que lincharan. Y luego dio la cara por el tipo que había estado a punto de matarle. Mintió en una declaración jurada para no meter en líos a otro tío. Y encima está como un tren, ¿verdad? —Estaba furioso, pero su voz sonaba baja, apocada por la humillación que le había infligido su esposa—. A un tío así, cuando te lo cruzas por la calle, no sabes si te dan ganas de tirártelo o de tomarte una cerveza con él.
Charlie fijó la mirada en el suelo. Ella había hecho ambas cosas, y los dos lo sabían.
—Ha llegado Lenore.
La secretaria de Rusty acababa de parar su Mazda rojo ante la verja.
—Ben, lo siento —dijo Charlie—. Fue un error. Un error espantoso.
—¿Dejaste que se pusiera él encima?
—Claro que no. No seas absurdo.
Lenore tocó el claxon. Bajó la ventanilla y les saludó con la mano. Charlie le devolvió el saludo con la mano abierta, tratando de indicarle que esperara un minuto.
—Ben…
Pero ya era demasiado tarde. Su marido ya había entrado y estaba cerrando la puerta.
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