Jose Maria de Pereda

Al primer vuelo


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entonces se guerreaba y se vivía de cierto modo, y los lugares más altos y más inaccesibles o de más fácil defensa, eran los preferidos para fundar pueblos; al revés de lo que acontece hoy por exigencias de nuestro modo de vivir; pero ejemplos de puertos de mar, de poblaciones costeñas, que vayan de mal en peor desde medio siglo acá, no conozco más que uno, el de Villavieja. No parece sino que se le dio el castigo con el nombre que se le puso. A este propósito le diré a usted que he registrado los archivos municipales, los eclesiásticos y hasta desvanes particulares con el fin de averiguar algo sobre la fundación de esta villa y el origen y fecha de su nombre, y que nada he conseguido. Con decirle a usted que ni siquiera figura en el mapa de España que hay aquí en la escuela pública, está dicho todo. Si se hace uno cruces al notar aquella falta de rastros históricos donde tanto debieran abundar, le dicen los doctos villavejanos: «eso y más de otro tanto destruyó la francesada.» «Corriente, se les replica; pero ¿en qué consiste lo del mapa? ¿por qué no figura este puerto en él?» A estas preguntas responden que también eso es obra de los franceses, por rencores de otros tiempos, es decir, de los tiempos de «la francesada». Aquí anda «la francesada» todavía tan fresca y tan rozagante como si hubiera pasado por Villavieja antes de ayer. Replíqueles usted que el mapa ese y otros tales no están hechos en Francia, sino en España. Lo negarán en redondo, porque no conciben en los españoles que no sean villavejanos, talentos tan considerables; y si alguna excepción le admiten, sostendrán que la omisión se ha hecho, se hace y se hará en ese mapa y en todos los mapas, por envidias y malquerencia de la gente de Madrid. El caso es que se ignora por qué se bautizó esta villa, al nacer, con el calificativo de vieja, o si se le dio más tarde a título de mote expresivo. Lo que no tiene duda es que el nombre, o la maldición o lo que sea, le cae a maravilla.

      »Tiénese, y tengo yo también, por causa principalísima de este mortecino estado de cosas, la inextinguible y tradicional enemiga que existe, como usted sabe, entre los Carreños de la Campada y los Vélez de la Costanilla, los dos principales barrios, según usted recordará, bajo y alto, respectivamente, de Villavieja. Estas dos familias que tuvieron cierta relativa importancia fuera de aquí, y aquí mucho prestigio siempre, han podido, y aun hoy, que han venido muy a menos, podrían hacer o conseguir que otros hicieran algo bueno y beneficioso para la localidad; pero precisamente les ha dado la calentura por ahí; es decir, por estorbar, por destruir los de arriba cuanto proyectan o discurren los de abajo, y viceversa; y de este modo, unos por otros se va quedando la casa por barrer. Añádase a esto que Villavieja nunca ha podido agenciarse un valedor en Madrid ni en la capital de la provincia; que la carretera nacional pasa a media legua de distancia de la villa, sea porque los ingenieros no tuvieron noticia de nosotros cuando la trazaron, o porque nos concedieron escasísima importancia; que la provincia no ha querido construir ese pequeño ramal de empalme, y que este municipio no ha logrado mejorar debidamente la áspera senda que hace sus veces, porque siempre que lo ha intentado, no con gran empeño, ha nacido la sospecha en los de la Campada o en los de la Costanilla, de que el intento era cosa de los de la Costanilla o de los de la Campada, y se le ha llevado el demonio con las artes de costumbres; añádanse, repito, y ténganse presentes estos hechos y algunos más de su misma traza, que no necesito mencionar, y hasta resultará una justificación de la conducta de los villavejanos. Al verlos tan tranquilos, tan apegados a su cáscara y tan satisfechos y enamorados de ella, verdaderamente se duda si el estado material de la villa es obra de la dejadez del habitante, o si el habitante es así porque haya encarnado en su naturaleza, como espíritu, la catadura singular de la villa.

      »Alguien se forjó la esperanza de que con la moda del veraneo entre las gentes ricas del interior, y las excelentes condiciones de esta playa, tan abrigada y espaciosa, no faltaría quien se fijara en ella, empezando de ese modo y por ahí una era de relativo florecimiento para la villa y su puerto. ¡Buenas y gordas! Vino, seis años hará, una familia de muy lejos, con dinero abundante y dispuesta a bañarse y a pasar aquí una larga temporada. Por de pronto, le costó Dios y ayuda encontrar hospedaje, y ese malo. Al día siguiente estuvieron a punto de ahogarse la señora y sus dos hijas, por no haber hallado a ningún precio quien se prestara a servirlas de bañero, y no saber ellas dónde se metían. Al hijo mayor, joven de veinte años, le desplumaron aquella misma noche en el Casino; y al otro día se largaron todos por donde habían venido, después de haberles sacado el redaño el posadero. Claro está que no han vuelto por aquí, ni alma nacida tampoco.

