haciéndole señas de que entrara.
—Vamos, entra —dijo—. No voy a mentirte. No estoy feliz contigo, pero no muerdo. Cierra la puerta, ¿quieres?
Kate pasó adentro e hizo lo que le pidieron. Tomó entonces una de las tres sillas que se hallaban en el lado opuesto del escritorio de Budd. El escritorio estaba ocupado más bien con efectos personales que con objetos relacionados con el trabajo: fotografías de su familia, un pelota de béisbol autografiada, una taza de café personalizada, y un casquillo que a modo de recuerdo sentimental estaba colocado sobre una placa.
—Déjame comenzar diciendo que estoy muy al tanto de tu historial —dijo Budd—. Más de cien arrestos en tu carrera. En el tope de tu clase en la academia. Medallas de oro y de plata en ocho torneos consecutivos de kickboxing en adición al entrenamiento estándar del Buró, donde también pateaste traseros. Tu nombre se dio a conocer mientras estabas al frente de las cosas y la mayoría de la gente aquí en el Departamento de Policía del Estado de Virginia te tiene un tremendo respeto.
—¿Pero? —dijo Kate. No lo dijo por intentar parecer graciosa. Simplemente le estaba dejando saber que ella estaba más que dispuesta a recibir una reprimenda… aunque honestamente no creía que la mereciera totalmente.
—Pero a pesar de todo eso, no tienes derecho a andar por allí asaltando a las personas solo porque crees que pudieran haber estado involucradas en la muerte de la hija de una de tus amigas.
—No lo visité con la intención de asaltarlo —dijo Kate—. Lo visité para hacerle unas preguntas. Cuando quiso ponerme la mano encima, simplemente me defendí.
—Él le dijo a mis hombres que tú lo tiraste por los escalones del porche y golpeaste su cabeza contra el piso.
—No me pueden culpar por ser más fuerte que él, ¿o sí? —preguntó.
Budd la miró atentamente, escrutándola. —No puedo asegurar si estás tratando de ser graciosa, si estás tomándote esto a la ligera, o si esta es tu actitud cotidiana.
—Jefe, comprendo su posición y cómo una jubilada de cincuenta y cinco, que golpea a alguien a quien sus hombres habían interrogado brevemente, podría causarle un dolor de cabeza. Pero por favor, comprenda... Yo solo visité a Brian Neilbolt porque mi amiga me lo pidió. Y honestamente, cuando supe algo más acerca de él, pensé que no podía ser una mala idea.
—¿Asi que simplemente asumiste que mis hombres no hicieron un trabajo adecuado? —preguntó Budd.
—No dije tal cosa.
Budd puso sus ojos en blanco y suspiró. —Mira, no estoy tratando de armar una discusión sobre eso. Honestamente, nada me encantaría más que dejes mi oficina en unos minutos y que una vez que terminemos de hablar de este asunto, ahi quede. Necesito que comprendas, sin embargo, que cruzaste una línea y que si resulta que sales de nuevo con algo parecido, es posible que tenga que ponerte bajo arresto.
Había varias cosas que Kate quería decir en respuesta. Pero supuso que si Budd estaba dispuesto a hacer a un lado toda discusión, también ella podía. Ella sabía que estaba en su mano descargar el mazo sobre ella si así lo quisiera, así que decidió ser lo más civil que podía.
—Comprendo —replicó.
Budd pareció por un instante pensar en algo antes de entrecruzar sus manos sobre el escritorio como si estuviera tratando de centrarse. —Y como ya sabes, estamos seguros de que Brian Neilbolt no asesinó a Julie Hicks. Tenemos imágenes de él captadas por cámaras de seguridad fuera de un bar, la noche en que fue asesinada. Entró como a las diez y no salió hasta después de medianoche. Luego de eso tenemos el hilo de un mensaje de texto entre él y una aventura del momento que se extendió entre la una y las tres de la madrugada. Lo hemos verificado. Él no es el hombre.
—Él había hecho maletas —observó Kate—, como si tuviera prisa por dejar la ciudad.
