Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


Скачать книгу

las mesas, sus ocupantes miraron a Alsan con cierta desconfianza, y los más cercanos a él apartaron sus sillas. Pero él esbozó una sonrisa siniestra, y todos miraron hacia otra parte.

      —¿Por qué han hecho eso? –preguntó Jack, cuando ambos se sentaron en una mesa junto a la ventana–. No te conocen de nada.

      —Instinto –respondió Alsan, sonriendo de nuevo de aquella manera tan inquietante–. Inconscientemente, la gente reconoce a un depredador cuando lo tiene cerca.

      Jack se estremeció. Quiso preguntar algo, pero entonces llegó el camarero. Jack pidió un refresco de limón, con mucho hielo. Alsan no pidió nada.

      —Al principio vagué de aquí para allá –empezó a contar el joven–, y debo confesar que causé muchos destrozos. De lo cual no me siento orgulloso.

      —Lo sé –dijo Jack en voz baja–. Como el Alma no nos daba ninguna pista acerca de ti, decidí buscarte por mi cuenta. Investigué en los periódicos y en internet... buscando artículos que hablasen de algún tipo de bes..., mons... –se interrumpió, azorado.

      —Bestia o monstruo –lo ayudó Alsan–. Puedes decirlo tranquilamente. Es lo que era, y lo que todavía soy, de vez en cuando.

      —Bueno, yo fui primero a Londres –dijo Jack–, tengo conocidos allí, unos amigos de mis padres. Como hace mucho tiempo que perdimos el contacto con ellos, supuse que no sabrían nada de lo que les pasó, y tenía razón. Pero solo me quedé con ellos unos días, lo justo para saber dónde empezar a buscarte. Vi en internet noticias sobre algunas personas que decían haber visto en el bosque una extraña bestia, un loup-garou –lo miró fijamente–. ¿Por qué Francia?

      —No lo sé, no fue premeditado. Cuando el Alma me preguntó adónde quería ir, no pude pensar en nada más que en irme lo más lejos posible de la civilización, y del lugar donde vivía Victoria. Pero en el fondo no quería alejarme mucho ni perderos de vista. Supongo que por eso no llegué muy lejos.

      »Avancé hacia el este, hacia los Alpes, llegué hasta Suiza, luego el norte de Italia, Austria... siempre por zonas boscosas o montañosas, evitando el contacto con los humanos. Pero era inevitable que de vez en cuando me viera alguien, que trataran de darme caza, de matarme o capturarme... con consecuencias fatales para ellos, en la mayoría de los casos.

      —Yo te seguí la pista por media Europa –musitó Jack–, haciendo autostop o cogiendo algún tren o algún autobús, cuando podía. Lo cierto es que no tenía mucho dinero –confesó–, y he vivido casi como un vagabundo todo este tiempo. A veces he conseguido sacarme algunos euros haciendo recados y chapucillas, pero no mucho, la verdad, solo lo bastante para comer, continuar mi viaje y, de vez en cuando, poder dormir en algún albergue en lugar de tener que hacerlo al raso. A mí también han intentado cogerme muchas veces para meterme en algún orfanato, o reformatorio, pero no les he dejado.

      Le temblaba la voz otra vez. Alsan se imaginó a Jack solo, recorriendo Europa a pie, sin dinero, sin ningún lugar a donde ir, pasando frío en las noches de invierno, y empezó a comprender lo dura que había sido la búsqueda del muchacho. Jack captó su mirada y añadió, tratando de restarle importancia:

      —En el fondo, ha sido divertido. Iba a donde quería, sin ataduras, sin límites. Nunca me había sentido tan libre.

      Sonrió, y Alsan sonrió también.

      —Deberías haberte quedado en Limbhad –le dijo, sin embargo–. Si Kirtash hubiera llegado a encontrarte...

      —No lo ha hecho. Y, aunque así hubiera sido, estoy preparado –vaciló antes de confesar–: Me llevé conmigo la espada, Domivat, cuando abandoné Limbhad. Así he podido entrenar todos los días, repitiendo los movimientos una y otra vez, Alsan, para no olvidar nada de lo que tú me enseñaste.

      Alsan lo miró, emocionado, pero no dijo nada. Jack siguió hablando.

      —Pero te perdí la pista –dijo–. En el sur de Austria.

