vez a solas, se cogieron de las manos. Al menos, ahora tenían una excusa para hacerlo. Jack quiso estrechar con fuerza las manos de Victoria, pero no se atrevió. Y la muchacha, por su parte, descubrió, con pánico, una grieta en su muralla que, por lo visto, no estaba hecha a prueba de Jack. De manera que se apresuró a cerrar los ojos un momento y a llamar al Alma; y la conciencia de Limbhad acudió, feliz de reencontrarse con una vieja amiga. Y, aún tomados de las manos, los dos desaparecieron de allí, de vuelta a la Casa en la Frontera.
—No está muy acogedor –se disculpó Victoria–, porque ya no vengo mucho por aquí. Estaba todo tan solitario...
Jack no contestó enseguida. Pasó una mano por una de las estanterías de su cuarto, sin importarle que estuviera cubierta de polvo. Había dejado su bolsa sobre la cama y había recuperado su guitarra del interior del armario. Pulsó algunas cuerdas y se dio cuenta de que estaba desafinada. Sonrió.
—No pasa nada –dijo–. Estoy de vuelta, y eso es lo que importa.
Ella sonrió también.
—Sí –dijo en voz baja–. Eso es lo que importa.
Dio media vuelta para marcharse y dejar a Jack a solas en su recién recuperada habitación. Jack alzó la cabeza, dejó la guitarra y salió tras ella.
No iba a dejar pasar la oportunidad. Esta vez, no.
—Espera –dijo, cogiéndola del brazo.
Victoria se detuvo y se volvió hacia él. Jack la miró a los ojos, respiró hondo y le dijo algo que llevaba mucho tiempo queriendo decirle:
—Lo siento. Siento haberte dejado sola, siento todo lo que te dije. No debería haberlo hecho.
Victoria titubeó. La muralla seguía resquebrajándose.
—También yo lo siento –dijo por fin–. Sabes... cuando te dije que no volvieras nunca más... no lo decía en serio.
Jack sonrió. Su corazón se aligeró un poco más.
—Lo suponía –le tendió una mano–. ¿Amigos?
No era eso lo que quería decirle, en realidad. Pero antes de empezar a construir algo nuevo, pensó, habría que reconstruir la amistad que habían roto tiempo atrás.
Sin embargo, Victoria se lo pensó. Ladeó la cabeza y lo miró, con cierta dureza.
—Volverás a marcharte, ¿verdad? A la primera de cambio. En cuanto te canses de estar aquí.
No lo sentía en realidad. Solo estaba intentando reparar su muralla. Pero Jack no podía saberlo.
—¿Qué? ¡Claro que no! Ya te he dicho que Alsan... quiero decir, Alexander...
—Sí, ya me has dicho que ha vuelto. Y tú vas donde él va. Me he dado cuenta.
—¿Pero qué te pasa ahora? –protestó Jack, molesto–. ¡Ya te he pedido perdón!
Victoria lo miró, sacudió la cabeza y dio media vuelta para marcharse.
—¡Espera!
Jack la agarró del brazo, pero ella se liberó con una fuerza y una habilidad que sorprendieron al muchacho.
—No creas que vas a poder hacer conmigo lo que quieras, Jack –le advirtió–. Ya no soy la misma de antes. He aprendido cosas, ¿sabes? Me he estado entrenando. Sé pelear. No estoy indefensa. Y no te necesito. Ya no.
Jack fue a responder, ofendido, pero se lo pensó mejor y se tragó las palabras hirientes. No iba a rendirse tan pronto. No, después de todas las veces que había soñado con aquel reencuentro.
Y le dijo aquello que tenía que haberle dicho dos años atrás y no había dicho:
—Yo sí te necesito, Victoria.
La muchacha se volvió hacia él, sorprendida. Jack respiró hondo, sintiéndose muy ridículo. Pero ya estaba dicho. La cosa ya no tenía remedio.
—¿Quieres que me vaya otra vez? –le preguntó, muy serio.
Victoria abrió la boca, pero no fue capaz de decir nada. Se había puesto a la defensiva y había estado preparada para devolverle una réplica cortante, pero no para responder a aquella pregunta. Los ojos verdes de Jack estaban llenos de emoción contenida, y Victoria supo que, con aquella mirada, su amigo había asestado un golpe mortal a la muralla que ella seguía tratando de levantar entre los dos.
«Pero para él soy solo una amiga», se recordó a sí misma, por enésima vez.
Para no tropezar dos veces con la misma piedra.
Y, sin embargo, no podía negar lo evidente, de forma que dijo, en voz baja:
—No. No quiero que te vayas. Se miraron otra vez.
Y esta vez, los sentimientos los desbordaron, por encima de la timidez, de las dudas, de la distancia. Se abrazaron con fuerza. Jack era consciente de que la había echado muchísimo de menos; cerró los ojos y, simplemente, disfrutó del momento. Victoria, por su parte, deseó que aquel abrazo no terminara nunca. De nuevo, la calidez de Jack derretía el hielo de su corazón. Y descubrió, con horror, que de su alta muralla ya no quedaban más que unas tristes ruinas. Se estremeció en brazos de Jack y soñó, por un glorioso instante... que él la quería, y que la había querido siempre.
Pero sabía que eso no era verdad.
—No quiero que te vayas –repitió.
—No me iré –prometió él–. Y... bueno, nunca debí marcharme. Llevo mucho tiempo queriendo decirte que, en el fondo... no quería marcharme. Perdóname por haberte dejado sola.
Se sintió mucho mejor después de haberlo dicho.
—No, perdóname tú a mí –susurró ella–. No lo dije en serio entonces, ¿sabes? Sí que te necesitaba. Eras mi mejor amigo. Mi mundo no ha sido el mismo desde que te marchaste.
Jack tragó saliva. Sus sentimientos se estaban descontrolando, e intentó ponerlos en orden. Habían sido muy buenos amigos, pero nada más, que él supiera. Debía mantener la cabeza fría, Alexander siempre le había dicho que no era bueno precipitarse.
Era imposible que su amistad se hubiera convertido en algo más en aquel tiempo que llevaban separados. Aquellas cosas surgían del roce, y no de la distancia.
Además, Victoria había hablado en pasado. Nada indicaba que siguiera necesitándolo como entonces.
Y había hablado de amistad. Solo de amistad.
Jack se dio cuenta de que necesitaría tiempo para intentar entender sus propios sentimientos... y los de Victoria. Y no quería asustarla tan pronto. Hacía mucho que no se veían; no era el mejor momento para hablarle de lo que sentía por ella porque, entre otras cosas, tampoco estaba seguro de tenerlo claro.
Ni estaba preparado para leer el rechazo en los ojos de ella.
—Me gustaría volver a ser tu mejor amigo, entonces –le dijo–. Si... todavía te interesa, claro.
Como aún seguían abrazados, Jack no vio la sombra de dolor que pasaba por los ojos de Victoria. Y tampoco percibió que la chica volvía a reconstruir su muralla en torno a su corazón.
A toda velocidad.
—Claro –dijo Victoria, separándose de él, con decisión–. Pero no quiero entretenerte más. Querrás descansar, ¿no? Ponte cómodo, date una ducha si quieres. Renovaré la magia de Limbhad, podré hacerlo si uso el báculo, y funcionarán las luces y el agua caliente...
—No uso agua caliente –le recordó él, y enseguida se sintió estúpido por haberlo dicho. No era importante. Nada era importante, comparado con ellos dos.
Pero Victoria siguió hablando, y Jack comprendió que el momento había pasado.
—Ah, sí, lo olvidaba. Siempre te duchas con agua fría. Bueno, ya sabes que dentro de un