y no dijo nada. Su mano seguía ante la chica, esperando que ella se decidiera a tenderle la suya.
—Es... absurdo –susurró Victoria.
Kirtash seguía mirándola, sin una palabra. Ya había dicho lo que quería decir y no tenía más que añadir. Victoria sentía que aquello no era más que un mal sueño, pero volvió a fijar sus ojos en los de él...
Respiró hondo. Acababa de descubrir que Kirtash ejercía una extraña fascinación sobre ella... por encima del odio, el miedo y el rechazo.
—Estás jugando conmigo, ¿verdad? Él sonrió.
—¿Y de qué me serviría eso?
—Intentas confundirme –murmuró ella.
—Ya estás confundida, Victoria. Pero yo puedo enseñarte muchas cosas...
No podía apartar su mirada de la de él. Se vio a sí misma a su lado, aprendiendo de él...
Rechazó la idea, horrorizada. No, no era eso lo que quería. Entonces, ¿por qué en el fondo deseaba tenderle la mano y marcharse con él?
Intentó apartar la cara. Entonces se dio cuenta de que la espada se había retirado hacía rato. Kirtash no la estaba amenazando.
No pudo evitarlo. Volvió a mirarle.
Atracción, repulsión, atracción, repulsión... los dos imanes giraban a toda velocidad, pero los ojos de Kirtash seguían siendo igual de fascinantes.
—Victoria... –dijo él.
Su voz era acariciadora, susurrante. Victoria se descubrió a sí misma deseando con todas sus fuerzas dejarse llevar...
—¿Por qué? –musitó.
No estaba preguntando por qué le estaba perdonando la vida, por qué le preguntaba aquellas cosas, por qué estaba jugando con ella. Simplemente quería saber por qué, de repente, sentía que le faltaba el aliento y deseaba que él la cogiese en brazos y se la llevase consigo... al lugar de donde había venido, fuera cual fuese.
Pero Kirtash entendió.
—Porque tú y yo no somos tan diferentes –le dijo–. Y no tardarás en darte cuenta.
Victoria pareció recobrar algo de sensatez. Recordó que aquel muchacho era un despiadado asesino, y supo que no quería ser como él.
—No es verdad. No, no es verdad. Somos diferentes. Pero Kirtash sonrió.
—Somos las dos caras de una misma moneda, Victoria. Somos complementarios. Yo existo porque tú existes, y al revés.
—No...
Los ojos azules de Kirtash seguían clavados en ella. Victoria alzó la mirada para perderse en ellos, en aquellos océanos de hielo en los que, sin embargo, parecía haber un refugio cálido reservado para ella, un rincón para una chica de trece años en el corazón de un asesino. «No puede ser verdad», pensó. «Está mintiendo».
Pero su mirada seguía siendo igual de intensa y sugestiva, y Victoria supo, en ese mismo momento, que no podría resistirse a ella.
«Ven conmigo», había dicho él. Victoria alzó una mano, vacilante.
Sus dedos rozaron los de él. Sintió de pronto algo parecido a una descarga eléctrica, algo que sacudió su interior por completo...
Le gustó la sensación, y cerró un momento los ojos para dejarse llevar por ella. Notó que le faltaba el aliento, que una extraña debilidad recorría su cuerpo como un delicioso escalofrío. Volvió a abrir los ojos y se topó, de nuevo, con la magnética mirada de Kirtash, que estrechó su mano y sonrió.
XIII
PÉRDIDA
D
E pronto, Kirtash se puso tenso y se dio la vuelta, tan deprisa que Victoria apenas pudo captar su movimiento. Enseguida se dio cuenta de qué era lo que había llamado la atención del joven.
Allí estaba Elrion, mirándolos con expresión sombría mientras susurraba algo en voz baja. Victoria reconoció aquellas palabras: era un conjuro de ataque.
—¡Elrion, no! –gritó Kirtash; alzó los brazos y los cruzó para realizar algún tipo de contrahechizo.
Demasiado tarde. De los dedos de Elrion brotó un haz de energía mágica que cruzó el claro buscando el cuerpo de Victoria, que seguía pegada al tronco del árbol.
Ella gritó y trató de protegerse con los brazos, aunque algo en su interior chillaba que ya era tarde, que el mago los había cogido a ambos por sorpresa, que iba a morir...
Súbitamente, un grito rasgó el aire.
Victoria nunca lograría olvidar lo que vio en aquel momento.
Un cuerpo se había interpuesto entre ella y Elrion, recibiendo de lleno el ataque del hechicero y también la magia que había generado Kirtash para tratar de detenerlo. Cuando las dos corrientes de energía chocaron contra la figura que había salido de las sombras para proteger a Victoria, se produjo una explosión de luz multicolor, horrible y, a la vez, increíblemente hermosa; fue como contemplar la muerte de una estrella.
Y, ante los ojos horrorizados de Victoria, Shail, el mago de la Resistencia, su amigo, hermano y maestro, se desintegró como si jamás hubiera existido.
Alsan alzó la cabeza y frunció el ceño.
—Algo me dice que Shail y Victoria tienen problemas –dijo–. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
—Eso es lo que estábamos intentado hacer, por eso has destrozado a tantos guardias –le recordó Jack–. Pero me da la sensación de que no hacemos más que dar vueltas. Además, todas las puertas están vigiladas.
—Tengo una idea. Sígueme.
Alsan echó a correr por el pasillo hasta que llegó a una estrecha escalera de caracol. Jack supuso que bajaría las escaleras pero, ante su sorpresa, tomó el sentido ascendente. El chico fue tras él, inquieto.
Poco después llegaron a lo alto de un torreón. Jack respiró aliviado el aire fresco de la noche. Desde allí escudriñó las sombras del bosque por si veía señales de Victoria o de Shail, pero todo parecía tranquilo. Deseó que estuvieran bien. Mientras subían las escaleras se había dado cuenta de que su camuflaje mágico había desaparecido. Esperó que eso no significase que Shail había sido apresado... o algo peor.
Alsan se asomó a las almenas. La altura no era nada desdeñable.
—¿Qué tramas? –preguntó Jack, inquieto.
Alsan no respondió. Se alejó de las almenas y se volvió hacia Jack. Antes de que este pudiera intuir cuáles eran sus intenciones, lo agarró, lo levantó en alto y se lo cargó a la espalda.
—¡Eh! –exclamó el muchacho, sorprendido por la fuerza de Alsan, que lo había alzado con tanta facilidad como si de una pluma se tratase–. ¿Qué...?
—Agárrate bien.
Jack abrió la boca para protestar, pero no llegó a hacerlo. Alsan cogía carrerilla y él no tuvo más remedio que aferrarse con fuerza a él.
Alsan corrió hacia las almenas y dio un poderoso salto, con Jack sobre su espalda. Ambos sintieron cómo sus cuerpos cortaban el aire, cómo caían a plomo al suelo...
Alsan aterrizó de pie sobre la hierba. Algo mareado, y sin terminar de creerse lo que acababan de hacer, Jack bajó de su espalda.
—¡Alucinante! –murmuró–. Ha sido casi como volar. El corazón se le aceleró un poco más. Volar...
—No hay tiempo para soñar –le advirtió Alsan–. No tardarán en venir por nosotros.
Victoria lanzó un grito de rabia, dolor e impotencia. Sintió que le fallaban las piernas y cayó de rodillas sobre la hierba, con los