Ellos eran libres. O lo serían, si podían salir de este puerto con vida.
Al otro lado de cubierta, vio que su padre hacía una señal con la cabeza mientras señalaba con el dedo.
—¿Veis aquellos barcos de allí? Parece que se van.
En efecto, galeras y cocas abandonaban el barco, apiñadas en un grupo como si tuvieran miedo de que alguien les quitara lo que tenían si no lo hacían. Teniendo en cuenta como era Felldust, probablemente alguien lo haría.
—¿Qué son? —preguntó Ceres—. ¿Barcos mercantes?
—Algunos puede que sí —respondió su padre—. Llenos con el botín de la conquista. Imagino que algunos también son barcos negreros.
Pensar en ello llenaba a Ceres de indignación. El hecho de que hubiera barcos allí llevándose a la gente de su ciudad, que pasarían el resto de su vida encadenados, le hacía sentir ganas de destrozar los barcos con sus propias manos. Pero no podía. Ellos solo tenían una barca.
A pesar de su indignación, Ceres veía la oportunidad que representaban.
—Si podemos llegar hasta allí, nadie dudará del hecho de que nos vayamos —dijo.
—Pero aún tenemos que llegar hasta allí —puntualizó Thanos, aunque Ceres vio que intentaba escoger una ruta.
Los barcos abarrotados estaban tan juntos que más bien parecía que guiaban su barca por una serie de canales y no que estuvieran navegando. Empezaron a hacer su camino a través de las barcas apiñadas, utilizando sus remos, intentando no llamar la atención. Ahora que ya no estaban a la vista de los que disparaban desde la orilla, no había ninguna razón para que alguien pensara que estaban fuera de lugar. Podían perderse dentro de la gran masa de la flota de Felldust, usándola como protección incluso si alguien los perseguía allí dentro.
Ceres alzó la espada que le había sacado a Akila. Era tan grande que a duras penas podía levantarla, pero si alguien iba a por ellos, pronto verían lo bien que la blandía. Incluso algún día tal vez tendría la oportunidad de devolvérsela a su dueño, con la punta atravesando el corazón de la Primera Piedra.
Pero por ahora, no podían permitirse una lucha. Los marcaría como extraños y haría que todas las barcas que había a su alrededor se les echaran encima. En su lugar, Ceres esperó sintiendo la tensión mientras se deslizaban por delante de las variadas embarcaciones, por delante de los cascos de barcos quemados y por delante de barcas donde estaban sucediendo las peores cosas. Ceres vio barcas en las que las personas eran marcadas como el ganado, vio una en la que dos hombres estaban luchando hasta la muerte mientras los marineros los alentaban con sus gritos, vio otra en la que…
—Ceres, mira —dijo Thanos, señalando un barco que estaba cerca de ellos.
Ceres miró, se trataba de un ejemplo más del horror que los rodeaba. Una mujer de aspecto extraño, con el rostro cubierto por lo que parecía ser ceniza, estaba atada a la proa de un barco como un mascarón. Dos soldados se turnaban para azotarla, despellejándola viva poco a poco.
—No podemos hacer nada —dijo el padre de Ceres—. No podemos luchar contra todos ellos.
Ceres comprendía aquel sentimiento pero, aun así, no le gustaba la idea de quedarse quieta mientras estaban torturando a alguien.
—Pero es Jeva —respondió Thanos. Evidentemente, vio la mirada de confusión de Ceres—. Ella me llevó hasta el Pueblo del Hueso que atacó a la flota para que pudiera entrar en la ciudad. Es culpa mía que esté sucediendo esto.
Aquello hizo que el corazón de Ceres se apretara dentro de su pecho, pues Thanos tan solo había vuelto a la ciudad por ella.
—Aun así —dijo su padre—, si intentamos ayudar, nos pondremos todos en peligro.
Ceres escuchó lo que estaba diciendo, pero quería ayudar de todas formas. Al parecer, Thanos iba un paso por delante de ella.
—Debemos ayudar —dijo Thanos—. Lo siento.
