Agustín Blasco

Ética y bienestar animal


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los judíos implica prácticas consideradas inadmisibles en la moderna legislación europea; pero, por otro lado, el respeto a las creencias religiosas colisiona –como en tantos otros casos– con la legislación, y se tiende a la «excepción cultural», puerta a través de la cual entran todas las excepciones que pueden producir problemas; es por esa misma puerta por la que entran los espectáculos taurinos de toda índole en España, y por la que podrían entrar las peleas de gallos o de perros si hubiera alguna tradición firmemente establecida en algún país de la Unión Europea. De algunas de estas situaciones de ética práctica hablaremos más adelante. Por su incidencia social, las situaciones de ética práctica más corrientes son las que afectan a la crianza de animales de granja y su consiguiente transporte y sacrificio, y las que afectan a los experimentos de laboratorio con animales, tanto los que se utilizan con fines médicos como los que se utilizan con fines de investigación en otras áreas.

      Las actividades relacionadas con los animales están influidas también por el tipo de animal al que nos referimos. Parece obvio que el sufrimiento de un insecto y de un mamífero no es comparable, y que hay una gradación evolutiva que implica poner más atención en las consecuencias de nuestros actos con mamíferos superiores que con reptiles; por ejemplo, las condiciones en las que los animales son criados en los zoológicos intentan hoy día emular en lo posible las condiciones naturales de los animales que allí se guardan, y esto se lleva a cabo con particular cuidado en el caso de mamíferos y, dentro de los mamíferos, en el caso de los primates.

      Por último, la imagen que los humanos tienen de los animales influye decisivamente en el trato que se les dispensa. Las palomas, animales particularmente agresivos, son consideradas un símbolo de la paz y mimadas a expensas de la limpieza y conservación de edificios históricos. La idea humana de libertad hace que se quiera en ocasiones guardar animales en zoológicos u otras instalaciones con una cantidad de espacio que el animal no usa en condiciones naturales. Gerald Durrell, director del zoológico de Jersey y hermano del famoso novelista Lawrence Durrell, ha hecho notar que muchos animales viven en condiciones naturales en un espacio que no ocupa más allá de tres árboles, y que muchos animales necesitan un área en la que se sientan tranquilos y seguros más que grandes cantidades de espacio para moverse (Durrell, 1976). La colisión entre la percepción humana y los intereses de los animales produce en ocasiones paradojas; puede facilitársele a un animal instalaciones poco apropiadas simplemente porque nuestra impresión es que será más feliz en ellas, como ocurre con el caso de las gallinas al que me he referido antes. Hay siempre un obvio riesgo de antropomorfismo, a pesar de los intentos de «ver cómo los monos ven el mundo» (Cheney y Seyfarth, 1990).

      Negar el problema presenta ciertas comodidades desde el punto de vista intelectual, pero su aplicación práctica tendría consecuencias devastadoras para la naturaleza. Hay una cierta fascinación por el mundo natural en muchos de los defensores de los animales, pero la naturaleza, como producto de la evolución, no es buena ni mala, es simplemente neutra. La evolución es, por otra parte, un proceso ciego, sin un fin determinado, y no está garantizado que la evolución no vaya a producir sistemas menos complejos que los actuales, más primitivos, si las condiciones del medio lo requieren –como de hecho ya ha ocurrido en numerosas ocasiones; véase, por ejemplo, Gould (2002, p. 311)–. La evolución no garantiza que los animales carezcan de sufrimiento, y el bienestar de los animales en condiciones naturales es frecuentemente muy pobre; los parásitos, las enfermedades, cuando no la falta de alimento o las luchas con los depredadores, convierten la vida animal en la naturaleza en algo menos romántico de lo que aparenta ser; no es cierta la creencia popular de que la cebra no siente dolor al ser devorada por el león –véase la cita del evolucionista Richard Dawkins que encabeza el apartado «El corazón del problema» (p. 119)–. Pero es que además los sistemas naturales evolucionan produciendo la extinción de ciertas especies y el predominio de otras. Si se quiere gestionar seriamente un parque natural, hay que sacrificar algunos animales cuyo exceso sería perjudicial para el equilibrio ecológico que se busca y la naturaleza per se no garantiza, y promover la reproducción de otros animales en momentos determinados. La apelación a la naturaleza no se hace en nombre de la naturaleza, sino en nombre de la civilización; es por nuestra civilización por lo que queremos conservar los ecosistemas en un estado determinado.

      El bienestar animal

      Debemos hacer frente al hecho de que el servicio de los animales domésticos ha llegado a ser, justa o injustamente, una parte integral del sistema de la sociedad moderna; no podemos prescindir inmediatamente de estos servicios, como no podemos prescindir del propio trabajo humano. Pero podemos dar lugar, al menos como un paso de cara a un futuro mejor, a unas condiciones de trabajo, tanto para hombres como para animales, en las que el trabajador obtenga algún placer de su trabajo, en lugar de experimentar toda una vida de injusticia y maltrato.

      Henry SALT, Animal’s Rights Considered in Relation to Social Progress, 1894.

      El bienestar animal puede evaluarse y medirse de diversas formas. La más inmediata es observar el comportamiento del animal: si da muestras de dolor, si presenta comportamientos anormales que indiquen que está sometido a estrés. La medida en la que un animal siente dolor es un problema importante del que hablaremos en el capítulo 2; de momento nos basta con considerar que, efectivamente, los animales sufren dolor y éste es más semejante al que nosotros sentimos cuanto más cerca están de nosotros en la escala evolutiva. De poco servirían los experimentos con animales para estudiar el dolor humano si no tuviera nada que ver su