ya ha llorado bastante, pensó Kate.
—Apenas lo supe esta mañana —dijo Kate—. Lo siento tanto, Deb. Por ambos —dijo, poniendo sus ojos en Jim.
Jim asintió en respuesta y miró hacia el pasillo. Al ver que nadie merodeaba por allí, y que solo llegaba hasta ellos el suave murmullo de las visitas que estaban en la sala de recibo, se acercó a Kate en el instante en que Deb ponía fin al abrazo.
—Kate, necesitamos preguntarte algo —dijo Jim casi susurrando.
—Y por favor —dijo Deb, tomando su mano—, déjanos exponerlo todo antes de que nos critiques —Kate sintió un ligero temblor en la mano de Deb y su corazón se conmovió un poco.
—Seguro —dijo Kate. Los ojos suplicantes de su amiga y todo el peso de su pena se colocó encima de su cabeza como un yunque que fuese a caer en cualquier momento.
— La policía no tiene idea de quién lo hizo —dijo Deb. De repente, su agotamiento se transformó en algo que pareció más cercano a la cólera—. Basándose en algunas cosas que dijimos y algunos textos que hallaron en el teléfono de Julie, la.policía arrestó de inmediato a su ex-novio. Pero solo lo detuvieron por menos de tres horas y lo dejaron ir. Tal cual. Pero Kate… Yo sé que él lo hizo.Tiene que ser él.
Kate había visto esta percepción muchas veces mientras fue agente. Los dolientes querían que se hiciese justicia de inmediato. Pasaban por encima de toda lógica y una sólida investigación con tal de que alguna especie de venganza se produjera lo más pronto posible. Y si esos resultados no se daban con rapidez, los dolientes asumían que había incompetencia de parte de la policía o del FBI.
—Deb… si lo dejaron ir tan rápido, es porque debe haber habido una evidencia muy fuerte. Después de todo... ¿cuánto tiempo ha pasado desde que salieron en una cita?
—Trece años. Pero él ha intentado entrar en contacto con ella durante años, incluso después de que ella se casó. Ella tuvo una vez que conseguir una orden de alejamiento.
—Aun así… la policía tuvo que tener una buena coartada para dejarlo en libertad con tanta rapidez.
—Bueno, si la había, ellos no me lo han dicho —dijo Deb.
—Deb… escucha —dijo Kate, mientras le daba un suave apretón a la mano de su amiga—. La pérdida es demasiado reciente. Deja que pasen unos días y comenzarás a pensar de una manera racional. Lo he visto cientos de veces.
Deb meneó la cabeza. —Yo estoy segura de eso, Kate. Ellos estuvieron saliendo durante tres años y nunca confié en el. Nosotros estamos casi seguros de que él le pegó al menos en dos ocasiones, pero Julie nunca se sinceró y no lo dijo. El tenía un mal carácter. Incluso él te hubiera dicho eso.
—Estoy segura de que la policía está...
—Esto es un favor —la interrumpió Deb—. Quiero que tú veas eso. Quiero que te involucres en el caso.
—Deb, estoy retirada. Tú bien lo sabes.
—Lo sé. Y también sé lo mucho que extrañas tu trabajo. Kate… el hombre que asesinó a mi hija solo recibió un pequeño susto y un rato en la sala de interrogación. Y ahora está en casa, sentado muy cómodamente, mientras yo tengo que hacer los arreglos para enterrar a mi hija. Eso no es justo, Kate. Por favor... ¿mirarás eso? Sé que no lo puedes hacer de manera oficial, pero... apreciaría cualquier cosa que pudieras hacer.
Habia tanto dolor en los ojos de Deb que Kate pudo sentir cómo esa pesadumbre las envolvía. Todo en su interior le decía que se mantuviera firme —que no permitiera que ninguna falsa esperanza hiciera un nicho en la pena de Deb. Pero al mismo tiempo, Deb tenía razón. Ella había extrañado su trabajo. E incluso si lo que le estaban proponiendo era que hiciera unas sencillas llamadas al Departamento de Policía Richmond o incluso a sus ex-compañeros del Buró, eso sería algo.
