—Es raro –comentó Victoria.
—Sí. Ya sabes que hay muchas cosas en mí que son raras, y para las que no tengo ninguna explicación –murmuró Jack, sombrío–. Antes habría dado lo que fuera por comprender quién soy en realidad, pero ahora me doy cuenta de que, sencillamente, hay un precio que no estoy dispuesto a pagar. Hemos perdido a Shail, y Alsan se ha convertido en algo... que no puedo describir. Y también he estado a punto de perderte a ti, y, si eso hubiera sucedido... me habría vuelto loco –confesó, mirándola con seriedad.
Victoria bajó la cabeza, azorada, sintiendo que el corazón le palpitaba con fuerza. Jack sacudió la cabeza, con un suspiro, y concluyó:
—Habría dado mi vida para encontrarme a mí mismo, pero no la de mis amigos. Por desgracia, lo he comprendido demasiado tarde.
—¿Habrías actuado de otra forma, de haberlo sabido?
Jack se quedó pensativo.
—No lo sé –dijo por fin–. Puede que no tuviera elección, al fin y al cabo. Hay algo que me empuja a luchar, una y otra vez. Es como si... a través de esta guerra, a través de mi espada, a través incluso de Kirtash... me descubriese a mí mismo. Tengo la sensación de que, aunque me mantuviese alejado de todo esto, acabaría por toparme con Kirtash igualmente, de una manera o de otra. Es como si estuviese... predestinado.
Calló, confuso, y frunció el ceño. Aquellos pensamientos resultaban extraños y no acababa de comprenderlos del todo.
—Te entiendo –suspiró Victoria, con un escalofrío–. A mí me pasa algo parecido.
Jack la miró fijamente.
—Y tú, ¿cómo estás? No tienes buen aspecto. Victoria apartó la mirada.
—Sobreviviré –dijo, con un optimismo forzado; estaba muy lejos de sentirse así. La pérdida de Shail había sido un golpe del que, probablemente, jamás se recuperaría por completo.
Otro agónico aullido de Alsan estremeció la casa. Jack alzó la cabeza, preocupado.
—Jack –dijo Victoria–. ¿Qué vamos a hacer si Alsan no se recupera?
Jack la miró casi con fiereza.
—Se recuperará –afirmó–. Ni se te ocurra pensar lo contrario.
—De acuerdo –concedió Victoria con suavidad; vaciló antes de preguntar–. ¿Y qué podemos hacer para ayudarle?
—No gran cosa, en realidad –suspiró Jack–. Parece ser que el conjuro al que lo sometieron es muy complejo. Alsan me dijo que había oído decir a Kirtash que solo Ashran ha sido capaz de realizarlo correctamente.
Victoria se preguntó entonces cómo pensaba expulsar a la bestia del cuerpo de Alsan, pero no formuló sus dudas en voz alta.
—Aunque no lo parezca, Victoria –prosiguió Jack, como si hubiese leído sus pensamientos–, él sigue siendo Alsan, y sé que luchará hasta el final. Mientras él esté con nosotros, la Resistencia seguirá viva.
Victoria sacudió la cabeza.
—Jack, hemos perdido a Shail y, por más que te empeñes, no creo que Alsan esté en condiciones de...
—Cuando estábamos en el castillo –interrumpió él– le dije que, si decidía unirse a Ashran para buscar un remedio a... lo que quiera que le hayan hecho... le dije que yo lo entendería, que no se lo echaría en cara. ¿Y sabes qué me contestó? «Jamás». Ese es el espíritu de la Resistencia, el espíritu de Alsan, y por eso sé que sigue con nosotros aunque ahora parezca un monstruo. En el fondo sigue siendo Alsan.
Victoria bajó la cabeza y ocultó su rostro tras una cortina de pelo, deseando que Jack no viese que se le había encendido de la vergüenza.
Ella sí había cedido a la tentación. Había tomado la mano que Kirtash le ofrecía.
«Oh, Shail», pensó, «ojalá estuvieras a mi lado. No sé en quién confiar ahora».