—En el hilo de la conversación por mensajería, él y su aventura discutieron acerca de visitar Atlantic City. Se suponía que se irían esta tarde.
—Ya veo —asintió Kate. No se sentía avergonzada per se, pero comenzó a lamentar haber actuado tan agresivamente en el porche de Neilbolt.
—Hay una cosa más —dijo Budd—, y de nuevo, tienes que ver las cosas desde mi posición sobre esto. No me quedó otra opción que llamar a tus ex-supervisores en el FBI. Es el protocolo. Seguro que tú sabes eso.
Ella lo sabía pero honestamente no había pensado en eso. Una leve pero molesta irritación comenzó a manifestarse en sus entrañas.
—Lo sé —dijo.
—Hablé con el Subdirector Durán. Él no estaba feliz, y quiere hablar contigo.
Kate puso sus ojos en blanco y asintió. —Bien. Le llamaré y le haré saber que sigo tus instrucciones.
—No, no comprendes —dijo Budd—, ellos quieren verte. En Washington.
Y con eso, la irritación que estaba sintiendo rápidamente se transformó en algo que no había sentido hacía tiempo: una legítima preocupación.
CAPÍTULO SEIS
Tras su reunión con el Jefe Budd, Kate hizo las llamadas correspondientes para hacerle saber a sus antiguos supervisores que había recibido su convocatoria. No se le facilitó ninguna información por teléfono y en realidad no habló con nadie importante. Así que no le quedó sino dejar unos mensajes más bien bruscos con dos desafortunadas recepcionistas —un ejercicio que la ayudó a drenar parte de su estrés.
Salió de Richmond a la mañana siguiente a las ocho en punto. Curiosamente estaba más excitada que nerviosa. Se imaginó que era como si un graduado universitario volviera a visitar su campus al cabo de un breve tiempo lejos de allí. Había extrañado muchísimo el Buró durante el año que había pasado y anhelaba estar de regreso en ese ambiente… incluso si era para ser reprendida.
Se distrajo escuchando un oscuro podcast sobre películas —una sugerencia de su hija. A los cinco minutos, los comentaristas pasaron a un segundo plano y en su lugar Kate reflexionaba sobre los últimos años de su vida. En buena medida, ella no era una sentimental pero por alguna razón que nunca había comprendido, tendía a ponerse nostálgica y meditabunda siempre que pisaba la carretera.
Asi que en lugar de concentrarse en el podcast, pensó en su hija —su hija embarazada, que daría a luz en unas cinco semanas. El bebé era una niña, llamada Michelle. El padre de la bebé era un buen hombre pero, a ojos de Kate, nunca había sido suficientemente bueno para Melissa Wise. Melissa, llamada Lissa por Kate desde que había empezado a gatear, vivía en Chesterfield, técnicamente dentro de Richmond pero considerada aparte por quienes vivian allí. Kate nunca se lo había dicho a Melissa, pero por eso era que había regresado a Richmond. No había sido sólo por sus lazos con la ciudad nacidos de su paso por la universidad, sino porque allí era donde estaba su familia —donde su primer nieto viviría.
Un nieto, pensaba a menudo Kate. ¿Cuándo creció Melissa? Diablos, hablando de eso, ¿cuándo envejeci yo?
Y cuando pensaba en Melissa, y en Michelle que estaba por nacer, Kate por lo general dirigia sus pensamientos a su fallecido esposo. Había sido asesinado hacía seis años, con un disparo dirigido a la parte trasera de la cabeza, mientras paseaba a su perro por la noche. Se llevaron su billetera y su teléfono y a ella la llamaron para que identificara el cuerpo menos de dos horas después de que salió de la casa con el perro.
La herida estaba todavía fresca la mayor parte del tiempo, pero ella la escondía bien. Cuando se retiró del Buró, lo hizo ocho meses antes de la edad oficial de retiro. En realidad, había sido incapaz de ponerle todo el tiempo, la atención y la concentración a su trabajo, luego de finalmente haber esparcido las cenizas de Michael en un campo de béisbol abandonado, cerca de su hogar en Falls Church.
Quizás era por eso que había pasado el último año tan deprimida por haber