Orlando Araújo Fontalvo

Gabriel García Márquez. El Caribe y los espejismos de la modernidad


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      GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

      EL CARIBE

      Y LOS ESPEJISMOS

      DE LA MODERNIDAD

      GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

      EL CARIBE

      Y LOS ESPEJISMOS

      DE LA MODERNIDAD

      Orlando Araújo Fontalvo

      EDICIONES UNINORTE

       2010

      Araújo Fontalvo, Orlando.

      Gabriel García Márquez, el Caribe y los espejismos de la modernidad / Orlando Araújo Fontalvo. Barranquilla : Ediciones Uninorte, 2010.

      119 p. ; 14,5 x 21,5 cm.

      Incluye referencias bibliográficas (p. 449-456)

      ISBN 978-958-741-082-2 (Impreso)

      ISBN 978-958-741-106-5 (PDF)

      ISBN 978-958-741-265-9 (ePub)

      1. García Márquez, Gabriel,1928---Crítica e interpretación. 2. Novela colombiana--Siglo XX--Historia y crítica. 3. Modernidad. 4. Caribe (Región, Colombia) I. Tít.

      (Co863.44 A663) (CO-BrUNB: 98666)

      www.uninorte.edu.co

       Km 5 vía a Puerto Colombia, A.A. 1569

       Barranquilla (Colombia)

      © Ediciones Uninorte, 2010

      Orlando Araújo Fontalvo

      Coordinación editorial

      Zoila Sotomayor O.

      Diseño y diagramación

      Nilson Avendaño

      Munir Kharfan de los Reyes

      Diseño de portada

      Joaquín Camargo Valle

      Corrección de textos

      Victoria Osorio

      Conversión a ePub

      Dirección en TIC

      Víctor Peralta M.

      Hecho en Colombia

      Mi gratitud a los inolvidables

      Cándido Aráus y Fernando Charry Lara.

      Y a mis maestros de siempre, Hélène Pouliquen,

      Diógenes Fajardo y Manuel Guillermo Ortega.

      Para Aura María y Orlando.

      Simplemente, por todo.

      Introducción

      Una pregunta en Yerbabuena

      El día en que iba a conocer a Gabriel García Márquez madrugué más de lo acostumbrado. La mañana era helada y en la bella hacienda que fuera refugio del presidente colombiano José Manuel Marroquín, tristemente célebre por haberse dormido en los laureles, mientras el halcón Theodore Roosevelt se llevaba entre las garras el ombligo del mundo, el notable escritor Carlos Fuentes iba a ser nombrado miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo. Como sabía que el mexicano era uno de los amigos entrañables de García Márquez, eché a la mochila la mejor edición de Cien años de soledad que tenía, salí del apartamento que ocupaba en La Candelaria y atravesé los enjambres de palomas de la Plaza de Bolívar en busca de un transporte hacia la sabana.

      Llegué a mi destino casi dos horas después. Me sorprendieron las medidas de seguridad y el Black Hawk artillado que sobrevolaba la sede investigativa de Yerbabuena. El remanso en el que investigadores de la talla de José Joaquín Montes adelantaban en silencio su trabajo se había convertido en un hervidero acordonado por la fuerza pública. Revisé mi invitación y comprendí lo que pasaba: las palabras de apertura de la ceremonia estaban a cargo del Presidente de la República, uno de quien es mejor no acordarse. Después de identificarme, ingresé a pie por el sendero de curvas ascendentes que conduce a la residencia colonial, sede de la Biblioteca José Manuel Rivas Saconni. A mitad del camino, un automóvil pasó a mi lado y a través del cristal reconocí el perfil del autor de Cien años de soledad. Tal como había intuido, del vehículo descendieron Carlos Fuentes, Mercedes Barcha y García Márquez. Luego de las insípidas palabras del Presidente y del discurso del doctor Ignacio Chaves Cuevas, la brillante intervención del novelista mexicano confirmó su enorme estatura intelectual. El aplauso fue sostenido y García Márquez, emocionado en la mesa principal, congratuló a su amigo batiendo sin cesar sus manos unidas a ambos lados de la cabeza.

      El acto terminó y los asistentes, que hasta ese momento habían permanecido en una especie de trance, se arremolinaron en torno a la mesa en busca de una fotografía, un autógrafo o un simple apretón de manos de Carlos Fuentes y, sobre todo, del nieto del patricio liberal Nicolás Márquez Mejía. Saqué entonces de mi mochila la edición de Cien años de soledad y tomé un atajo para acercarme, pero varios escoltas del presidente me cerraron el paso abruptamente.

      Di media vuelta y traté de abrirme paso por uno de los costados del salón. Como Carlos Fuentes estaba en el programa y García Márquez no, la gente que se acercaba al mexicano estaba preparada y le pasaban para su firma ediciones impecables de La muerte de Artemio Cruz, El espejo enterrado y Valiente mundo nuevo, mientras que al Nobel colombiano lo asediaban con hojas sueltas, agendas y cuadernos de escolar. Por un momento pensé que sería imposible acercarme a García Márquez y traté de encontrar una salida. Sin embargo, después de extraviarme en el barullo, terminé sin proponérmelo justo detrás del novelista más leído del planeta.

      García Márquez, con humor y paciencia, firmaba casi cualquier cosa que le acercaban, excepto, claro, las ediciones piratas de sus libros. De pronto, una beldad lo abordó con una invitación para su programa de televisión. Con la diplomacia de un canciller, García Márquez le dijo que cómo no, que sería un placer y que contactara a su secretaria para ultimar los detalles. En ese momento, se me ocurrió apelar al recurso de la nostalgia para atraer la atención de García Márquez. Había leído varias biografías suyas (no autorizadas, por supuesto, que son las mejores), casi toda su obra y buena parte de su trabajo periodístico, de modo que conocía suficiente letra menuda para tal propósito. “¡Maestro! –le increpé a media voz– soy de la tierra donde murió Orlando Rivera”. Sin inmutarse, el Premio Nobel terminó de garabatear su firma, le dio la espalda al tumulto y quedó frente a mí. “El gran figurita”, respondió con una amplia sonrisa. Sus pupilas se movían a la velocidad de los recuerdos, hasta las tardes en las que el enjuto pintor ilustraba sus primeras narraciones. “Sí, maestro”, agregué, “la misma tierra de ciruelos donde usted alguna vez dio un discurso para una reina”. García Márquez, visiblemente interesado, precisó: “En efecto, para una reina del carnaval”. “¿Pero qué hace un hijo del Caribe en el instituto más cachaco del mundo?”, concluyó extrañado.

      Pues bien, más de diez años después, la escritura de este libro es la mejor manera que tengo para dar respuesta a esa pregunta.

      García Márquez es el más importante escritor colombiano de todos los tiempos; uno de los más grandes de la lengua española; un referente obligado de las letras nacionales; el padre a quien no hay escritor bisoño que no quiera decapitar; quien mejor entendió la sentencia clarividente de Julio Cortázar: “Vamos a ser escritores, y todo lo que no sea escribir es secundario, así tengamos que morirnos de hambre”. El escritor que se puso el overol y se encerró en México a forjar una de las más portentosas manifestaciones de la inteligencia del Caribe. Por ello, resulta tan válido este nuevo acercamiento a su novela, esta relectura a partir de las herramientas conceptuales de la crítica moderna. Gabriel García