Martin del Barco Centenera

La Argentina: La conquista del Rio de La Plata


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viento hace á veces amigable, Navégase con él al occidente: Despues de aquesta tórrida doblada, Está casi ya hecha la jornada.[56] La costa del Brasil reconocida, Y un isla, Santa Bárbara, tomada. Por la insignia imperial que de corrida Allí fué por D. Pedro bien fijada, Conocen que su armada fué surgida En ella, mas tocando de pasada, El rumbo enderezaron muy aína Al isla dicha Santa Catalina. De aquí el Gobernador ha despachado Con gente que descubran el camino, A Dorantes de Bejar, buen soldado; El cual fué, y con presteza mucha vino. Noticia del camino cierta ha dado; Por donde caminando con buen tino, La tierra adentro entraron muy gozosos, Mas de los naturales recelosos. No quiero referir la gran miseria, Trabajos, infortunios que sufrieron En aqueste camino, y su lazeria, Y hambre y sed que todos padecieron. Pues vemos no murió en aquella feria Alguno de trecientos que allá fueron. Que aquesto de las hambres y su queja, Solo á Mendoza y á Zárate se deja. En tanto que Alvar Nuñez caminaba Al Paraguay con guias muy derecho, Su gente con salud toda llevaba A manos el camino de indios hecho. Sabido por Irala que llegaba, Con maña, que la usaba en su provecho, Envia á cierta gente de corrida, Que el parabien le dén de su venida. Sobre cuarenta el quinto año corria, Cuando el buen Alvar Nuñez ha llegado, Y no el cuarenta y siete se cumplia, Cuando se vé de grillos rodeado. La causa de este mal y tirania, Y de caer el pobre de su estado, Envidia fué, que suele, dó se ofrece,[57] Aquello combatir que mas florece. Llegado al Paraguay se determina De ir el rio arriba descubriendo, Y sin hallar noticia de oro ó mina, Con barcos y navíos fué subiendo. Trecientas y mas leguas pues camina, Hasta saber de plata: pero viendo Que la rabiosa muerte andaba suelta, Por no perder su gente dió la vuelta. San Fernando se dice este parage, Dó se tuvo notícia de riqueza: Mas era tan enfermo el estalage, Que cobran los soldados gran tibieza. Dejaron á esta causa su viage, Que promete sacarlos de pobreza: Que la piel por la piel el mentiroso, Nos dijo, que dá el hombre y el reposo. Si la muerte no teme aquesta gente, El Argentino fuera mas somoso El dia de hoy, que nueva ciertamente, Se tuvo aquí de un indio belicoso. La plata y oro bello reluciente Se ha visto, no es negocio fabuloso, Que cántaros de oro á maravilla Tenia aqueste indio y gran vajilla. En una gran laguna este habitaba, Entorno de la cual están poblados Los indios, que á su mano él sugetaba En pueblos por gran órden bien formados. En medio la laguna se formaba Un isla, de edificios fabricados, Con tal belleza y tanta hermosura, Que exceden á la humana compostura. Una casa el Señor tenia labrada[58] De piedra blanca toda hasta el techo, Con dos torres muy altas á la entrada, Habia del una al otra poco trecho. Y estaba en medio de ellas una grada Y un poste en la mitad della derecho, Y dos vivos leones á sus lados, Con sus cadenas de oro aherrojados. Encima de este poste y gran coluna, Que de alto veinte y cinco pies tenia, De plata estaba puesta una gran luna, Que en toda la laguna relucía. La sombra, que hacia en la laguna, Muy clara desde aparte parecía. ¿Quien hay que no tomára una tajada De la luna, aunque fuera de menguada? Pasadas estas torres, se formaba Una pequeña plaza bien cuadrada; En el mayor estío fresca estaba, Que de árboles está toda poblada, Los cuales una fuente los regaba, Que en medio de la plaza está sitiada, Con cuatro caños de oro gruesos, bellos, Que yo sé quien holgára de tenellos. La pila de la fuente mas tenia De tres pasos en cuadra su hechura: De mas que de hombre mortal parecía En talle, perfeccion y compostura. En estremo la plata relucía Mostrando su fineza y hermosura. El agua diferencia no mostraba De la fuente y pilar dó se arrojaba. La puerta del palacio era pequeña, De cobre, pero fuerte y muy fornida: El quicio puesto, y firme en dura peña, Con fuertes edificios guarnecida. Seguro que del pelo y de la greña, Del viejo del portero, que es crecida, Pudieramos hacer un gran cabestro: Oid pues del viejazo el mal siniestro. Aquellos que por dicha ya han pasado Por medio de las torres y coluna, Habiendo las rodillas ya postrado, Levantando los ojos á la luna, Aqueste viejo así les ha hablado, Con una muy feroz voz importuna, Y dice: "A este adorad, que es solo uno El Sol, y fuera dél otro ninguno." En alto está un altar de fina plata, Con cuatro lamparillas á los lados Encendidas, y alguna no se mata, Que estan cuatro ministros diputados. Un sol bermejo mas que una escarlata, Allí está con sus rayos señalados: Es de oro fino el sol allí adorado, ¿Mas hay de quien él sea