los szish. ¿Los unicornios también entregaban sus dones a los hombres-serpiente?
—Parecesss sssorprendido, mago –siseó el szish–.
Veamossss qué sssabesss hacer.
Shail asintió y se puso en guardia. No era la primera vez que se enfrentaba a otro hechicero en un duelo mágico. Durante su época de estudiante, los duelos que había mantenido eran más bien escaramuzas de poca importancia contra otros aprendices. Desde que estaba en la Resistencia, sin embargo, se había enfrentado a Elrion más de una vez. Casi siempre había escapado por los pelos, porque Elrion era un poderoso y experimentado hechicero, y Shail no era rival para él. Pero sospechaba que aquel szish no debía de ser gran cosa como mago. De lo contrario, no se habría ocultado tras varias filas de guerreros.
¿Por qué, pues, había decidido de pronto pelear cara a cara?
El szish preparó su ataque mágico. Shail se concentró para levantar un escudo invisible y comprendió entonces la razón de que el otro mago lo atacase ahora.
Seguía estando muy débil, y su magia no tardaría en fallarle.
—Ssssolo quiero el báculo y a la chica –dijo el szish.
—Tendrás que matarme primero –replicó Shail.
—Que asssí sssea –siseó el hombre-serpiente, sonriendo.
Jack evitó mirar de frente a aquel que había sido Alsan, príncipe de Vanissar, y que ahora era una extraña mezcla entre hombre y bestia. Se limitó a correr tras él, esforzándose por no perder su ritmo, y deseando que al menos él supiera a dónde iba.
Alsan corría por los pasillos de la fortaleza. Era todo furia desatada. Ninguno de los guardias que se cruzaban con él reaccionaba a tiempo para evitar sus garras y sus colmillos. Cuando tropezaba con algún guerrero, ya fuera humano o szish, realmente disfrutaba al morder su carne, pero todavía le quedaba bastante sentido común como para saber que restaba en él algo de humano, y que tenía que salir de allí cuando antes.
También él evitaba mirar a Jack. El chico seguía con su disfraz de szish, pero los sentidos de lobo de Alsan le decían que bajo aquella apariencia de reptil se ocultaba un muchacho humano, tierno y más sabroso que cualquier frío y escamoso hombre-serpiente.
Alsan frunció el ceño y gruñó por lo bajo.
«Sigo siendo Alsan, príncipe de Vanissar, hijo del rey Brun», se recordó a sí mismo.
Se preguntó entonces qué sucedería cuando regresasen a Idhún. ¿Lo aceptarían ahora como heredero del trono, y como soberano cuando su padre ya no estuviese?
Y comprendió que no. Jamás.
Shail no cerró a tiempo la barrera mágica. El ataque del mago szish golpeó de lleno su cuerpo y lo lanzó hacia atrás.
—¡¡¡SHAAAIL!!! –gritó Victoria.
Lo vio chocar contra el tronco de un árbol, golpearse la cabeza y caer sobre el suelo, inconsciente. Sin importarle ya lo que pudiera pasarle, saltó del árbol para acudir junto a su amigo. Enseguida descubrió, aliviada, que Shail seguía vivo; por fortuna, aunque su incompleta barrera defensiva no había deshecho el conjuro de su enemigo, sí había evitado que golpease directamente su cuerpo. El joven solo estaba inconsciente y presentaba heridas superficiales de las que se recuperaría sin problemas.
Pero, mientras tanto, era Victoria quien debía luchar y aguantar allí hasta que regresara Jack... con o sin Alsan.
Respirando hondo, se alzó con el báculo entre las manos, y miró fijamente al hechicero szish.
—Te essstaba esssperando –dijo el hombre-serpiente. Victoria no dijo nada, pero se preparó para defenderse.
No era consciente de que, desde las sombras, unos fríos ojos azules la observaban con interés.
Alsan se detuvo en seco, y Jack con él.
