claro está, aparte del de Erec.
Erec sabía que aunque superaban en número a Erec y a sus hombres, ellos tenían la ventaja de la sorpresa. Si podían atacar lo suficientemente rápido, quizás podrían aniquilarlos a todos.
Erec se giró hacia sus hombres y vio que Strom estaba a su lado, esperando ansioso sus órdenes.
“Ponte al mando del barco que hay a mi lado”, ordenó Erec a su hermano pequeño y, tan pronto como hubo pronunciado sus palabras, su hermano se puso en acción. Atravesó corriendo la cubierta, saltó por el barandal y fue a parar al barco que navegaba a su lado, donde se dirigió rápidamente a proa y se puso al mando.
Erec se dirigió a sus soldados, que se reunieron a su alrededor, esperando sus órdenes.
“No quiero que adviertan nuestra presencia”, dijo. “Debemos acercarnos todo lo que podamos. Arqueros, ¡preparados!” exclamó. ¡Y todos vosotros, agarrad vuestras lanzas y arrodillaos!”
Todos los soldados tomaron posiciones, agachados a lo largo del barandal, filas y filas de hombres de Erec en línea, todos sujetando lanzas y arcos, todos bien disciplinados, aguardando con paciencia su orden. Las corrientes se levantaron, Erec vio que las fuerzas del Imperio se acercaban amenazadoras y sintió una conocida aceleración en sus venas: la batalla estaba en el aire.
Se acercaron más y más, ahora estaban a menos de cien metros y el corazón de Erec latía con fuerza, esperando que no los detectaran, notando la impaciencia de todos los hombres a su alrededor, esperando para atacar. Solo necesitaban estar al alcance y, cada movimiento del agua, cada palmo que avanzaban sabía que era de valiosa ayuda. Solo tenían una oportunidad con sus lanzas y sus flechas y no podían fallar.
Venga, pensó Erec. Solo un poco más cerca.
A Erec le dio un vuelco el corazón cuando un soldado del Imperio de repente se giró con desinterés y observó las aguas y, a continuación, entrecerró los ojos confundido. Estaba a punto de divisarlos y era demasiado pronto. Todavía no los tenían a tiro.
Alistair, que estaba a su lado, también lo vio. Antes de que Erec pudiera dar la orden de empezar la batalla pronto, ella se puso de repente de pie y, con una expresión serena y de confianza, levantó su mano derecha. Una bola amarilla apareció en ella, echó su brazo hacia atrás y la lanzó hacia delante.
Erec observó maravillado cómo la esfera de luz flotaba en el aire por encima de ellos y bajaba como un arcoíris sobre ellos. Enseguida apareció una neblina, que los ocultó, protegiéndolos de los ojos del Imperio.
Ahora el soldado del Imperio miraba la neblina, confundido, sin ver nada. Erec se giró y sonrió a Alistair sabiendo que, una vez más, estaría perdido sin ella.
La flota de Erec continuaba navegando, ahora perfectamente escondida, y Erec echó una mirada a Alistair en agradecimiento.
“Su mano es más fuerte que mi espada, mi señora”, dijo con una reverencia.
Ella le sonrió.
“Todavía debes ganar tu batalla”, respondió ella.
El viento los acercaba más, la neblina permanecía con ellos y Erec veía que todos sus hombres deseaban disparar sus flechas, arrojar sus lanzas. Lo comprendía; a él también le quemaba la lanza en la mano.
“Todavía no”, susurró a sus hombres.
Mientras se separaban de la neblina, Erec empezó a entrever soldados del Imperio. Estaban en las murallas, con sus brillantes y musculosas espaldas, levantando los látigos en alto y azotando a los aldeanos, el chasquido de sus látigos se oía incluso desde allí. Otros soldados estaban observando el río, claramente alertados por el hombre que vigilaba y todos miraban sospechosos hacia la neblina, como si sospecharan algo.
Erec estaba muy cerca ahora, sus barcos apenas a diez metros, sentía el latir de su corazón en los oídos. La neblina de Alistair empezaba a despejar y supo que había llegado el momento.
“¡Arqueros!” ordenó Erec. “¡Fuego!”
Docenas de sus arqueros, a lo largo y ancho de su flota, se levantaron, apuntaron y dispararon.