Sería ciertamente mejor que contemplar de manera obsesiva su pasada carrera con idas solitarias al polígono de tiro.
—Esto es lo que puedo hacer —dijo Kate—. Cuando me retiré, perdí toda mi influencia. Es cierto que me llaman para pedirme una que otra opinión, pero no tengo autoridad. Encima de eso, incluso estando activa, este caso estaría fuera de mi jurisdicción. Pero haré unas llamadas a mis viejos contactos y verificaré que la evidencia que encontraron para dejarlo salir libre era fuerte. Honestamente, Deb, es lo más que puedo hacer.
Deb y Jim mostraron su gratitud de inmediato. Deb la abrazó de nuevo, y esta vez sollozó. —Gracias.
—No hay problema —dijo Kate—, pero en verdad no puedo prometer nada.
—Lo sabemos —dijo Jim—. Pero al menos ahora sabemos que alguien competente está velando por nosotros.
A Kate le incomodaba la idea de que ellos la miraran como una fuerza de infiltración que les sirviera de ayuda, y tampoco le gustaba que supusieran que la policía no tenía sus respaldos. De nuevo, sabía que todo tenía que ver con la pena que sentían, y de cómo los estaba cegando en su búsqueda de respuestas. Así que por ahora, lo dejó pasar.
Pensó en lo cansada que había estado hacia el final de su carrera —no físicamente cansada sino emocionalmente agotada. Siempre había amado su trabajo, pero con cuánta frecuencia había llegado al final de un caso pensando: Hay que ver lo cansada que estoy de esta mierda...
Había pasado cada vez con mayor frecuencia en los últimos años.
Pero en este momento no se trataba de ella.
Se estrechó con su amiga, mientras pensaba que sin importar cuánto se esforzaran las personas por dejar atrás su pasado —ya fuesen relaciones o carreras—, este de alguna manera se las arreglaba para seguirlas a paso lento, pero sin rezagarse demasiado.
CAPÍTULO TRES
Kate no perdió tiempo. Regresó a casa y por un instante se quedó sentada en el escritorio de su pequeño estudio. Miró por la ventana, hacia su pequeño patio. El sol entraba por el vano, dibujando un rectángulo de luz en su piso de madera. El piso, al igual que los del resto de su casa, mostraba rayones y arañazos acumulados desde la construcción de la misma en la década de los años 20. Ubicada en la zona de Carytown, en Richmond, Kate a veces se sentía fuera de lugar. Carytown era una pequeña sección en auge de la ciudad, así que sabía que muy pronto terminaría por mudarse a algún otro lado. Tenía dinero suficiente para conseguir una casa donde quisiera pero la sola idea de mudarse la agotaba.
Era la clase de falta de motivación que quizás había hecho de su jubilación algo duro. Eso y el rehusarse a dejar atrás la memoria de aquellos con los que había compartido en el Buró a lo largo de esos treinta años. Cuando esos dos sentimientos chocaban, a menudo se sentía desmotivada y sin ninguna verdadera perspectiva.
Pero tenía ahora la solicitud de Deb y Jim Meade. Sí, era una solicitud inadecuada pero Kate no veía nada malo en hacer al menos unas llamadas. Si no salía nada, al menos podría llamar a Deb para hacerle saber que había hecho su mejor intento.
Su primera llamada fue para el Subcomisionado de la Policía Estatal de Virginia, un hombre llamado Clarence Greene. Había trabajado estrechamente con él en varios casos a lo largo de la última década de su carrera y se tenían un mutuo respeto. Esperaba que el año transcurrido no hubiese anulado esa relación. Sabiendo que Clarence nunca estaba en su despacho, optó por desestimar el teléfono fijo y lo llamó al celular.
Justo cuando pensaba que la llamada no iba a ser contestada, una voz familiar la saludó. Por un momento, Kate se sintió como si no hubiera dejado el trabajo.
—Agente Wise —dijo Clarence—, ¿cómo diablos le va?
—Bien —dijo—, ¿y a ti?
—Como siempre. Tengo que admitir, sin embargo... que pensaba que ya no iba a ver aparecer tu nombre en mi teléfono.
—Sí,