Juan Valera

A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos


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leyes y costumbres y diferentes idiomas en que manifestarse, los objetos, aunque hallados casi todos en el mismo lugar, varían en extremo. Sólo por la lengua ó escritura de los manuscritos pueden éstos clasificarse en hieráticos, demóticos, cópticos, griegos, latinos, arábigos y péhlvicos, ó sea en la lengua oficial de los persas en tiempo de los Sasanidas.

      Los últimos vienen á demostrar con evidencia que á principios del siglo VII de nuestra Era, el Egipto fué conquistado por Cosroes II, y que la dominación persa en aquel país se extendió hasta la Nubia.

      Por la materia en que los documentos de la colección están escritos, también hay notable diversidad. Lo que más abunda es el papiro, desde los tiempos de Ransés II, el Sesostris de las historias clásicas. Siguen los escritos en papiro, después de la conquista de Alejandro Magno, en el periodo helénico de los Ptolomeos, durante la dominación romana y en la época bizantina.

      Cuando los árabes se apoderaron del Egipto, la civilización no se eclipsó ni retrocedió, y el cultivo de la planta de que se saca el papiro y la fabricación del papiro tomaron mayor incremento, proporcionando al Egipto prosperidad y riqueza. Las más importantes fábricas estaban en Wasima y en Bura, cerca de Damieta, desde donde se enviaba esta mercancía á los más distantes y opuestos mercados: á Roma, á Constantinopla, á Bagdad, y á Córdoba.

      En la colección del archiduque Raniero hay papiros escritos en lengua arábiga, desde la conquista muslímica, en el siglo VII, hasta bien entrado el siglo X; los hay del tiempo de los primeros sucesores del Profeta, y de las dinastías de los Omiadas, Abasidas y Tulunidas.

      En el siglo X, ó tal vez antes, se había ya extendido por el Asia occidental y había penetrado hasta el Egipto mismo un poderoso rival del papiro que había pronto de vencerle y dar con él por tierra. Era este rival el papel de trapo. A lo que parece, el papel se conocía y usaba en China desde la edad más remota. Los árabes le importaron en Occidente. La época de este gran acontecimiento ha venido á fijarse, poco ha, con maravillosa exactitud. Se marca el día, el mes y el año en que fué. Fué el 7 de Julio del año 751 de la Era cristiana. Los anales arábigos y los chinos están contextes en esto. Kao-Hsien-fa, general de Corea, fué vencido por los árabes, que llevaban por auxiliares á los turcomanos, cerca de una ciudad llamada Kangli, en la orilla del río Tharâz. Los vencedores traspasaron las fronteras mismas del Celeste Imperio persiguiendo á los chinos, y les hicieron muchos prisioneros. Entre ellos había, por feliz casualidad, algunos que tenían por oficio hacer papel. Fueron éstos llevados á Samarkanda, donde pronto empezaron á ejercer su industria. Los productos de ella se difundieron, desde Samarkanda, por el Occidente de Asia, por Africa y por Europa. Si tardó casi dos siglos en vulgarizarse el papel y en vencer al papiro, fué porque los primeros fabricantes sólo de algodón sabían hacerle, y les faltaba, ó bien abundaba poco, la primera materia. Al cabo vino á inventarse el hacer el papel de trapos viejos, y pronto entonces se trasplantó esta industria á otros puntos. La segunda fábrica, de que hace mención la historia, se estableció en Bagdad el año de 795, reinando el califa Harun-al-Raschid. No tardó mucho, probablemente, en haber también fábricas de papel en Damasco, y desde allí el papel empezó á conocerse en Europa, tomando el nombre de Charta Damascena.

      En Egipto, los árabes emplearon ya el papel desde el siglo IX, y en la colección del archiduque Raniero se ven escritos en esta materia, empezando desde dicha época y continuando durante las dinastías de los Ichschidas, Fatimidas, Aijubidas y Mamelukos.

      Y lo más singular, y acaso una de las cosas que dan más precio á esta colección, es que, no sólo hay manuscritos en papel, sino que evidentemente hay también papeles, grabados ó impresos, que datan del siglo X. Los árabes no se limitaron á traer el papel desde la China, si no que, por lo visto, trajeron también el arte de la imprenta antes de que Gutenberg le inventase. Ya se entiende que esto excita la curiosidad y el asombro, pero en manera alguna disminuye la gloria de Gutenberg, como no quita á Colón la gloria de haber descubierto la América el descubrimiento muy anterior y harto infecundo de los islandeses.

