Морган Райс

Un Beso Para Las Reinas


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más joven. Catalina lo esquivó a tiempo por poco.

      —Te lo dije —dijo—. No tengo ni la fuerza ni la velocidad que tenía.

      —Entonces debes encontrar una manera de compensarlo —dijo Lord Cranston, e inmediatamente lanzó otra estocada hacia su cabeza—. La guerra no es justa. A la guerra no le importa si eres débil. Lo único que le importa es si ganas.

      Catalina se retiró, cortando un ángulo para evitar que la obligara a retroceder contra la borda del barco. Ella esquivaba una y otra vez, intentando protegerse del ataque.

      —¿Por qué te estás reprimiendo? —exigió Lord Cranston—. Todavía puedes ver todas las intenciones de ataque, ¿verdad? Todavía conoces todos los movimientos que pueden hacerse con una espada, ¿no es así? Si hago la finta de Rensburg, tú sabes que la respuesta es…

      Hizo una compleja finta doble. Automáticamente, Catalina avanzó para encontrarse con la espada de él a medio camino.

      —¿Ves como los conoces? —espetó Lord Cranston—. ¡Ahora lucha, joder!

      Atacó con tanta fiereza que Catalina no tuvo otra opción que contraatacar con toda su destreza. Observaba sus pensamientos tanto como podía, para ver los titileos de los siguientes movimientos y los patrones de ataque. Su cuerpo no tenía la velocidad de antes, pero todavía sabía qué hacer, colocando la espada donde hacía falta, golpeando y bloqueando, retirándose y haciendo presión.

      Catalina tomó la espada de Lord Cranston y sintió la más leve de las debilidades en la presión cuando él la entregó. Dio vueltas dentro de aquel lío, ejerciendo más presión, y la espada de él cayó sobre la cubierta del barco repiqueteando. Ella levantó su espada hacia el cuello de él… y consiguió detenerla a un pelo de su piel.

      Él le sonrió.

      —Bien, Catalina. Excelente. ¿Lo ves? No necesitas los trucos de ninguna bruja. Eres tú la que ha aprendido esto y eres tú la que hará pedazos al enemigo.

      Entonces él estrechó la mano a Catalina, muñeca a muñeca, y Catalina se sorprendió al oír aplausos de la parte de abajo del barco. Al girarse vio a otros miembros de la compañía allí, mirando como si Lord Cranston y ella fueran actores que estaban allí para entretenerlos. Will estaba con ellos y parecía tan aliviado como feliz. Catalina bajó corriendo las escaleras desde la cubierta de mando en su dirección y lo besó cuando llegó a él.

      Evidentemente, a eso le siguió otro tipo de vítores y Catalina se apartó sonrojada.

      —Ya está bien, perros perezosos —gritó Lord Cranston mirando hacia abajo—. ¡Si tenéis tiempo para miradas lujuriosas, tenéis tiempo para trabajar!

      Los hombres que los rodeaban se quejaron y continuaron con sus preparaciones para la batalla. Aun así, el momento había pasado y Catalina no quería arriesgarse a besar de nuevo a Will por si alguno todavía estaba mirando.

      —Estaba muy preocupado por ti —dijo Will, haciendo una señal con la cabeza hacia donde estaba Lord Cranston—. Cuando estabais luchando, parecía que realmente quería matarte.

      —Era lo que yo necesitaba —dijo Catalina encogiendo los hombros. No estaba segura de poder explicárselo a Will. Él se había unido a la compañía de Lord Cranston, pero siempre parecía que una parte de él quería volver, para trabajar en la forja de su padre. SE había unido para tener una oportunidad de ver el mundo, una oportunidad de ir a algún otro lugar.

      Para Catalina era diferente. Ella necesitaba meterse en los lugares donde las cosas no parecían seguras, o era ella la que no estaba segura de sentirse viva. Tenía la sensación de que no podía lidiar con los extremos del mundo a no ser que saliera a hacerlo. Lord Cranston lo había comprendido y la había metido en el lugar donde realmente había podido probarlo por sí misma.