      »En otra ocasión se denunció en este mismo término, y a la puerta de casa, algo que parecía buena mina de carbón de piedra: lo olieron unos ingleses y la compraron por poco dinero. Creímos algunos que por ese lado iba a hallarse la villa un buen remiendo para su capa; pero después de algunos trabajos preparatorios y una explotación somera de la mina, la abandonaron los explotadores, o mejor dicho, se la vendieron por cincuenta mil reales a tres sujetos de aquí. Al cabo se quedó con la empresa uno solo, comprando las representaciones de los otros dos con un ochenta por ciento de merma. Este sujeto, un tal Barraganes, rematante de arbitrios, la explota desde entonces arañando por encima y ocupando en las labores, sólo a temporadas, cuando más, ocho obreros cuyo hallazgo le cuesta un triunfo. Para llevar a vender, donde convenga mejor, lo que se va acopiando de este modo tan sosegado, viene un vaporcillo de cabotaje cada cuatro o seis meses; y éste es el único barco que fondea en este puerto años hace. Los ingleses hicieron una carreterilla desde la mina al embarcadero, cosa de dos kilómetros, pero, por desgracia, en dirección contraria a la general del Estado; afianzaron un poco el ruinoso muelle con unos cuantos sillares y media docena de tablones, y eso hemos salido ganando. De estas cosas y otras que también dejo mencionadas, y algunas que mencionaré más adelante, ya le enteré a usted en su debido tiempo, así como del rumbo que gastaba el inglés principal, lo apegado que estaba a la villa, y lo muchísimo que la hubiera enseñado, si como se marchó a los dos años de haber venido, porque la mina les dio chasco, permanece entre nosotros dos años más siquiera; pero se lo vuelvo a referir a usted porque, en mi deseo de darle el cuadro completo, no quiero omitir en él ninguno de sus componentes principales, aunque ya le sean conocidos.

      »No habrá usted olvidado lo que pasó con aquel señor catalán que estuvo aquí no hace mucho con el intento de establecer una fábrica de salazón y de escabeches, trayendo, para surtirla de pescado, una escuadrilla de lanchas bien tripuladas, y contratando rumbosamente las tres que aún había en el puerto. En cuanto le conocieron las intenciones los villavejanos más arrimados a la playa, le dieron tal zambullida en la mar, cogiéndole de improviso un anochecer, de diciembre, por más señas, y tal corrida de palos a la salida, que no esperó ni a mudarse la ropa para huir de Villavieja, lo mismo que un perro de aguas.

      »No quiero citar más ejemplos de esta clase, por lo mismo que abundan en mi memoria y también en la de usted; y le advierto que de las mencionadas tres lanchas pescadoras que había en este puerto cuando la zambullida y subsiguiente zurribanda al catalán, no queda ya más que una. Las otras dos se hicieron astillas en la playa, donde las habían varado para recorrerlas un poco, con un marejón tremendo de Levante, cosa rara aquí, que se les fue encima una noche, de repente. Los dueños se quedaron sin ellas, y los pescadores que las tripulaban a la parte, tan satisfechos. Así como así, estaban deseando dejar el oficio que, tras de peligroso, no les daba de comer por falta de mercado, en lo cual tenían razón, bastante más que la que tuvieron para echar a palos de Villavieja al señor catalán que quiso contratarlos con buen sueldo.

      »Ahora se han agenciado un par de botecillos remendados; y merodeando aquí y allá con ellos, como merodean otros tales, a mar llana, van viviendo muertos de hambre. A estos botes, cosa de media docena en junto, y a una lancha, queda reducido hoy el material de pesca en un puerto tan considerable como éste. Y así y todo, anda de sobra el pescado en la villa, no por lo mucho que viene de la mar, sino por lo que, de lo poco, sobra para el consumo de la población, único mercado que tiene por falta de comunicaciones rápidas con otros.

      »El comercio, en general, ha ido a menos, aunque le parezca a usted mentira. Han quebrado dos establecimientos de comestibles, de los que usted conoció, y se ha cerrado otro. Quedan otros tres: uno de ellos en la Costanilla, otro en la Campada y otro en la plazoleta del Maravedí. De tabernas no hablo, porque se supone que abundan.

      »También ha habido alguna merma en el ramo de pañeros. Por de pronto, la antiquísima y afamada Perla de