Jack no la había creído cuando le había contado que Kirtash había tratado de impedir que Elrion los matase a ella y a Shail. Pero, de todas formas, Victoria no le había contado la extraña conversación que había mantenido con el joven asesino. Jack seguía odiando a Kirtash y, si se enterase de que Victoria había estado a punto de marcharse con él, se sentiría herido y traicionado.
Pero Victoria sabía que, si ahora ella seguía viva y libre, era porque Kirtash había querido que así fuera. Y no solo eso: había tratado de salvarla de Elrion.
Pero Shail se le había adelantado.
Victoria gimió interiormente. Todo era tan confuso... Shail había quedado inconsciente tras su lucha contra el hechicero szish, pero luego había recobrado el sentido y se había levantado para interponerse entre ella y el rayo mágico de Elrion... ¿cuánto rato llevaba consciente? ¿Habría oído la conversación entre ella y Kirtash? ¿La habría visto cogiendo la mano del asesino?
Se estremeció. «Me engañó», pensó. «Él puede controlar a la gente con sus poderes telepáticos. Me hipnotizó...»
¿Por qué? ¿Para qué?
«Estaba jugando conmigo...», se dijo Victoria, abatida. «Y fui tan tonta como para dejarme engañar... porque creí ver en sus ojos...»
¿Qué? ¿Sinceridad? ¿Interés? ¿Afecto? ¿Ternura? Kirtash no tenía sentimientos. No podía tenerlos alguien que asesinaba de la manera en que él lo hacía.
Sintió de pronto que Jack pasaba un brazo por sus hombros.
—No llores, por favor –le dijo con suavidad, y fue entonces cuando Victoria fue consciente de que, en efecto, sus ojos estaban llenos de lágrimas–. Todo saldrá bien.
—No –negó ella, levantándose bruscamente, sintiéndose sucia y mezquina por haber traicionado a la Resistencia, porque Shail había muerto por su culpa, porque no tenía valor para confiar en Jack y tampoco había tenido fuerza de voluntad suficiente para rechazar a Kirtash igual que Alsan había dicho «Jamás»–. Nada saldrá bien, Jack, ¿es que no lo ves? Digas lo que digas, hemos perdido. La Resistencia ha muerto.
Se asustó del sonido de sus propias palabras. Sin mirar a Jack, salió corriendo de la habitación.
Jack la encontró en el bosque, en su refugio secreto. En realidad no era secreto para nadie, pero todos sabían que, cuando se perdía allí, era mejor dejarla tranquila.
Junto al arroyo crecía un enorme sauce llorón, el mismo bajo el cual Victoria había curado a Shail, apenas un par de semanas atrás, y la chica había dispuesto un montón de mantas entre sus grandes raíces. A menudo se acurrucaba en aquella especie de nido y dormía allí, bajo la luz de las estrellas, arrullada por el sonido del arroyo.
Jack le había preguntado más de una vez por qué hacía eso, pero ella nunca había sabido responder. Aunque cualquier cama sería más cómoda que su extraño «campamento», la chica había descubierto que se despertaba más despejada si dormía en aquel lugar.
Jack retiró las ramas del sauce que caían como una cortina entre él y Victoria y asomó la cabeza.
—Toc, toc –dijo–. ¿Se puede?
El bulto acurrucado entre las raíces del sauce alzó la cabeza, y Jack pudo ver el rostro de su amiga a la luz de las estrellas y las luciérnagas que sobrevolaban el arroyo. A pesar de su palidez y su cansancio, parecía haber algo mágico y sobrenatural en ella, o tal vez se debía al marco que la rodeaba.
—Estás en tu casa –murmuró Victoria.
Jack eligió una enorme rama para acomodarse sobre ella. Se tumbó cuan largo era, apoyando la espalda en el tronco del árbol.
—Una vez, no hace mucho, traje a Shail a este mismo lugar –recordó ella–, para curarlo. Me resulta extraño pensar