Juan Valera

A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos


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y son, á lo que parece, los únicos en su género.

      Entiéndase que yo hablo como profano y que no acierto á decidir si el péhlvi en que están escritos los papiros de la colección archiducal es otra lengua distinta de aquella en que está escrita parte del Zendavesta, ó si hay algún libro sagrado escrito en un péhlvi menos antiguo, ya del tiempo de los Aquemenides, ya del tiempo de los Arsacidas, ya del de los Sasanidas mismos. En este último caso, dicho libro podría servir, como escrito en idéntico idioma, para traducir los manuscritos persas del Archiduque.

      La parte de los manuscritos latinos es muy pequeña en el Catálogo. El latín era en todo el Imperio romano el idioma de las leyes y de la milicia; pero, en Egipto, para la administración, el comercio y los contratos, se empleaba el griego. Así es que hay pocos manuscritos latinos y casi todos de asuntos militares.

      Es de lamentar que entre tanto manuscrito del largo, del milenario período greco-latino, apenas se haya descubierto nada que tenga valor estético, salvo el pedazo del coro de Orestes, con su música. Lo más notable, después de dicho coro, es un fragmento del prólogo de un drama de Epicarmo, titulado Ulises explorador, donde el astuto héroe se disfraza de mendigo y penetra en Troya para averiguar lo que allí pasa. Hay asimismo dos hojas de pergamino de un discurso de Esquines impugnando á Demóstenes. El discurso fué pronunciado 330 años antes de Cristo; y el pergamino de que hablamos es del siglo v de nuestra Era. Hay, por último, dos antífonas del siglo iv, y pedazos de las Escrituras Sagradas y de varios Evangelios no canónicos.

      La conquista de Egipto por los árabes, en 642, fué para el pueblo conquistado una felicidad, aunque efímera. Los árabes fueron recibidos por los coptos como simpáticos vengadores y libertadores. No eran como los bárbaros que habían acabado con la dominación romana en Europa, sino un pueblo de cierta cultura sencilla, primitiva y patriarcal, cultura que contaba siglos de duración y que en no pocos de sus rasgos tenía bondad y aun delicado refinamiento. Como los árabes venían además, en corto número, ni querían, ni podían, ni necesitaban oprimir demasiado, luego que pasaba el primer choque de la invasión y de la guerra. Amrú, en otro tiempo mercader de cueros y de especias, y luego general del califa Omar, invadió el Egipto y se apoderó de aquella región fértil y dilatada, con un pequeño ejército de tres mil á cuatro mil hombres bien disciplinados. Por una corta capitación anual podía cada habitante vivir tranquilo en su casa, con su familia, su religión y sus leyes. Amrú, lejos de quemar la Biblioteca de Alejandría, protegió las artes, la industria y el comercio, é hizo que el Egipto volviese á florecer.

      Los papiros que describe el Catálogo dan repetidos testimonios de esta benéfica suavidad de la conquista musulmana. Los aficionados á ensalzar el islamismo hallarán aquí nuevas pruebas de que, si bien los árabes no fueron un pueblo inventor, fueron conservadores de las ciencias, aficionados á ellas, y vehículo é intermedio de las invenciones, ideas y civilización de otros pueblos.

      Durante algunos siglos, tal vez se pudo imaginar que la luz del saber iba á extinguirse entre los pueblos cristianos y á resplandecer entre los muslimes, y que éstos llevaban la delantera en el camino del progreso: pero, en el seno tenebroso de la barbarie europea, en medio de las ruinas del Imperio de Occidente, de donde surgieron nuevos Estados, compuestos de una inerme y abyecta grey, oprimida por una casta superior, ignorante y belicosa, había gérmenes tan fecundos, que de ellos brotó esta civilización más alta, que dura aún, que ha llegado á maravilloso desenvolvimiento, y que es de esperar que ya nunca muera, á pesar de las extrañas enfermedades que suelen atacarla cuando más se ufana y se engríe con sus triunfos y su gloria. Las naciones muslímicas, entre tanto, han descendido muy por bajo del nivel que en su origen tenían y se han sumido en la barbarie. Como no nos incumbe aquí explicar las causas de todo esto, nos limitamos á decir que en los manuscritos del Archiduque hay abundancia de datos que pueden valer para explicarlo, y que, por consiguiente, dichos manuscritos no importan sólo á la historia de Egipto, sino á la historia de la civilización del linaje humano.

