href="#u912994f7-e0aa-44da-b13f-d9261b0a0027">CANTO DECIMO-CUARTO. CANTO DECIMO-QUINTO. CANTO DECIMO-SEXTO. CANTO DECIMO-SEPTIMO. CANTO DECIMO-OCTAVO. CANTO DECIMO-NONO. CANTO VIGESIMO. CANTO VIGESIMO-PRIMERO. CANTO VIGESIMO-SEGUNDO. CANTO VIGESIMO-TERCIO. CANTO VIGESIMO-CUARTO. CANTO VIGESIMO-QUINTO. CANTO VIGESIMO-SEXTO. CANTO VIGESIMO-SEPTIMO. CANTO VIGESIMO-OCTAVO.
DISCURSO PRELIMINAR
a la
ARGENTINA DE BARCO CENTENERA.
Cuando salió á luz este poema sobre la conquista del Rio de la Plata, las musas castellanas habian desplegado, en las obras de Garcilaso, Herrera y Luis de Leon, un estilo culto y elegante. Ni la lucha intestina de Fernando el Catòlico contra los Moros, ni las guerras exteriores de su sucesor Carlos V, fueron bastantes à detener los progresos de las letras, que sin proteccion y estìmulo florecieron en el reinado sombrío é inquisitorial de Felipe II. El gusto de la literatura italiana, que à mediados del siglo XVI. se habia generalizado en España, y el verso endecasilabo, introducido por Boscan, pusieron en voga à los grandes modelos que se ilustraron en la epopeya, y Ariosto, Camoens, y Taso, tuvieron sus émulos è imitadores.
Mientras que Zapata, Urrea y Samper celebraban à porfia las glorias de Carlos V, Pinciano escribia el Pelayo; Cueva, la Conquista de la Bética; Hojeda, la Cristiada; Mosquera y Zamora, la Numantina y la Saguntina; y el fèrtil è inagotable Lope de Vega, la Dragontea, el Isidro y la Jerusalen. Entre tantos ensayos desgraciados, ocupaba un lugar eminente el poema de D. Alonso de Ercilla, que al relatar los sucesos de Arauco, podia decir como Enea
quorum pars magna fui.
El mismo objeto se propuso D. Martin del Barco Centenera en su Argentina, en que describiò los acontecimientos que presenciaba, sino con toda la escrupulosidad de un historiador, almenos con un fondo de candor que le grangea crédito y confianza. Nació en Logrosan, en el partido de Trujillo en Extremadura, cerca del año de 1535, cuando se fundò por primera vez Buenos Aires, de la que estaba destinado á cantar la reedificacion. Abrazò el estado eclesiástico, y en clase de capellan acompañò la expedicion que, en 1572, saliò del puerto de San Lucar, bajo los auspicios del Adelantado Juan Ortiz de Zárate. La descripcion de este viage, una de las partes mas interesantes del poema, los amagos de una tempestad, y los estragos del hambre que estallò en Santa Catalina, son pinturas animadas de los incidentes de una larga navegacion.
En los veinticuatro años que pasò en Amèrica, el deseo de observar tantos objetos nuevos y curiosos, le hizo tomar parte en varias empresas, en las que arrostrò grandes peligros, siendo testigo de infinitas desgracias: y al cuidado que tuvo de relatarlas debemos las únicas memorias que nos quedan de un perìodo importante en la conquista de estas regiones. Acompañó á Melgarejo y á Garay en casi todas sus expediciones, y, segun parece indicarlo, fué uno de los que concurrieron à la fundacion de Buenos Aires en 1580.[1]
De todas las privaciones que sufrió, la que mas le molestò fué el hambre. Sus efectos fueron sobre todo terribles en Santa Catalina, donde á los horrores de una escasez absoluta se agregaron los de una crueldad refinada en los gefes, que enviaban al cádalso á los que luchaban con la muerte por falta de alimentos. El autor deplora estos rigores culpables; porque
La cosa á tal extremo habia llegado
Que carne humana ví que se comia.[2]
El mismo tuvo que echar mano de lagartijas, que no le parecieron tan sabrosas como ciertos gusanos que comiò despues en las márgenes del rio Huybay. Los habia de dos especies, y se criaban en cañas mas corpulentas que los robles:
En muy poco difieren sus sabores:
Estando el uno y otro derretido,
Manteca fresca á mi me parecia;
¡Mas sabe Dios el hambre que tenia![3]
En uno de estos apuros tuvo que usar de su influjo para tranquilizar la conciencia de una muger, que habia hurtado un perro sin atreverse à echar mano de él. Este episodio puede servir á dar una idea del génio festivo del poeta.
Viniendo de la iglesia una mañana
Que habia sacrificio celebrado,
Una comadre mia, Mariana,
De su pequeña choza me llamaba
En una isla, dó antes la tirana
Le habia á su marido sepultado:
Y oid lo que me dice muy gozosa,
Aunque del hecho suyo recelosa.
Un solo perro habia en el armada,
De gran precio y valor para su dueño:
Llamado, entró ese dia en su posada,
Mas nunca mas salió de aquel empeño;
Porque ella le mató de una porrada,
Al tiempo del entrar, con un gran leño.
Mostrándolo, me dice: ¿Qué haremos? Yo dije:—Asad, Señora, y comeremos.
Estos lances de la vida estàn descritos en un estilo fácil y natural, que es el tono ordinario del poeta; sin que le falte vigor para elevarse, cuando su alma se halla profundamente conmovida. Si no fuera por no multiplicar citas, reproduciriamos varios trozos que nos parecen dignos de competir con los modelos mas acabados de la poesia castellana. Sirva de egemplo la octava, en que describe el hambre que asaltó à los compañeros de D. Pedro de Mendoza en Buenos Aires:
Comienzan á morir todos rabiando,
Los rostros y los ojos consumidos.
A los niños que mueren sollozando
Las madres les responden con gemidos:
El pueblo sin ventura lamentando
A Dios envia suspiros dolorosos:
Gritan viejos y mozos, damas bellas
Perturban con clamores las estrellas.[4]