Морган Райс

Una Canción para Los Huérfanos


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el inteligente, el responsable. En muchos aspectos, el sería mejor rey que su hermano, pero así no funcionaban las cosas. No, su papel era el de vivir su vida discretamente, haciendo lo que se le ordenaba, no escapar y hacer lo que quería.

      —También tengo otra cosa para que tú la hagas —dijo la Viuda. Se fue, dando una lenta vuelta por el jardín, obligando a Ruperto a ir tras ella tal y como un perro seguía a su dueño. Pero, en este caso, Ruperto era un perro de caza y ella estaba a punto de proporcionarle el rastro.

      —¿No me has dado ya suficiente trabajo, Madre? —exigió. Sebastián no hubiera discutido. No hubiera discutido por nada, excepto por el asunto que importaba.

      —Das menos problemas cuando estás ocupado —dijo la Viuda—. En cualquier caso, este es la clase de trabajo en el que tu presencia realmente podría ser útil. Tu hermano ha actuado por emoción, escapando de esta manera. Creo que para traerlo de vuelta será necesario el toque de un hermano.

      Ruperto rió al escuchar eso.

      —A juzgar por el modo en que se fue, será necesario un regimiento para traerlo de vuelta.

      —Entonces, llévate uno —dijo bruscamente la Viuda—. Tienes una comisión, úsala. Llévate a los hombres que necesites. Encuentra a tu hermano y tráelo de vuelta.

      —En condiciones impolutas, sin duda —dijo Ruperto.

      La Viuda estrechó los ojos al escuchar eso.

      —Es tu hermano, Ruperto. No le harás más daño del necesario para traerlo a casa sin incidentes.

      Ruperto bajó la mirada.

      —Por supuesto, Madre. Mientras estoy en ello, ¿le gustaría que hiciera una tercera cosa?

      Algo en el modo en que lo dijo hizo que la Viuda se detuviera y se dirigiera a su hijo.

      —¿Qué tenías en mente? —preguntó.

      Ruperto sonrió e hizo un gesto con la mano. Del otro extremo del jardín, un tipo vestido con la túnica de un sacerdote empezó a acercarse. Cuando estuvo a pocos pasos, hizo una gran reverencia.

      —Madre —dijo Ruperto—, ¿puedo presentarle a Kirko, segundo secretario de la suma sacerdotisa de la Diosa Enmascarada?

      —¿Te mandó Justina? —preguntó la Viuda, usando intencionadamente el nombre de la suma sacerdotisa para recordarle al hombre en compañía de quién estaba ahora.

      —No, su majestad —dijo el sacerdote—, pero hay un asunto de suma importancia.

      La Viuda suspiró al escuchar eso. Por su experiencia, los asuntos de suma importancia para los sacerdotes consistían habitualmente en donaciones para sus templos, la necesidad de castigar a los pecadores que por lo visto no estaban suficientemente afligidos por la ley, o peticiones para interferir en los asuntos de sus hermanos al otro lado del Puñal-Agua. Justina había aprendido a quedarse esos asuntos para ella, pero sus subordinados a veces iban de un lado para otro y la molestaban como si fueran avispas negras.

      —Vale la pena escucharlo, Madre —dijo Ruperto—. Ha pasado un tiempo en la corte, intentando conseguir una audiencia. ¿Me preguntabas dónde estaba antes? Estaba aquí buscando a Kirko, pues imaginé que querrías oír lo que tenía que decir.

      Aquello bastó para hacer que la Viuda reexaminara al sacerdote. Todo lo que fuera suficiente para hacer que Ruperto apartara su mente de las mujeres de la corte era digno de su atención, por lo menos durante un ratito.

      —Muy bien —dijo—. ¿Qué tienes que decir, segundo secretario?

      —Su Majestad –dijo el hombre—, ha habido un cruel asalto a nuestra Casa de los Abandonados y a los derechos del sacerdocio.

      —¿Piensas que no me he enterado de eso? —replicó la Viuda. Miró hacia Ruperto—. ¿Esas son tus noticias?

