casi no lo oyó. De pronto, su corazón volvía a latir, y lo hacía con demasiada fuerza. Tragó saliva. Había soñado tantas veces con aquel momento que tenía la sensación de que aquello no era real, que en cualquier momento despertaría... y que allí, frente a ella, no habría nadie.
Pero el muchacho seguía allí, mirándola. No se había desvanecido en el aire, como una ilusión, como un espejismo, como un hermoso sueño. Era de verdad.
—Jack –pudo decir ella.
Jack ladeó la cabeza y desvió la mirada, sin saber qué decir. Tampoco Victoria se sentía especialmente lúcida. Ambos habían ensayado miles de veces las palabras que dirían si aquel encuentro llegaba a producirse, pero había llegado el momento y los dos se habían quedado completamente en blanco.
Jack sabía desde hacía semanas que iban a volver a encontrarse, y había tenido más tiempo para hacerse a la idea, de modo que tenía ventaja. Alzó la cabeza, resuelto, y la miró a los ojos.
—Me alegro de volver a verte.
—Yo también... me alegro de verte a ti –dijo ella, y se dio cuenta de que era verdad.
—Has cambiado –dijo Jack.
No le pareció algo muy ocurrente, pero era lo que estaba pensando. Victoria tenía ya catorce años, casi quince, y no era la niña que había conocido. Había crecido... en todos los sentidos. Pero, obviamente, no pensaba decírselo, así que solo comentó:
—Ya no llevas el pelo tan largo.
Victoria jugueteó con uno de sus mechones de pelo castaño oscuro, azorada.
—Me lo corté hace unos meses, pero ya me ha crecido un poco. Y mira, me ha quedado así, como con bucles. Ya no lo tengo tan liso.
—Te queda bien –dijo él, y se sintió estúpido; después de tanto tiempo sin verse, solo se le ocurría hablar del pelo de Victoria.
Y el caso era que tenía muchísimas cosas que decirle. Podría contarle cómo había hablado con ella en sus noches a solas, podría decirle que su bloc de dibujo estaba lleno de bocetos de ella, de su rostro, de sus grandes ojos castaños, que lo habían contemplado tantas noches desde las estrellas; podría confesarle que había escuchado su voz en el viento cientos de veces, que la había recordado en todos y cada uno de los lugares más hermosos que había visitado... que la había echado de menos, intensa, dolorosa y desesperadamente.
Pero la chica que estaba ante él no era la niña que él recordaba, aunque tuviera sus mismos ojos, que todavía irradiaban aquella luz que a Jack le parecía tan especial. El tiempo parecía haber creado una distancia insalvable entre los dos. El chico comprendió que la memoria que tenía de ella tal vez ya no se correspondiera a lo que Victoria era ahora; y también supo que aquellos dos años podían haber enfriado los sentimientos de su amiga. Tal vez ella no lo había perdonado, tal vez lo había olvidado. Quizá incluso tuviera ya novio. ¿Por qué no?
—Tú también has cambiado –dijo entonces Victoria, enrojeciendo un poco.
—¿Sí? –Jack sonrió; tal vez su comentario no había sido tan estúpido, al fin y al cabo–. ¿En qué sentido?
—Bueno, has crecido, y estás más moreno... y... y...
«... y más guapo», pensó, pero no lo dijo.
Reprimió un suspiro. Tiempo atrás había estado enamorada de aquel chico, pero pronto había comprendido que, obviamente, él no la correspondía; de lo contrario, no se habría marchado con tantas prisas. Apenas había empezado a descubrir aquel sentimiento cuando Jack había abandonado Limbhad para ir a buscar a Alsan. Había sido doloroso entender lo que sentía por él justo cuando Jack ya no estaba, y durante mucho tiempo su corazón había latido con fuerza cada vez que veía una cabeza rubia entre la multitud. Pero nunca se trataba de él. Y ahora, cuando ya creía que lo había superado, Jack entraba de nuevo en su vida...
