Carlos Cuauhtémoc Sánchez

Sin cadenas


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      —¿Quién empieza? —insistió.

      Al fin, alguien levantó una mano. Era Beky. La maestra le dio la palabra.

      —Quiero decirte, hermano, que eres muy valiente y muy bueno. Desde que... —titubeó mirando alrededor, después se animó a seguir—, desde que murió mamá yo he llorado mucho y tú siempre me has dado consuelo. Eres un amigo para mí —la voz se le quebró—, y nadie en este salón sabe del gran corazón que tienes —hizo una pausa—, gracias, Owin, por ser mi hermano y mi amigo en las buenas y en las malas...

      Algunos compañeros ni siquiera sabían que Beky y Owin eran huérfanos de madre. Segundos después, se escuchó una voz a la izquierda.

      —Perdónanos por burlarnos de ti.

      Las frases fueron sonando en uno y otro lado del salón.

      —Eres inteligente. Sigue adelante.

      —No te des por vencido.

      —Puedes llegar muy alto. Alcanzarás todas tus metas.

      —Supe que eres un excelente nadador. Quizá llegues a ser campeón olímpico.

      —Todos te apreciamos...

      —Owin, perdónanos. No te mereces las groserías que te hemos hecho.

      Después de algunos comentarios más, volvió el silencio al salón. No sólo Owin Meneses había recuperado la alegría, todos en el grupo se sentían aliviados. Ese día aprendieron que es más gratificante decir halagos que insultos, dar reconocimiento que criticar. Aquel día se quedó grabado para siempre en el corazón de los muchachos en esa clase, que todas las personas podemos soñar con altísimos ideales y saltar hacia ellos, imaginar grandes cosas y alcanzarlas, anhelar metas enormes y lograrlas, siempre y cuando nos neguemos a ser víctimas de los miles de “domadores de pulgas” que hay a nuestro alrededor.

      —Pueden retirarse, muchachos —dijo la maestra—. Mañana nos vemos.

      Los chicos comenzaron a salir.

      Owin y Beky recogieron sus cosas despacio. Iban a ser los últimos en abandonar el aula, cuando la profesora los detuvo:

      —No se vayan todavía. Quiero hablar con ustedes dos a solas.

      Los gemelos esperaron que todos sus compañeros abandonaran el salón y finalmente se acercaron a la profesora.

      —Hay algo muy importante que debo decirles... —comentó—. Soy maestra suplente y me envían por temporadas a diferentes escuelas de la zona. Este es un plantel conflictivo y nadie quiere trabajar aquí, pero yo revisé la lista de alumnos e identifiqué el nombre de ustedes... Son nombres fuera de lo común... Su madre siempre los mencionaba.

      —¿U... usted conoció a nuestra mamá?

      —Sí. En los cursos de asertividad.

      Owin y Beky quedaron pasmados.

      —Su madre era una gran mujer —continuó la maestra—. Siempre estaba alegre y luchaba por superarse cada día. Deben comportarse como hijos dignos de ella. No se acobarden ante los problemas... recuerden que todos los hombres importantes sufrieron infinidad de ataques. Cada héroe que ahora es admirado recibió cientos de agresiones mientras vivió. Piensen en eso y no se enfurezcan si los molestan o difaman. No crean al pie de la letra a quienes los critiquen. Si consideran que la opinión de los demás es muy importante, terminarán siendo “pulgas amaestradas”. Nunca olviden que los criticones jamás trascienden; ellos no dejan huella; se especializan en buscar los errores de la gente y difundirlos; incapaces de crear algo bueno, se dedican a desacreditar los esfuerzos de otros. Aunque suene alarmante, es una realidad que deben aprender: Hagan lo que hagan, siempre habrá personas en su contra. Digan lo que digan, no faltarán quienes cuestionen sus ideas. Aunque se porten bien, hablarán mal de ustedes. ¡Crean en sus sueños y vayan tras ellos! Pongan tapones a sus oídos y decídanse a hacer lo que anhelan. No finjan una personalidad diferente para que otros los acepten. Sólo sean legítimos, fuertes y decididos en sus objetivos. Si actúan con valor, cuando pase el tiempo se habrán convertido en personas que todos admirarán, pero eso carecerá de importancia para ustedes. Mirarán atrás y dirán: “viví mi vida intensamente, hice lo que debí hacer, fui quien tuve que ser y, lo más importante, la felicidad colmó cada día de mi existencia”.

