera encontrado más tranquila y no hubiera sido agredida de tantas maneras al mismo tiempo, no le habría hablado así. O, por lo menos, habría sido más amable. Habría dicho algo como: “Sé que lo que estás tratando de decir es que, sin importar cuán terrible llegara a ser la situación, jamás te irías porque no me dejarías lidiar sola con todo esto.” Pero, en lugar de eso, su humor le había hecho sacar lo peor de sí misma. Actuó con egoísmo, y le gritó.

      Se sentó y vio el dolor en el rostro de Sam. Quería retractarse y decirle que lo sentía, pero estaba demasiado abrumada. Por alguna razón, no pudo ni siquiera abrir la boca.

      Sam se levantó lentamente de la silla, salió del cuarto en silencio y cerró la puerta tras de sí.

      “Idiota —pensó Caitlin—. Eres una idiota. ¿Por qué tienes que tratarlo de la misma forma en que te trata mamá?”

      Se recostó y miró al techo. Se dio cuenta de que también le había gritado por otra razón: había cortado sus pensamientos justo en el momento en que estaba pensando en lo peor. Un oscuro presentimiento atravesaba por su mente y Sam la había interrumpido antes de que tuviera oportunidad de saber de qué se trataba.

      El ex novio de su mamá. Tres pueblos atrás. Fue la única vez que había visto a su madre realmente feliz. Frank. Cincuenta años. Bajito, fornido, calvo. Tan grueso como un tronco. Olía a loción barata. Ella tenía dieciséis años entonces.

      Estaba doblando su ropa en el minúsculo cuarto de lavado, cuando apareció Frank en la puerta. Era un tipo raro que no dejaba de observarla. Frank se agachó y levantó unas pantaletas de ella. Caitlin sintió que la vergüenza y la ira le encendían las mejillas. Él las sostuvo en el aire, sonriente.

      —Se te cayeron —le dijo, todavía sonriendo. Caitlin se las arrebató.

      —¿Qué quieres? —le gritó.

      —¿Qué forma es esa de hablarle a tu nuevo padrastro?

      Dio un paso hacia ella.

      —Tú no eres mi padrastro.

      —Pero lo voy a ser… muy pronto.

      Trató de continuar doblando la ropa, pero él avanzó más. Estaba demasiado cerca. El corazón de Caitlin comenzó a palpitar con fuerza.

      —Creo que llegó el momento de conocernos un poco mejor —le dijo mientras se quitaba el cinturón—. ¿No crees?

      Se sintió aterrada. Trató de pasar por el angosto hueco que había junto a él y llegar a la puerta del cuartito, pero cuando lo intentó, él se lo impidió. La sujetó con violencia y la empujó contra la pared.

      Y entonces, sucedió.

      La rabia la invadió, fue algo que jamás había