Pero no en sus sentimientos, se prometió Victoria. No, no estaba dispuesta a sufrir otra vez. En aquel tiempo había protegido su corazón tras una alta muralla, para que nadie volviera a entrar en él, para que no le hicieran daño otra vez. No había vuelto a enamorarse. Dolía demasiado.
Se preguntó, sin embargo, si aquella muralla estaba hecha a prueba de Jack. Procuró no pensar en ello. Había pasado demasiado tiempo; si él había sentido algo por ella, seguramente ya lo habría olvidado. Y Victoria no pensaba tropezar dos veces con la misma piedra.
Percibió que, algo más lejos, algunas chicas los espiaban con mal disimulada envidia, y sonrió para sus adentros. Miró a Jack y se dio cuenta de que él no se había percatado del revuelo que había ocasionado entre sus compañeras. Bueno, si él no era consciente de que era guapo, ella, desde luego, no se lo iba a decir.
—... y te has dejado el pelo un poco más largo –concluyó casi riéndose.
Alzó la mano para apartarle un mechón rubio de la frente. Sabía que sus compañeras se morían de envidia, y disfrutó del momento con un siniestro placer.
—¿Lo ves? Necesitas un buen corte de pelo.
—Tu pelo es más corto, y mi pelo es más largo. Brillante conclusión.
Los dos se echaron a reír. Por un momento, la distancia que los separaba ya no pareció tan grande.
—Bueno –dijo él, poniéndose serio–. Sé que soy un estúpido y que no merezco que me escuches después de lo que pasó, pero... en fin, he venido a pedirte... por decirlo de alguna manera... que me des «asilo político».
Victoria descubrió entonces la bolsa de viaje que descansaba en el suelo, a sus pies.
—¿No tienes adónde ir? Jack desvió la mirada.
—Nunca he tenido adónde ir, en realidad. No he vuelto a Dinamarca, aunque me queda familia allí. Pero Kirtash... él debe de ser ya consciente de eso. Así que decidí no volver a Silkeborg, para no ponerlos en peligro.
A Victoria se le hacía raro volver a hablar de Kirtash, volver a hablar con Jack, después de todo aquel tiempo.
—¿Dónde has estado hasta ahora, entonces? ¿Encontraste a Alsan?
—En realidad, fue él quien me encontró a mí. Es una larga historia.
—¿Ha venido contigo?
—Sí, pero se ha quedado en la ciudad porque tenía que hacer un par de cosas. Dijo que te llamaría esta tarde por teléfono para quedar contigo y que lo llevaras a Limbhad. Pero me ha enviado a mí por delante.
No le contó que él mismo le había pedido a Alexander que le permitiera encontrarse a solas con Victoria, antes de que se reunieran los tres. Tenía muchas cosas que hablar con ella.
—¿Quieres... volver a Limbhad? –preguntó la chica.
—Por favor –dijo Jack, y Victoria lo miró a los ojos, y vio que había sufrido, y que también había madurado. Estuvo tentada de recordarle «Te lo dije», pero ni siquiera ella era tan cruel–. Si me llevases... te lo agradecería mucho.
Los dos se quedaron callados un momento. Fue una mirada intensa, en la que se dijeron mucho de lo que no se atrevían a decir de palabra. Fue un instante mágico, que ninguno de los dos se habría atrevido a romper, por nada del mundo.
Pero ninguno de los dos se arriesgó tampoco a dar el primer paso, a hablar, a abrazarse con fuerza, pese a que lo estaban deseando con tanta intensidad que les dolía el corazón solo de pensarlo.
Había pasado demasiado tiempo. Y ellos ya no eran unos niños. Las cosas ya no eran tan sencillas.
—¿Te parece que nos vayamos ya? –propuso ella entonces.
El rostro de su amigo se iluminó con una amplia sonrisa.
—Tengo ganas de volver a ver la Casa en la Frontera –confesó con sencillez.
Victoria