Y... espera, ¿por qué suenas suspicaz? Pensé que ibas a saltar ante esta oportunidad.
—Oh, planeo hacerlo. Pero me hace preguntarme si hay un caso en particular sin resolver en el que estén más interesados. Algo tuvo que haber despertado este interés repentino en casos sin resolver. Dudo seriamente que sólo Durán pudiera encontrar alguna forma de traerme de regreso.
—No sé —dijo Logan—, te sorprendería. Te han extrañado por aquí. Algunos de los nuevos agentes todavía hablan de ti como si fueras alguna especie de personaje mitológico.
Ella ignoró el cumplido, todavía metida en sus pensamientos. —Además, ¿por qué me llamaría para después despedirme diciéndome que quería que me tomara algo más de tiempo antes de comenzar? Me hace preguntarme si cualquiera que sea la verdadera razón detrás del mismo no pudiera ser revelada todavía.
—Bueno, tú sabes —dijo Logan—. Basándome en la manera cómo le metes cabeza a todo este asunto, quizás él tenga razón. Relájate, Kate. Como él dijo... hay toneladas de agentes retirados que morirían por esta oportunidad. Así que sí, ve a casa. Relájate. No hagas nada en lo absoluto.
—Tú me conoces lo suficiente para saber que así no soy yo —dijo. Tomó un sorbo de su vino, pensando que quizás él tenía razón. Quizás debería simplemente deleitarse con el gozo de regresar al trabajo... o algo así.
—El retiro no cambió eso, ¿eh? —preguntó Logan.
—No. Si lo hizo, fue para peor. No puedo soportar estar quieta. Detesto un cerebro inactivo. Los juegos de palabras y el tejido no van a atraerme. Quizás, muy en el fondo Durán sabía que soy demasiado joven como para que me pongan a pastar.
Logan sonrió y meneó su cabeza. —Sí, pero ese pasto es bastante exuberante y verde.
—Si, hay mierda de vaca por todas partes.
Logan suspiró al tiempo que le daba un último mordisco a su almuerzo. —Okey —dijo—, algunos de nosotros necesitamos regresar al trabajo.
—Golpe bajo —dijo ella, tomando el último sorbo de su vino.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó el— ¿Te diriges de regreso a casa?
Honestamente ella todavía no estaba segura. Una parte de ella quería permanecer en Washington por puro gusto. Quizás podía ir de compras o acercarse a su sitio favorito en el National Mall y simplemente sentarse a reflexionar. Ciertamente era un día fabuloso para ello.
Pero de nuevo, quería estar también regreso en casa. Aunque había errado por lo que concernía a Brian Neilbolt, persistía el hecho de que alguien habia asesinado a Julie Meade. Y parecía que la policía hasta ahora no tenía idea.
—No estoy segura —dijo—. Puede que me quede un rato en la ciudad, pero lo más probable es que retorne a casa antes de que caiga la noche.
—Si cambias de idea, llámame. Fue realmente lindo verte, Kate.
Pagaron sus cuentas y dejaron la mesa tras un corto abrazo. Incluso antes de irse, la mente de Kate pareció quedarse enganchada en un pensamiento en particular, uno salido de la nada, al parecer.
Julie fue asesinada en su casa, mientras su esposo estaba fuera de la ciudad. Si forzaron la entrada de alguna manera, nadie me lo mencionó. Ni la policía mientras me explicaban, ni tampoco Debbie o Jim. Si hubieran forzado la entrada lo habrían mencionado.
Eso le hizo preguntarse… ¿entró el asesino en la casa porque fue invitado? ¿O sabían al menos dónde estaba oculta una llave de repuesto?
Esas preguntas se quedaron instaladas allí. Una vez que le hubiese dado suficiente tiempo a su copa de vino para que se asentara, conduciría de regreso a Richmond. Le había prometido al Subdirector Durán que no golpearía a más nadie por allá.
Pero ella no había dicho nada acerca de no investigar.
Por supuesto, el funeral era primero. Ella daría sus condolencias y haría lo posible por estar junto a Deb mañana. Y después de eso, regresaría a su rol —quizás un poco más excitada de lo que estaba dispuesta a admitir.