El padre de ella alargó el brazo para agarrarlo, pero Thanos fue demasiado rápido. Se lanzó al agua y fue nadando hacia el barco, al parecer ignorando la amenaza de los depredadores que pudiera haber en el agua. Ceres pensó por un instante en el peligro… pero enseguida se lanzó tras él.
Era difícil nadar agarrando la gran espada que había robado, pero ahora mismo necesitaba cualquier arma que pudiera conseguir. Se metió en el frío de las olas, con la esperanza de que los tiburones ya se hubieran saciado con la batalla, y no morir por los deshechos que tantos barcos lanzaban por la borda. Ceres agarró con sus manos la cuerda de la galera amarrada y empezó a trepar.
Era difícil. El lateral del barco resbalaba, y aunque Ceres no hubiera estado agotada por los días de tortura a manos de Estefanía, hubiera sido difícil subir por ellas. De algún modo, consiguió subir a cubierta y lanzar la gran espada por delante de ella, del mismo modo que un buzo hubiera lanzado una red de almejas.
Se levantó a tiempo para ver un marinero que iba corriendo hacia ella.
Ceres agarró la espada robada con las dos manos, atacó y tiró de ella después. Dibujó un arco con ella, le arrancó la cabeza al marinero y fue a por la siguiente amenaza. Thanos ya estaba forcejeando con uno de los marineros que había atacado a la mujer del Pueblo del Hueso, así que Ceres fue corriendo en su ayuda. Atacó al marinero por la espalda, y Thanos tiró al hombre moribundo contra el siguiente hombre que iba hacia ellos.
—Tú libérala —dijo Ceres—. Yo los retendré.
Blandía su espada en arcos, manteniendo a los marineros a raya mientras Thanos estaba ocupado liberando a Jeva. De cerca, su aspecto aún era más extraño de lo que era en la distancia. En su oscura y suave piel, había unos remolinos azules y unos estampados dibujados, que trepaban hasta su cabeza afeitada como bucles de humo. Su ropa de seda estaba decorada por fragmentos de hueso, por otra parte, y sus ojos brillaban desafiantes por el apuro en el que se encontraba.
Ceres no tenía tiempo de ver cómo Thanos la liberaba, pues debía concentrarse en mantener alejados a los marineros. Uno dirigió un hacha hacia ella, blandiéndola por encima de su cabeza. Ceres se metió en el espacio que creó con ese giro, atacando con su espada mientras pasaba por delante de él y blandía la espada en un círculo para obligar a los demás a alejarse. La clavó en la pierna de un hombre y dio un puntapié alto, alcanzándole la barbilla por debajo.
—La tengo —dijo Thanos y, cuando Ceres echó la vista atrás, vio que en efecto había liberado a la mujer del Pueblo del Hueso… que pasó dando un brinco por delante de Ceres para coger el cuchillo de un hombre caído.
Se movía como un torbellino entre la masa de marineros, atacando y matando. Ceres lanzó una mirada a Thanos y, a continuación, fue hacia ella, intentando seguir el ritmo de la mujer a la que se suponía que estaban salvando. Vio que Thanos paraba un golpe y contraatacaba pero, en aquel instante, Ceres tenía un golpe que parar.
Los tres luchaban juntos, cambiando de lugar como si formaran parte de un baile formal en el que parecían no quedarse nunca sin pareja. La diferencia era que estas parejas iban armadas y un paso en falso significaría la muerte.
Luchaban con fuerza y Ceres gritaba desafiante mientras la atacaban. Daba golpes de espada, se movía y volvía a golpear, mientras veía luchar a Thanos con la fuerza rotunda de un noble y a la mujer del Pueblo del Hueso a su lado, atacando con una agresividad despiadada.
Entonces llegaron los combatientes y Ceres supo que era el momento de irse.
—¡Por el lado! —exclamó, corriendo hacia el barandal.
Se zambulló y notó de nuevo el frío del agua al impactar con la misma. Nadó hasta llegar a la barca y subió por un lateral. Su padre la ayudó a subir a bordo y, a continuación, ella ayudó a los demás uno a uno.
—¿En qué estabais pensando? —preguntó su padre cuando llegaron a cubierta.
—Pensaba que no podía