      Acaso se pruebe por ellos que no duró mucho la mejor condición del pueblo bajo el dominio musulmán. La población decrece en los sucesivos censos, aunque puede atribuirse á que no pocos coptós se hacen sectarios del Islam; la opresión y los malos tratos van aumentando contra los que no reniegan; y los tributos cunden y se agrandan poco á poco, hasta el punto de echar de menos los peores días del imperio bizantino.

      De todos modos, la cuestión es complicada y no debe decidirse de plano. La rica colección de documentos, que posee el Archiduque, es un arsenal que suministra armas para defender cualquiera tesis. Lo que desde luego puede afirmarse es que, en aquellos siglos, ninguna horda, tribu ó nación hacía ni hubiera hecho conquista tan benigna como las de los árabes. Los dieciocho preciosos documentos, de que el Catálogo da cuenta, contemporáneos de la conquista, y sólo posteriores los más en doce ó catorce años á la muerte de Mahoma, manifiestan la bondad y la moderación de los conquistadores. En cambio, otros documentos de época posterior se pueden aducir, como prueba de la dureza de la dominación muslímica, al menos contra los cristianos. A veces los sellaban en la mano con un hierro candente, y á los que no llevaban este sello los solían castigar con azotes, y hasta con la muerte. Bien es verdad que los coptos se rebelaron en varias ocasiones, y ya la rebelión sofocada, fueron reducidos muchos á la condición de esclavos, pudiendo acaso decirse en defensa de los muslimes que en los pueblos de la Cristiandad hubo hasta muy tarde la cruel costumbre de sellar á los esclavos de la misma suerte, no en la mano, sino en la cara.

      Al lado de esta y otras huellas de ferocidad, hay también documentos, de los que da cuenta el catálogo, en que conviene celebrar ciertas elegancias, primores y hasta ternuras que parecen propias de las más cultas edades. Citaré, por ejemplo, el fragmento de una carta de amor, escrita en el siglo ix, donde el amador ausente se considera tan herido en el corazón y en el alma, que va á morir de mal de ausencia. Es además muy interesante la postdata de esta carta sentimental, ya que por ella se ve que fue confiada á una paloma mensajera. En el siglo ix estaba, pues, establecido este modo de correo, y es probable que, no sólo el gobierno, sino los particulares, hubieran podido valerse de él. De trecho en trecho había estaciones ó palomares, á cada uno de los cuales llegaba con cada carta una paloma que á él pertenecía: los empleados allí confiaban la misma carta á otra paloma, que la llevaba hasta la próxima estación, y así sucesivamente llegaba la carta á su destino. De esta manera, sin duda, el califa recibía nuevas de cuanto iba ocurriendo en sus extensos dominios. Tal vez estas nuevas se ponían en conocimiento del público. Como prueba de que los particulares se valían del mismo medio de comunicación, puede aducirse, en los tiempos más antiguos, un papiro ó pergamino finísimo destinado al efecto, y más tarde, unas hojitas de papel, que se llamaba de pájaro, y que venía á tener seis centímetros de ancho y nueve de largo.

      En suma, la colección de manuscritos del Archiduque, en su parte arábiga, da á conocer ya mucho la vida, usos y costumbres de los muslimes en los siglos medios; aclara bastantes puntos oscuros, corrige no pocos errores históricos, y ofrece aún vasto y apenas explorado campo, primero al estudio de los arabistas, y después á las consideraciones, comentarios y consecuencias que pueden y deben sacar los historiadores y los filósofos.

      Yo me he limitado á dar de todo la más superficial noticia. Para terminar, recomiendo ahora á mis lectores, si alguno tengo que sea curioso y entendido en estos asuntos, que, ya que no pueda ver la Exposición, compre el catálogo y le lea. Con esto sabrá algo, pero no lo sabrá todo. El catálogo es una fuente ó, si se quiere, un río de conocimiento; pero los objetos no catalogados ni descritos aún son la mar. Me aseguran que pasan de cien mil. Todos los días anuncian los periódicos de aquí interpretaciones ó explicaciones de nuevos manuscritos. Anteayer mismo trajeron que se habían descifrado un himno demótico al Dios Soknopaios, compuesto por su propio sacerdote y escrito en un rollo de papiro de más de un metro de largo, y dos ó tres capítulos de la obra de Xenofonte, titulada Helénica, donde trata de los últimos casos de la guerra del Peloponeso.

      Sólo Dios sabe lo que se descubrirá todavía; y como será cuento de nunca acabar, no debe ser censurado que en cierto modo acabe yo este articulo sin que, en realidad, acabe ni haya motivo para que acabe.