      —Aun así —dijo Will—, pensaba que habría sangre sobre cubierta antes de que acabara.

      —Pero no la hubo —dijo Catalina. Lo abrazó, sencillamente porque quería hacerlo. Deseaba que en el barco hubiera la suficiente intimidad para más que eso—. Eso es lo importante.

      —Y estuviste increíble allá arriba —confesó Will—. Tal vez no deberíamos molestarnos en atacar mañana, sencillamente te mandamos a ti para que luches con todos uno por uno.

      Catalina sonrió al pensarlo.

      —Creo que podría ser un poco cansado después de unos cuantos. Además, ¿querrías perderte la acción?

      Vio que Will apartaba la vista.

      —¿Qué sucede? —preguntó, resistiendo el deseo de leerle los pensamientos para descubrirlo.

      —¿Sinceramente? Tengo miedo —dijo—. No importa las batallas en las que luchemos, nunca parece volverse más fácil. Tengo miedo por mí, por mis amigos, por si mis padres puedan verse atrapados en todo esto… y tengo miedo por ti.

      —Creo que acabamos de averiguar que no tienes por qué preocuparte por mí —dijo Catalina.

      —Ya sé que eres mejor que nadie con una espada —le dio la razón Will—, pero aun así me preocupo. ¿Y si hay una espada que no ves? ¿Y si hay un disparo de mosquete fortuito? La guerra es caos.

      Lo era, pero esa era la parte que a Catalina le gustaba. Había algo en estar en el centro de una batalla que tenía sentido de un modo que el resto del mundo a veces no lo tenía. Pero no lo dijo.

      —Todo irá bien —dijo, en cambio—. Yo estaré bien. Tú estarás trabajando en la artillería, no en el corazón de ningún ataque. Sofía nunca permitiría que su gente saqueara o atacara a la gente común, así que tus padres estarán a salvo. Todo irá bien.

      —Pero… cuídate —dijo Will—. Hay muchas cosas que quiero tener tiempo para decirte, y para hacer contigo, y…

      —Tendremos tiempo para todas —prometió Catalina—. Ahora deberías irte. Sabes que Lord Cranston se enoja si te distraigo de tus obligaciones durante mucho tiempo.

      Will asintió y parecía que podría besarla de nuevo, pero no lo hizo. Otra cosa que debería esperar hasta después de la batalla. Catalina observaba cómo se iba, extendiendo lo que quedaba de su talento para pillar los pensamientos y los sentimientos de los soldados que allí había.

      Podía sentir sus miedos y preocupaciones. Cada uno de los hombres que estaban allí sabía que el mundo estallaría en violencia llegado el amanecer y la mayoría se preguntaba si superarían este caos sanos y salvos. Algunos pensaban en los amigos, otros en las familias. Algunos revisaban una posibilidad tras otra, como si pensar en el peligro que se acercaba evitaría que pasara.

      Catalina estaba deseando que llegara. En la batalla, el mundo tenía algo de sentido.

      —Mañana mataré a las que hicieron daño a mi familia —prometió—. Me abriré camino entre ellos a golpes de espada y tomaré el trono para Sofía.

      Al día siguiente, entrarían en Ashton y recuperarían todo lo que se suponía que era suyo.

      CAPÍTULO CINCO

      Desde los escalones del templo de la Diosa Enmascarada, de pie preparado en su cima mientras esperaba a que empezara el funeral de su madre, Ruperto observaba la puesta de sol. Se extendía en tonalidades de rojo, tintes que le recordaban demasiado la sangre que había derramado. Esto no debería molestarle. Él era más fuerte que eso, era mucho mejor que eso. Aun así, cada vez que se miraba las manos le venían recuerdos del modo en el que la sangre de su madre las había manchado, cada momento de silencio le traía de vuelta el recuerdo de sus jadeos mientras la apuñalaba.

      —¡Tú! —dijo Ruperto, señalando a uno de los presagiadores y sacerdotes menores que se amontonaban alrededor de la entrada—. ¿Qué augura esta puesta de sol?

      —Sangre, su alteza. Una puesta de sol así significa sangre.

      Ruperto