deshechado? Aqueste gran Señor de esta riqueza El gran Mojo se dice, y es sabido Muy cierto su valor y su nobleza: Su ser, y señorío enriquecido De sus vasallos, fuerzas, y destreza, Por nuestro mal habemos conocido: Que pocos tiempos ha que en cortas trechas, Probamos la fiereza de sus flechas. ¡A que no fuerzas, hambre detestada Del oro, que los ánimos perdidos Tras tí llevas con ànsia tan nefanda, Que ciega las potencias y sentidos! Con todo désque ven que la muerte anda De priesa, con temor los doloridos, Que habian emprendido este viaje, Se vuelven para atras de este parage. Volviendo pues la gente de su entrada, Sucede en la Asumpcion una tormenta: Dos hombres la levantan, que escusada La tal ó motin es, si no lo inventa El pecado, que cosa es muy usada. Lebron el uno es, el otro Armenta: Desde que el Gobernador preso tenia, Muy bueno ha andado Armenta, les decia. Sucede á prima noche el desbarate: El pobre caballero está durmiendo. Entrégales la puerta Juan Oñate, Y así de golpe entraron con estruendo. A voces dicen todos ser dislate Que con la vida quede, que viviendo, Habrá de causar mal, pues está cierto El hombre no hablarà despues de muerto. Rasquin con un arpon enarbolado Le apunta amenazando que se diese. De la cama se ha el pobre levantado, Sin saber de este caso como fuese. La espada con gran ánimo ha empuñado; Mas ¿quien era posible resistiese A tantos, pues que Hércules el griego No pudo contra dos entrar en juego? Irala astuto, sabio, cauteloso, Del enfermo se hizo en este punto, Y por quedar él libre y ganancioso, Segun pude saber, y lo barrunto A Cáceres agudo y bullicioso, Le dice, con Venegas vaya junto, Y Cabrera, del Rey tres oficiales, Principio y causadores de estos males. El pueblo conmovieron ignorante, Y en odio le encendieron como brasa. Acude á la prision, y en un instante Le sacan muy asido de su casa. Irala se ha hallado muy triunfante, Que cierne, hiñe, y masa aquesta masa, Y siendo el preso puesto en tal aprieto, Por caudillo de todos es electo. Comienza gobernando pues Irala Su negocio á entablar, y aficionaba A todos, y en mil cosas se señala, Y al pobre con mas veras ayudaba. Empero corta, abrasa, hiende, tala Al que el contrario bando acompañaba: De suerte, que el leal era tenido Por hombre vil, infame y abatido. A muchos ahorcó de los leales, Diciendo que la tierra perturbaban. A tal punto se vino, que los tales En los montes y bosques habitaban. Los que eran causadores de estos males, Lo bueno de la tierra se gozaban; Los otros hambreaban suspirando, Y á Dios justa venganza suspirando. Entre otros que prendió fuera Vergara, Hermano de Ruy Diaz Melgarejo: Y á aqueste sino huye le ahorcára, Que voluntad no falta y aparejo. Al otro con su hija le casára; Ruy Diaz nunca fué de tal consejo, Y así con los leales se ha huido, Andando por los bosqués escondido. Había Diego de Abreu tomado La mano en señalarse con cuadrilla, Contradiciendo á Irala por alzado. Son Abrego y Ruy Diaz de Sevilla: Consigo mucha gente han congregado; Irala ha procurado de seguilla, Y algunos los conmueve por regalo, Y á muchos cuelga y pónelos de un palo. Irala sale en esto con armada, Y el rio arriba yendo bien se aleja; Y porque la ciudad sea gobernada, A D. Francisco de Mendoza deja. Lazcano muy malvado de celada, Con ánimo endiablado se le queja, Diciendo no conviene que tuviese Por un tirano el mando, y desistiese. Y que él con los leales trataría, Que en nombre del Gran Carlos se eligiese, Y aquesto facilmente lo haría, Sin que persona alguna lo impidiese. Tratólo de tal suerte, que hacia Que el triste D. Francisco le creyese: Con este engaño y falso compellido, Mendoza de su mando ha desistido. Al punto que desiste luego viene La gente de leales de los sotos, Y el Abrego leal no se detiene, Que espera de tener aquí mas votos: El Lazcano malvado pues no tiene Los filos del intento, malos votos, Que con presteza á muchos sobornando, Al Abrego procura dén el mando. Malvado llamo á Lazcano yo en mi verso Por ser causa primera de un gran daño, Que nunca se perdiera el universo, Por Mendoza mandar siquiera un año: Que si buen celo tuvo al fin fué adverso A Mendoza causando un mal tamaño, Y al Abrego de muerte, y gran fatiga A todos cuantos eran de la liga. El Abrego por votos fuè elegido, Que cédula real dispone de esto: Y siendo ya del pueblo recibido, Comienza de envidar todo su resto. El Mendoza se vé tan afligido, Y acaso le fué Abrego muy molesto, Que no pudo sufrir verse burlado; Y oid en lo que para este nublado. Con sus pocos amigos, dicen, quizo Tratar de recobrar con nueva traza El mando. Mas este otro tiene aviso Del caso, y con presteza dále caza: Y préndele al punto de improviso, Y la cabeza cortánle en la plaza.[59] Al tiempo que cortar se la querian,