      Dejé de encontrar noticias acerca de la bestia semihumana, y ya no supe qué pensar. No me quedó más remedio que establecerme allí, buscar un trabajillo... Pero no pude quedarme mucho tiempo, así que seguí dando tumbos de un lado para otro, hasta que llegué aquí, a Chiavari. No me preguntes cómo ni por qué estoy aquí, porque, la verdad, llevo mucho tiempo perdido. Hace un año que no sé nada de ti, y no podía volver a contactar con Victoria. Sabes que yo solo no puedo volver a Limbhad, y tampoco sé dónde vive ella exactamente, ni su teléfono, ni nada. Me marché de allí con tanta precipitación que no se me ocurrió pedírselo.

      Titubeó un momento; estuvo a punto de hablarle de su discusión, del daño que le habían hecho las palabras de Victoria («No te necesito... Márchate y no vuelvas por aquí»), pero el tiempo había curado las heridas, y en aquellos momentos se sentía muy estúpido por haberse dejado arrastrar por una rabieta que ahora le parecía infantil y absurda. Ahora veía las cosas de otra manera; tal vez, si no se hubiera precipitado tanto a la hora de marcharse, habría podido organizar mejor la búsqueda de Alsan, y no habría tenido tantos problemas. Pero se había ido sin tener ningún modo de contactar con Victoria; y, cuando en las frías noches de invierno había tenido que dormir al raso, había echado de menos la cálida casa de Limbhad, y había maldecido mil veces su poca cabeza.

      —Llegué a pensar que nunca más volvería a saber de vosotros –concluyó en voz baja.

      Calló y desvió la mirada, oprimiendo con fuerza la cadena con el amuleto del hexágono que Victoria le había dado tiempo atrás, el día de su llegada a Limbhad, y que todavía conservaba.

      La había echado de menos muy a menudo. Muchísimo. Su suave sonrisa, la luz de sus ojos, todos los momentos que habían pasado juntos... todo aquello había acudido a su memoria, una y otra vez. Y muchas veces, su mente volvía atrás en el tiempo, hasta aquel instante en el que había pensado que no debía marcharse. Se imaginaba a sí mismo diciendo en voz alta las palabras que no había llegado a pronunciar. Interiormente, le había pedido perdón de mil formas distintas. Se había visto abrazándola y prometiéndole que seguirían juntos... pasara lo que pasase.

      Pero eso no había ocurrido. Y ya no había vuelta atrás. Nada iba a devolverle los dos años que había pasado lejos de su mejor amiga. Incluso había llegado a pensar que ya nunca tendría ocasión de decirle en persona todo lo que sentía.

      Alsan lo observó durante unos breves instantes.

      —¿Cuántos años tienes, Jack? –le preguntó.

      —Quince –respondió el chico, un poco sorprendido por la pregunta–. Cumpliré dieciséis en abril. Pero parezco mayor, y con dieciséis ya se puede trabajar, así que últimamente estoy encontrando las cosas un poco más fáciles.

      —Quince –repitió Alsan–. Y parece que fue ayer cuando te salvé de Kirtash y te llevé a Limbhad. Entonces eras solo un chiquillo asustado. Ahora eres todo un hombre.

      Jack sonrió, incómodo.

      —No soy un hombre aún. Tal vez en tu mundo los chicos de quince años sean hombres, pero aquí seguimos siendo chavales.

      —Tú, no. Mírate, Jack. Has crecido, y no me refiero a la altura. Eres mucho más maduro, y no me cabe duda de que sabrías arreglártelas en casi cualquier situación. Estoy orgulloso de ti.

      Jack desvió la mirada.

      —Todavía no me has dicho por qué te fuiste –dijo en voz baja.

      —Porque la mía era una lucha que debía librar yo solo –Alsan clavó en él la mirada de sus inquietantes ojos–. Pero desde el principio supe que había muchas posibilidades de que no saliera vencedor, y por eso debía alejarme de vosotros cuanto antes.

      »Y tenía razón. El espíritu de la bestia era mucho más fuerte, mucho más salvaje que mi alma humana. En uno de mis escasos momentos de lucidez, decidí quitarme la vida.

      »Un hombre me salvó. No recuerdo su nombre ni su rostro, pero estuvo hablándome durante mucho rato, mientras