      Los chicos se quedaron reflexionando.

      —Y usted, maestra —preguntó Beky después—, ¿aceptó el trabajo en esta escuela sólo porque identificó nuestros nombres?

      —En parte sí, pero hubo otra razón —se detuvo como si estuviese a punto de decir un secreto de vida o muerte; luego agregó—: Tengo un don especial de percepción.

      —¿Qué es eso? —preguntó Beky frunciendo las cejas.

      —Adivino algunas cosas... a través de... lo que sueño. Estaba indecisa de aceptar el puesto de suplente aquí cuando soñé a muchos jóvenes insultando y arrojando bolas de papel a dos chicos... Pude “verlos” muy bien. Como comprenderán, a veces no me gustan mis sueños y me lleno de tristeza al saber que son cosas a punto de suceder. No soy una bruja. En todo caso podría decirse lo contrario: Soy una amiga que quiere ayudarlos.

      —¿Pero hay algo más, verdad? —preguntó Beky—. Es decir, aparte de las ofensas y las bolas de papel, usted soñó algo más sobre nosotros dos...

      La maestra dijo que sí con tristeza.

      —Soñé a su padre.

      —Pa... pa... pa... papá está enfermo...

      —Sí, aunque no físicamente. Su problema es emocional... No sabe cómo enfrentar su viudez. Sean comprensivos con él. Se ha “deshecho” para que ustedes “se hagan”. Está confundido y acabado. Quizá comience a cometer errores graves... Deben saberlo: se avecina una terrible tormenta en su familia.

      Owin tragó saliva y protestó:

      —E... eso me asusta. No... no tiene idea de... de lo mal que nos ha ido u... últimamente.

      La maestra lo miró con ternura. Beky cambió el tema y se despidió:

      —Gracias por lo que hizo hace rato con nuestros compañeros... fue hermoso.

      —Sí —confirmó Owin—, mu... muchas gracias.

      Los siguientes días transcurrieron de forma extraña. El señor Meneses, en efecto, fue decayendo cada vez más. Se comportaba intolerante, colérico y nervioso. Llegaba del trabajo hablando solo y se encerraba en su habitación sin saludar a los chicos. Owin y Beky varias veces optaron por salirse de la casa para ir al deportivo municipal. Su madre les inculcó el amor por la natación, y aunque desde que ella murió dejaron de participar en competencias, pocas cosas los reconfortaban más que zambullirse en una alberca.

      Por otro lado, cada día la maestra suplente les contaba historias que los inspiraban y, después de las clases, charlaba un rato en privado con ellos. Una tarde les dio su tarjeta personal a los hermanos y les dijo:

      —Muy pronto tendré que irme. Aquí tienen mi número telefónico. Si la tormenta se vuelve insoportable, no duden en hablarme...

      Otra vez había usado la misma comparación. Beky protestó:

      —¿A qué tormenta se refiere, maestra...? ¡Háblenos claro!

      —He estado soñando de nuevo con ustedes... y... han sido cosas... un poco... difíciles de explicar. Deben estar preparados para todo.

      Owin y Beky llegaron a su casa y, sin hacer comentarios, barrieron, lavaron los platos y sacudieron. Después buscaron algo de comida en las alacenas. No había mucha; un frasco de mermelada endurecida, dos latas de sardinas y una bolsa añeja de cacahuates rancios. Se comieron todo, luego limpiaron la mesa.

      El señor Meneses solía regresar del trabajo a las cinco de la tarde. Ese día dieron las seis, las siete, las nueve, las once, y no llegó. Owin y Beky, se preocuparon mucho. Los pensamientos