quieres decir? –estalló Jack–. ¡No soy yo quien se esconde aquí mientras Alsan vaga por ahí, perdido y solo! ¡No soy yo quien lo ha dejado marcharse, a pesar del estado en el que se encontraba! ¡Por lo menos yo no me paso el día lamentándome!
Victoria entrecerró los ojos, y Jack se dio cuenta de que la había herido. Pero estaba furioso con su amiga por no acompañarle, por no apoyarle, por haber dejado marchar a Alsan, y, sobre todo... por no necesitarlo como él la necesitaba a ella.
Y, por eso, en aquel momento no lamentó haber dicho aquello.
—Lárgate –dijo Victoria, conteniendo la ira–. Márchate y no vuelvas por aquí.
—Descuida –replicó Jack, molesto.
Inmediatamente después, ambos se arrepintieron de sus palabras, pero ninguno de los dos dio el primer paso para arreglarlo. Jack avanzó hacia la mesa y, sin dudarlo ni un momento, alargó la mano hacia la esfera. El resplandor se hizo más intenso y la luz envolvió la figura de Jack, que, mareado, aún tuvo tiempo de pensar: «Londres» antes de dejar atrás Limbhad... y a Victoria.
Ella lo vio desaparecer y se quedó quieta un momento.
Después dio media vuelta para internarse de nuevo en la Casa en la Frontera.
El sonido de un timbre se desparramó por los pasillos y las aulas del colegio.
En la clase de Victoria, la profesora indicó los ejercicios que había que hacer para el día siguiente antes de que las alumnas comenzaran a recoger sus cosas. Victoria tomó nota y guardó la agenda en la mochila.
Se disponía a salir cuando la profesora la llamó. La muchacha se volvió hacia ella, interrogante, y se acercó a su mesa.
—¿Te encuentras bien? –le preguntó la profesora–. Te veo muy pálida.
—He estado enferma –repuso ella con suavidad.
—Lo sé. ¿No te has recuperado aún?
Victoria desvió la mirada, pero no dijo nada.
—¿Te pasa algo más? –insistió la profesora–. Te he visto muy triste desde que volviste. Es como si estuvieras... ausente.
—Estoy bien. Es solo que... –dudó antes de añadir–, recientemente perdí a un amigo muy querido. Un accidente, ¿sabe usted? Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, como se suele decir.
«Como algunos héroes», pensó, recordando lo que les había contado Shail al respecto. Habían pasado apenas unos días desde aquella conversación, pero ya parecían una eternidad.
—Oh, Victoria, lo siento mucho. Tu abuela no me dijo nada.
—Ella no lo conocía. De todas formas... es normal estar triste, ¿no? Pero no durará para siempre. Pasará con el tiempo. No se preocupe.
La profesora la observó con aprobación. Había dolor en los ojos de Victoria, sí, pero más madurez y sabiduría.
—Bien –dijo finalmente–. Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy.
Victoria asintió.
Abandonó la clase, y después el enorme y frío edificio. Ya había anochecido; una fría brisa sacudía las ramas de los árboles, que creaban sombras fantasmagóricas sobre las baldosas del patio.
Nadie la esperaba fuera. Victoria era una chica extraña y retraída y no tenía amigas en el colegio. Nunca le había preocupado, pero en aquel momento añoró una vida como la de cualquiera de sus compañeras de clase. Deseó ardientemente ser una chica normal, no haber oído hablar de Idhún ni haber conocido a la Resistencia...
Se preguntó si no sería demasiado tarde para recuperar su vida...
... y olvidar...
Sacudió la cabeza. ¿A quién pretendía engañar? Ella no era una chica normal, y nunca lo sería. Había conocido el miedo, el dolor, el odio y el poder. Poseía el don de la curación y era la clave para encontrar a Lunnaris, porque solo ella podía manejar el Báculo de Ayshel. Fuera cual fuera su relación con Idhún... estaba claro que no iba a desaparecer con solo desearlo.
Lunnaris...
Victoria recordó con cuánta pasión hablaba Shail de aquel pequeño unicornio. Nunca más volvería a verla.
«Te fallé, Shail», pensó. «No sé qué hacer para encontrar a Lunnaris, no sé cómo utilizar el báculo para que me lleve hasta ella. Pero te juro que la encontraré, por ti».
Era una idea que llevaba días rondándole por la cabeza. Llevar a cabo el sueño de Shail. Encontrar a Lunnaris por él. Y hablarle del joven mago que la había salvado una vez y había consagrado su vida y su magia a buscarla en un mundo que no era el suyo.
«Encontraré a Lunnaris», prometió. «Aunque tenga que hacerlo yo sola».
El recuerdo de su discusión con Jack regresó de nuevo a su mente, y el dolor volvió a consumir su corazón. Lo echaba de menos, a veces incluso más que a Shail y, en ocasiones como aquella, procuraba recordar, por encima de todo, las palabras hirientes de él, para reavivar el enfado y tratar de calmar así el dolor de la separación. Cerró los ojos, pero el recuerdo de Jack seguía vivo en su interior, y se preguntó si lograría olvidarlo y seguir adelante sin él. Se preguntó si debería haberle dicho que sí lo necesitaba, que su vida resultaba gris si él no estaba en ella para pintarla con su sonrisa, que en aquellos meses se había acostumbrado tanto a tenerlo cerca que ahora se sentía vacía y espantosamente sola. Y se preguntó también si, de haberlo hecho, de haberle confesado todo aquello, habría cambiado en algo las cosas.
Probablemente no, pensó. Al fin y al cabo, se dijo a sí misma con rencor, Jack estaba deseando marcharse. Se había dado tanta prisa en hacerlo, de hecho, que no se había parado a pensar que, sin Shail ni Victoria, él no sería capaz de regresar a Limbhad. En aquel mismo momento podía estar en la otra punta del planeta. Tal vez no volvieran a encontrarse nunca más.
«Volveremos a vernos, Victoria...», resonó entonces un recuerdo en su mente. Se estremeció. Por alguna razón, se acordó de Kirtash. Si iba a continuar la búsqueda de Lunnaris ella sola, volvería a encontrarse con él tarde o temprano. Y ahora no tenía a Shail, a Alsan ni a Jack para protegerla.
Algo se rebeló en su interior ante la idea de tener que depender siempre de los demás. Había sido agradable dejarse querer por Alsan y Shail, pero Jack le había echado muchas cosas en cara, y ella quería... necesitaba demostrar que estaba equivocado.
«... no vuelvas a cruzarte en mi camino, criatura, porque no tendré más remedio que matarte la próxima vez», había dicho Kirtash.
«No», corrigió Victoria. «Si Jack no te ha matado antes, lo haré yo. No volverás a hacerme sentir así, tan indefensa, tan a tu merced. Volveremos a encontrarnos y, cuando lo hagamos... seré yo quien juegue contigo antes de matarte».
Perdida en sus sombríos pensamientos, Victoria franqueó la puerta del colegio.
No se dio cuenta de que, en lo alto del muro, se agazapaba una sombra oscura encubierta tras las ramas de los árboles.
Y aquella figura la observaba con un destello de calculador interés en sus fríos ojos azules.
SEGUNDA PARTE
Revelación
I
REENCUENTROS
Dos años después...
E
RA una cálida mañana de finales de agosto, y la mayoría de la gente de los apartamentos se había marchado ya a la playa. En la pista de tenis que había junto al bar, un joven de veintipocos años acababa de derrotar a su hermano mayor.
—Bah, me rindo –dijo este–. Hace demasiado calor para jugar. Me voy a la piscina.
—Venga, un poco más