Habían llegado a la cámara de pruebas de Elrion. Allí estaba la jaula con el lobo muerto, la plataforma con correas y el resto de extraños instrumentos que a Jack le recordaban a una cámara de torturas.
—¿Por qué hemos venido aquí? –preguntó–. ¿Qué esperas encontrar?
«A Elrion», gruñó el lobo.
—A Sumlaris, la Imbatible –respondió Alsan.
La descubrió en un rincón, cerca del atril donde Elrion había colocado su libro de hechizos. La cogió y se dirigió de nuevo a la puerta. Se detuvo un momento junto a la jaula y se quedó mirando el cuerpo del lobo muerto, con una expresión extraña en su rostro semianimalesco. Una parte de él lamentaba la muerte del animal y añoraba el cuerpo que había perdido.
Jack se había asomado al ventanal.
—Nos tienen sitiados, Alsan –dijo.
Pensó en Shail y Victoria, y deseó que estuvieran bien. Especialmente Victoria.
—Espero que tengas un buen plan para salir de aquí –gruñó Alsan.
—No, yo...
—Estupendo –Alsan emitió una risa baja y gutural–. Entonces abriremos unas cuantas gargantas escamosas.
Jack no dijo nada, pero no le gustó mucho el plan.
El hechicero invocó al rayo, que se descargó sobre Victoria desde un cielo súbitamente encapotado; pero, en lugar de alcanzar el cuerpo de la chica, la centella se concentró directamente sobre el Báculo de Ayshel. Victoria aguantó un poco mientras la energía del rayo chisporroteaba e iluminaba su rostro, asustado pero decidido.
Entonces lanzó el rayo contra el hechicero szish.
Este alzó sus defensas mágicas, pero nada pudo hacer contra aquel torrente de energía en el que se había transformado el hechizo que había creado momentos antes.
Exhausta, Victoria contempló cómo el cuerpo de su enemigo se consumía entre las llamas. «Ya está», pensó.
«Shail está a salvo».
Pero entonces una sombra avanzó hacia ella desde la oscuridad. La sombra se movía ágil y silenciosa como un felino, y blandía una espada que emitía un suave brillo blanco-azulado.
Victoria sintió que le fallaban las piernas. Kirtash había acudido a buscarla, al fin y al cabo. ¿Significaba aquello que ya había acabado con Jack? «No, no puede ser», pensó. «No puede estar muerto». Sintió que el corazón le estallaba de dolor, solo de pensarlo. Pero en su interior latía una llama de esperanza, de modo que sacudió la cabeza y trató de concentrarse en el nuevo peligro que la amenazaba.
Kirtash se detuvo a pocos metros de ella.
—Aprendes deprisa –comentó con suavidad–. Solo hace un día que tienes el Báculo de Ayshel y ya sabes controlarlo.
«Me ha estado observando», pensó Victoria, inquieta. Bueno, no pensaba rendirse sin pelear. Además, tal vez Kirtash la necesitase viva, pero aquello no se extendía a Shail. Debía evitar a toda costa que se acercase a él.
—Tendrás que quitármelo a la fuerza –le advirtió. Kirtash sonrió, pero aceptó el reto y se puso en guardia.
Obedeciendo al silencioso deseo de Victoria, el báculo comenzó a absorber energía del ambiente y a concentrarla en su extremo. Kirtash, a una prudente distancia, lo contemplaba con interés, pero sin bajar la guardia. Victoria volteó el báculo para lanzar un rayo mágico a su oponente. Kirtash lo esquivó sin moverse apenas. El rayo se estrelló contra un árbol y lo partió en dos.
Cuando Victoria quiso darse cuenta, Kirtash no estaba. Se volvió hacia todos lados, aterrada, y alzó el báculo instintivamente cuando percibió la sombra que caía sobre ella desde la niebla.
La espada y el báculo chocaron. Saltaron chispas. Kirtash golpeó de nuevo, y Victoria volvió a interponer