      Como quiera que sea, en la colección del Archiduque hay no pocos papeles impresos, completamente como los imprimían los chinos, y que son de mediados del siglo X.

      El papel manuscrito es en la colección, según es natural, más antiguo que el impreso.

      El primero, por orden cronológico, entre los estudiados ya, es una carta, en cuya dirección escrita en el respaldo se lee la fecha correspondiente al año 873 de nuestra Era. Hay después un fragmento de contrato del año 909. La colección, además de papiros y papeles, contiene escritos en madera, en barro, en telas, en tablas de cera, en metal y en varias clases de pergaminos de vaca, de carnero, de becerro y de antílope, que eran los más estimados.

      El conocimiento del arte de escribir y de todos los recados y sustancias con y en que se escribe se puede adquirir visitando esta colección, que viene á ser una serie de monumentos de su historia. Y no es el menos notable un cesto, de paja y cáñamo entrelazados, donde hay tres paletas de madera muy dura, en que se frotaba la pastilla ó barra de tinta sólida, humedeciéndola, para que, desleída, sirviese. En cada paleta hay huecos en que se envainaban las cañas ó plumas, de las que se conservan tres. Cesto, cálamos y paletas, que aún tienen tinta endurecida, son de mil doscientos años antes de Cristo, si hemos de dar fe á los inteligentes y al testimonio de un papiro con escritura hierática, que estaba unido á dichos objetos.

      Como se ve, todos ellos forman un tesoro de imponderable valor para el anticuario, y están ahora expuestos al público en cinco salones del Museo austriaco de artes é industria.

      Lo más importante lo descubrió y trajo á Viena el señor Teodoro Graf, de quien, en 1884, lo adquirió el Archiduque.

      El tesoro procede de diversos puntos, por ejemplo, de Al-Uschmunein, la antigua Hermópolis; pero el fondo principal se ha encontrado cerca de Medina-al-Fayun, no lejos del lago Moeris, entre las ruinas de la ciudad de Schet, llamada por los griegos Crocodilópolis ó Ciudad del Cocodrilo, porque allí era adorado el dios Sobk, cuya cabeza era como la de dicho animal. Schet se llamó más tarde Arsinoe, en honor de la segunda reina de este nombre, hija de Ptolomeo I.

      El libro, de que vamos extractando todas estas noticias, se titula Guía de la Exposición; está impreso en la imprenta Imperial y Real de la Corte y del Estado, y ha sido compuesto por tres principales autores. En lo egipcio ha trabajado el Sr. J. Krall; en lo greco-latino el Sr. K. Wessely, y en lo arábigo el Sr. J. Karabacek, de quien es también la Introducción de la obra.

      Como yo no acierto á escribir nunca con el conveniente disimulo ó hipocresía, que alguien llama pudor literario, y, sin poderlo remediar, impongo al público en mis secretos como si el público estuviese formado de amigos íntimos, no he de ocultar aquí los sentimientos y pensamientos, acaso abominables y vitandos, que acuden á mi alma ó en ella se despiertan, al visitar la referida Exposición ó al hojear el libro que la describe. ¿Hubiera perdido algo el linaje humano con que todos estos papiros y papeles se hubiesen perdido sin llegar hasta nosotros ó con que nunca el Sr. Graf los hubiese descubierto? Sin duda que suministran datos importantes y fehacientes, que aclaran no pocos puntos históricos, y esto es una gran cosa; pero proporciona tanta fatiga el estudiarlos, descifrarlos y traducirlos, que no sé si el resultado obtenido compensará nunca la fatiga. Si yo no fuese tan aficionado á saber, si mi afán de enterarme de todo no fuese tan vivo, me importaría poco que se descubriese, cada día, un cúmulo de manuscritos como el que posee y exhibe el Archiduque: pero yo quiero saberlo todo, y como el tiempo me falta, y la vista me va faltando también, y sé poquísimos idiomas, se apoderan de mi espíritu la inquietud, el mal humor, algo como miedo de acometer un trabajo nuevo y algo como envidia de aquellos para quien apenas es trabajo sino deleite el investigar tales escritos y poner en claro lo que dicen. Entonces me explico y casi aplaudo la supuesta ó verdadera conducta del califa Omar, del Licenciado Barrientes, del Cardenal Cisneros, del arzobispo Zumárraga, y de otros de quienes se cuenta que han quemado manuscritos. La gente los denigra y los saca á la vergüenza como insensatos fanáticos, pero yo tal vez los miro como heróicos dechados de caridad desagradecida. Por fortuna, pronto desecho esta extraviada manera de pensar y de sentir; y pues hay manuscritos, aspiro á saber lo