CAPÍTULO OCHO
La tarde siguiente, Kate estaba de pie junto a otros dolientes, congregados en el cementerio, detrás de la familia Meade y sus amigos más cercanos. Estaba de pie junto al pequeño personal que había preparado los desayunos —Clarissa y Jane vestidas de negro y luciendo genuinamente apesadumbradas —y que así, muy temprano en la mañana, se las habían arreglado para mostrar su amor por Debbie. Esta parecía conducirse mejor que el día en que le pidió a Kate que indagara sobre el asesinato. Lloraba abiertamente y dejó escapar un angustioso gemido lleno de tristeza, pero aún así no estaba ausente. Jim, por su parte, se veía como un hombre roto. Un hombre que iría a casa y pensaría largo y tendido sobre como a veces, la vida no era jodidamente justa.
Kate no pudo evitar pensar en su propia hija. Sabía que tendría que llamar a Melissa en cuanto concluyera el funeral. No había conocido mucho a Julie Meade, pero basándose en las conversaciones que había sostenido con Debbie, Kate supuso que tendría aproximadamente la misma edad que Melissa, poco más poco menos.
Escuchó al predicador mientras leía los familiares pasajes bíblicos. Aunque sus pensamientos estaban en buena medida con Debbie, también estaba ligeramente obsesionada sobre cómo pudo haber pasado esto. Desde que había llegado de Washington, mantenía los oídos a la escucha. Había notado que tanto Jane como Clarissa no habían mencionado algo al respecto. Y eso era extraño porque Clarissa de algún modo tenía un don para saberlo todo gracias a su olfato para las habladurías.
Miró a Debbie y Jim, advirtiendo que había un hombre alto parado junto a este. Era relativamente joven y gallardo gracias a su bien cuidada apariencia. Tocó ligeramente con los nudillos a Jane que estaba a su lado y le preguntó: —El hombre alto que está junto a Jim. ¿Es el marido de Julie?
—Sí. Tyler es su nombre. No llevaban mucho tiempo casados. Menos de un año, creo.
Kate pensó que quizás en su pequeña banda de desayunos ninguna conocía al resto muy bien después de todo. Por supuesto que lo sabían todo acerca de sus empleos anteriores, bebidas con cafeína favoritas, sueños y aspiraciones para sus días de retiro. Pero nunca habían profundizado mucho más. Había sido una suerte de mutuo silencio acordado. En raras ocasiones habían hablado de sus familias, manteniendo la conversación a un nivel superficial, para su diversión y entretenimiento.
No había nada malo en ello, por supuesto, pero dejaba a Kate sabiendo muy poco acerca de la familia Meade. Todo lo que sabía era que Julie había sido su única hija... de la misma forma que Melissa era su única hija. Y aunque ella y Melissa no eran tan íntimamente cercanas como alguna vez lo habían sido, de todas formas dolía el solo pensamiento de perderla.
Una vez que el servicio hubo concluido y la multitud comenzó a dispersarse en medio de una maraña de abrazos e incómodos apretones de mano, Kate y su pequeño grupo de café hicieron lo mismo. Kate, sin embargo, se quedó atrás cerca de unas personas que de alguna manera se habían ocultado para poder fumar un cigarrillo. Aunque ella no era una fumadora (pensaba que era un hábito desagradable), quería pasar un rato fuera de la vista de los demás. Recorrió con la mirada a la multitud y se topó con la figura de Tyler Hicks. Estaba hablando a una pareja de ancianos que sollozaban abiertamente. Tyler, sin embargo, parecía estar haciendo su mejor esfuerzo para conservar la calma.
Cuando la pareja de ancianos se hubo marchado, Kate fue hasta él. Tyler se dirigía hacia una mujer de mediana edad junto con sus dos hijos, pero Kate puso empeño en llegar hasta él primero.
—Perdona —dijo, cruzándose en su camino—, eres Tyler, ¿cierto?
—Lo soy —dijo. Al girar el rostro, ella pudo ver el dolor que se reflejaba en el mismo. Estaba agotado, y se veía como si nada le quedara en su interior—, ¿te conozco?
—En