      —Su majestad —insistió el sacerdote—, la chica que mató a las monjas no sufrió ninguna justicia. En su lugar, encontró asilo en una de las Compañías Libres. Con los hombres de Lord Cranston.

      El nombre de la compañía despertó el interés de la Viuda, un poco.

      —La compañía de Lord Cranston ha sido de lo más útil en el pasado reciente —dijo la Viuda—. Ayudaron a echar a una fuerza invasora de nuestras orillas.

      —¿Y eso…?

      —Silencio —dijo bruscamente la Viuda, cortando al hombre a media refutación—. Si a Justina realmente le importara eso, sacaría el tema. Ruperto, ¿por qué me has traído esto?

      Su hijo hizo una sonrisa de tiburón.

      —Porque he estado haciendo preguntas, Madre. He sido muy meticuloso.

      Lo que significaba que había torturado a alguien. ¿Realmente esa era la única manera en la que su hijo sabía hacer las cosas?

      —Creo que la chica a la que Kirko busca es la hermana de Sofía —dijo Ruperto—. Algunos de los supervivientes de la Casa de los Abandonados hablaban de dos hermanas, una de las cuales intentaba salvar a la otra.

      Dos hermanas. La Viuda tragó saliva. Sí, eso cuadraba, ¿verdad? Su información se había concentrado en Sofía, pero si la otra también estaba viva, entonces podría ser igual de peligrosa. Tal vez más, a juzgar por lo que había logrado hasta ahora.

      —Gracias, Kirko —consiguió decir—. Me encargaré de esta situación. Por favor, déjame que lo hable con mi hijo.

      Consiguió convertirlo en un despido y el hombre se fue de su vista a toda prisa. Intentaba pensar detenidamente en ello. Era evidente lo que hacía falta que pasara a continuación. La cuestión era, simplemente, cómo. Pensó por un momento… sí, eso podría funcionar.

      —O sea —dijo Ruperto—, ¿quieres que también mate a esa hermana suya? ¿Entiendo que no queremos que algo así busque venganza?

      Evidentemente, él pensaría que se trataba de eso. Él no conocía el verdadero peligro que representaban, o los problemas que podrían resultar si alguien descubría la verdad.

      —¿Qué propones que hagamos? —dijo la Viuda—. ¿Entrar y enfrentarnos al regimiento de Peter Cranston? Es posible que pierda un hijo si lo haces, Ruperto.

      —¿Piensas que no podría derrotarlos? —replicó.

      La Viuda lo ignoró.

      —Creo que hay una manera más fácil. El Nuevo Ejército se está reuniendo, así que mandaremos al regimiento de Lord Cranston contra ellos. Si escojo la batalla sabiamente, nuestros enemigos resultarán heridos, mientras que la chica morirá, y no parecerá más que otra tumba sin fama en una guerra.

      Entonces Ruperto la miró con una especie de admiración.

      —¿Por qué, Madre, nunca supe que podrías ser tan despiadada?

      No, no lo sabía, porque no había visto las cosas que había hecho para mantener los restos de poder que tenía. Él había luchado contra los rebeldes, pero no había visto las guerras civiles, o las cosas que habían sido necesarias tras ellas. Ruperto probablemente pensaba que él era un hombre sin límites, pero la Viuda había descubierto a las malas que haría todo lo que fuera necesario para asegurar el trono para su familia.

      Aun así, no valía la pena pensar en ello. Esto pronto habría terminado. Sebastián estaría de nuevo a salvo con su familia, Ruperto se habría vengado de su humillación y las chicas que hacía tiempo que deberían haber muerto irían a la tumba sin dejar rastro.

      CAPÍTULO SEIS

      —Es una prueba —susurraba Catalina para sí misma mientras acechaba a su víctima—. Es una prueba.

      Continuaba diciéndolo para sí misma, quizás con la esperanza de que la repetición lo convirtiera en cierto, quizás porque era la única manera de