El cielo se llenó con el sonido de las flechas dejando la cuerda, surcando el aire y el cielo oscureció con la nube de flechas letales, que dibujaban un arco en el aire para ir a parar a la orilla del Imperio.
Un instante después, los gritos sonaron en el aire, mientras la nube de mortíferas flechas descendía sobre los soldados del Imperio que abarrotaban el fuerte. La batalla había empezado.
Sonaban cuernos por todas partes, alertando a la guarnición del Imperio, que se apresuró a defender.
“¡LANZAS!” gritó Erec.
Strom fue el primero en levantarse y arrojar su lanza, una hermosa lanza de plata, que atravesó silbando el aire mientras volaba a una velocidad tremenda hasta encontrar un lugar en el corazón del estupefacto comandante del Imperio.
Erec lanzó la suya tras él, uniéndose al arrojar su lanza de oro y aniquilar a un comandante del Imperio que estaba en la otra punta de la fortaleza. A lo largo y ancho de su flota se unieron sus filas de hombres, arrojando sus lanzas y asesinando a los sobresaltados soldados del Imperio que apenas tuvieron tiempo de agruparse.
Cayeron docenas de ellos y Erec supo que su primera descarga había sido un éxito; pero todavía quedaban centenares de soldados y, cuando el barco de Erec se detuvo, tocando bruscamente la orilla, supo que había llegado el momento de la batalla cuerpo a cuerpo.
“¡AL ATAQUE!” exclamó.
Erec desenfundó su espada, saltó al aire por el barandal, cayendo a casi cinco metros antes de ir a parar a la arenosa orilla del Imperio. A su alrededor sus hombres lo seguían, centenares de hombres fuertes, todos a la carga por la playa, esquivando las flechas y las lanzas del Imperio cuando salieron de la neblina a través de la arena abierta hacia el fuerte del Imperio. Los soldados del Imperio también se agruparon y fueron corriendo a su encuentro.
Erec se preparó mientras un enorme soldado del Imperio iba directo hacia él, chillando, levantando su hacha y balanceándola a los lados hacia la cabeza de Erec. Erec se agachó, lo apuñaló en la barriga y salió corriendo hacia delante. Erec, notándose su reflejos para la batalla, apuñaló a otro soldado en el corazón, esquivó un golpe de hacha de otro, después se dio la vuelta y le atravesó el pecho. Otro lo atacó por detrás y, sin girarse, le dio un golpe de codo en el riñón, haciéndolo caer de rodillas.
Erec corría a través de las filas de soldados, más rápido, más veloz y más fuerte que nadie en el campo, dirigiendo a sus hombres como si fueran uno, matando a los soldados del Imperio mientras se dirigían al fuerte. La lucha se intensificó, cuerpo a cuerpo, y aquellos soldados del Imperio, que casi les doblaban el tamaño, eran adversarios feroces. A Erec se le partía el corazón al ver que muchos de sus hombres caían a su alrededor.
Pero Erec, decidido, se movía como un rayo con Strom a su lado y era más actuaba con más astucia que ellos a diestro y siniestro. Corría por la playa como un demonio que hubiera escapado del infierno.
El asunto no tardó en terminarse. Todo estaba en silencio en la arena mientras la playa, ahora roja, estaba llena de cadáveres, la mayoría de ellos eran cuerpos de los soldados del Imperio. Sin embargo, demasiados de ellos eran los cuerpos de sus propios hombres.
Erec, lleno de rabia, se dirigió hacia el fuerte, que todavía estaba lleno de soldados. Tomó los escalones de piedra del lateral seguido por todos sus hombres y se encontró con un soldado que venía corriendo hacia él. Lo apuñaló en el corazón, justo antes de que este pudiera bajar un martillo de doble mango hacia su cabeza. Erec se apartó hacia un lado y el soldado, muerto, pasó por su lado cayendo por las escaleras. Apareció otro soldado, dando cuchilladas hacia Erec antes de que este pudiera reaccionar y Strom dio un paso hacia delante y, con un gran sonido metálico y una llovizna de chispas, paró el golpe antes de que alcanzara a su hermano y le dio un codazo al soldado con la empuñadura de su espada, tirándolo por el filo