la insipidez de lo legal y público. El corazón apasionado se alimenta de la flor de lo desconocido. Envidio á los que, al abrir los ojos, dicen: «¿Qué me pasará hoy?, ¿qué comeré hoy?...» Hombre santo y ejemplar, tus luchas son como una comedia que compones y representas tú mismo en el teatro de tu conciencia para conllevar el fastidio del puritanismo. El bien y el mal, esos dos guerreros que nunca acaban de batirse, ni de vencerse el uno al otro, ni de matarse, no cruzan sus espadas en tu espíritu. En ti no hay más que fantasmas, ideas representativas, figuras vestidas de vicios y virtudes, que se mueven con cuerdas. Si eso es la santidad, no sé yo si debo desearla. Duerme... (Volviéndose hacia un cuadro de la Virgen, Murillo auténtico.) Pero, lo que yo digo: los santos deben estar en el cielo. La tierra dejárnosla á nosotros los pecadores, los imperfectos, los que sufrimos, los que gozamos, los que sabemos paladear la alegría y el dolor. (Contemplando otra vez á Orozco.) Los puros, que se vayan al otro mundo. Nos están usurpando en éste un sitio que nos pertenece. (Principia á amanecer.)
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