PRÓLOGO
Tiffany ya estaba vestida cuando su mamá la llamó del piso de abajo.
“¡Tiffany! ¿Estás lista para ir a la iglesia?”.
“Ya casi, mamá”, respondió Tiffany. “Bajaré pronto”.
“Bueno, date prisa. Tenemos que irnos en cinco minutos”.
“Está bien”.
La verdad era que Tiffany había terminado de vestirse hace varios minutos, justo después de desayunar un delicioso waffle con mamá y papá. Simplemente no estaba lista para irse aún. Realmente estaba divirtiéndose viendo unos videos cómicos de animales en su teléfono celular.
Hasta ahora había visto a un pequinés haciendo skateboard, un bulldog subiendo una escalera, un gato intentando tocar una guitarra, un gran perro que perseguía su cola cada vez que alguien cantaba una canción infantil y una manada de cientos de conejitos en estampida.
Ahora estaba viendo uno que realmente la estaba haciendo reír. Una ardilla seguía intentando entrar en un comedero para pájaros a prueba de ardillas. Cada vez que se le acercaba, daba vueltas y la lanzaba al aire. Pero la ardilla estaba decidida y no se daba por vencida.
El video siguió haciéndola reír hasta que su madre gritó de nuevo.
“¡Tiffany! ¿Tu hermana vendrá con nosotros?”.
“No creo, mamá”.
“Ve a preguntarle, por favor”.
Tiffany suspiró. Tenía ganas de responderle: “Ve a preguntárselo tú”.
En cambio, dijo: “Está bien”.
Su hermana de diecinueve años de, Lois, no había desayunado con ellos. Tiffany estaba bastante segura de que no tenía ninguna intención de ir a la iglesia. Le había dicho a Tiffany ayer que no quería ir.
Lois había estado haciendo cada vez menos cosas con la familia desde que comenzó la universidad en el otoño. Regresaba a casa casi todos los fines de semana, y en días festivos y descansos, pero se la mantenía sola o con amigos, y casi siempre se despertaba tarde.
Tiffany no podía culparla.
La vida en el hogar de los Pennington era demasiado aburrida. Y la iglesia aburría a Tiffany más que cualquier otra cosa.
Con un suspiro, detuvo el video y salió al pasillo. El dormitorio de Lois estaba en el otro piso. Era una habitación lujosa que tomaba la mayor parte del ático. Hasta tenía su propio baño privado ahí arriba y un clóset enorme. Tiffany aún estaba atrapada en el pequeño dormitorio en el segundo piso que había sido suyo desde siempre.
No le parecía justo. Esperó heredar el dormitorio de su hermana cuando se fue a la universidad. ¿Por qué Lois necesitaba todo ese espacio ahora que solo estaba en casa los fines de semana? ¿No podían intercambiar habitaciones?
Se quejaba por ello a menudo, pero a nadie parecía importarle.
Se detuvo en la parte inferior de las escaleras que conducían al ático y gritó.
“¡Lois! ¿Vendrás con nosotros?”.
No obtuvo ninguna respuesta. Puso los ojos en blanco. Esto sucedía a menudo cada vez que tenía que buscar a Lois por una cosa u otra.
Subió las escaleras y tocó la puerta de la habitación de su hermana.
“Lois”, gritó otra vez. “Vamos a la iglesia. ¿Vendrás con nosotros?”.
Lois no respondió.
Tiffany movió sus pies impacientemente, y luego tocó otra vez.
“¿Estás despierta?”, preguntó.
Nada.
Tiffany gimió en voz alta. Lois podría estar dormida o escuchando música con auriculares. Sin embargo, lo más probable es que la estaba ignorando.
“Está bien”, gritó. “Le diré a mamá que no vas a venir”.
Tiffany comenzó a preocuparse a lo que hizo su camino por las escaleras. Lois había estado un poco cabizbaja durante sus visitas más recientes. No estaba exactamente deprimida, pero tampoco tan alegre como de costumbre. Le había dicho a Tiffany que la universidad era más difícil de lo había esperado, y la presión estaba afectándola.
Papá estaba al pie de las escaleras mirando su reloj con impaciencia. Parecía listo para irse, vestido en un abrigo, un gorro de piel, una bufanda y guantes. Mamá se estaba poniendo su abrigo.
“¿Lois viene?”, preguntó papá.
“Dijo que no”, dijo Tiffany, mintiendo un poco. Papá podría enojarse si Tiffany le decía que Lois ni siquiera le había respondido.
“Bueno, no me sorprende”, dijo mamá antes de ponerse sus guantes. “Escuché su carro tarde. No sé a qué hora llegó exactamente”.
Tiffany sintió otra punzada de envidia cuando su mamá mencionó el carro de su hermana. ¡Lois tenía tanta libertad ahora que estaba en la universidad! Lo mejor de todo era que a nadie le importaba a qué hora llegaba a casa. Tiffany ni siquiera la había oído llegar.
“Quizás estaba