trescientos ó cuatrocientos ejemplares de que consta la tirada, las dos terceras partes quedan con las hojas unidas sin que llegue á separarlas la plegadera.
Mi espíritu muy inclinado á las contradicciones, si bien más aparentes que reales, me ha llevado á decir cuanto va dicho, sobrado extensamente si se mira al objeto que hoy me mueve á escribir, y me lleva en seguida á añadir algo que parece diametralmente opuesto. Y lo parece aunque no lo es, porque, á fin de llegar á la clasificación y selección deseada, á que tengamos bien determinadas nuestras obras maestras, y á que salgan, digámoslo así, de entre el ingente cúmulo de cuanto se ha escrito, para que el vulgo las admire, importa que ese ingente cúmulo se forme todo y venga á ser conocido, al menos por los que especialmente se dedican al estudio.
En este sentido, sin salvedad ninguna y con toda el alma, es menester declarar que son altamente beneméritos de la patria y de la cultura castiza, Gallardo, Estébanez Calderón, Gayangos, Durán, Barrera y Leirado, Sancho Rayón, Zarco del Valle, Valmar, Cañete, los dos Fernández-Guerra y algunos otros.
El autor del libro de que voy aquí á dar cuenta, ha venido á colocarse á no poca altura, en compañía de tan ilustres críticos y eruditos.
Aunque D. Domingo García Pérez es portugués de nación, pasó su primera mocedad en Granada, y estudió en el colegio del Sacro-Monte, donde fué compañero de los Fernández-Guerra, y donde, sin duda, tuvo por maestros á D. Juan de Cueto y á D. Baltasar Lirola, quienes hubieron de inspirarle su buen gusto en literatura y su amor á la de Castilla y al idioma de Castilla. Dan prueba de ello el estilo fácil y castellano castizo con que su libro está escrito; la gran copia de noticias curiosas é interesantes que el libro contiene sobre la vida y las obras, de quinientos ó seiscientos autores, y la multitud de composiciones, muy raras ó inéditas, que en sus páginas encierra.
Sin duda el Sr. García Pérez debe bastante, como él mismo confiesa, á trabajos anteriores de los críticos eruditos castellanos que mencionamos ya, y también á los trabajos de algunos egregios portugueses, como Barbosa, Inocencio de Silva y Costa Silva; pero es de admirar lo mucho enteramente nuevo con que ha sabido enriquecer su obra.
Ésta sigue el orden alfabético por los apellidos de los autores, que nos atreveremos aquí á distinguir y á clasificar.
Unos son celebérrimos en Portugal; son los principes de las letras de aquel pueblo. Lo que han escrito en portugués casi siempre vale ó importa más que lo que han escrito en castellano. En este número pueden ponerse Camoens, Gil Vicente, Bernardín Riveiro, Mousinho de Quevedo, el P. Vieira y dos condes y una condesa de Ericeira. Otros son tan ilustres y tan dignos de serlo en Portugal como en Castilla; así, por ejemplo, Sa de Miranda. Otros, aunque portugueses, alcanzan más gloria y nombradía por sus escritos en castellano, y se cuentan entre nuestros clásicos, como Jorge de Montemayor, Gregorio Silvestre y D. Francisco de Melo. Y otros que, si menos gloriosos, son en España muy conocidos por su laboriosidad fecunda, como Faría y Souza.
Es muy grande el número de dramaturgos portugueses que, sobre todo, bajo el dominio de los tres Felipes, escribieron en castellano sus comedias. El más ilustre fué Matos Fragoso. Síguenle dos Pachecos, Cayetano Souza Brandao y otros varios, entre ellos algunas poetisas. De todos trae García Pérez noticias biográficas y bibliográficas en abundancia.
Más interesante, y casi siempre más nuevo, suele ser lo que nos enseña el Sr. García Pérez sobre otros portugueses que también escribieron en castellano, y son célebres por su ciencia, por sus hazañas, por sus peregrinaciones ó por el brillante papel que representaron en la historia de la Península, y aun de todo el mundo, interviniendo en nuestros descubrimientos, colonizaciones, misiones y conquistas. Así el infante D. Pedro; García de Santisteban, compañero del Infante y narrador de sus viajes por las siete partidas del mundo; el gran Fernán Méndez Pinto, cuya veracidad se va limpiando de sospecha conforme se conocen mejor el Asia Central y el extremo Oriente; Pedro Texeira, que nos describió la Persia; el eminente geómetra y cosmógrafo Pedro Núñez; el astrónomo Silva Freire y bastantes misioneros y médicos, escritores y á menudo peregrinos, que nos han informado de la fauna, de la flora y de las lenguas, usos, religión y costumbres de tierras y naciones remotas.
No pequeña parte del libro del Sr. García Pérez la ocupa otro linaje de escritores, que por su casta y creencias se pueden agrupar, y cuyos escritos y vidas eran hasta ahora muy poco ó nada conocidos, á no ser por sujetos de mucha erudición ó muy consagrados á un estudio especial. Hablo de la multitad de judíos portugueses, que huyendo de la Inquisición fueron casi todos á refugiarse á Amsterdam y en otras ciudades de Holanda y Francia, donde escribieron en castellano poesías, novela, filosofía, religión, política y otras ciencias. En esta cuenta, si bien alguno pueda tenerse por español, como Miguel de Barrios, que nació en Montilla, aunque de origen portugués, pone nuestro autor á Manasés ben Israel, á los Abarbanel y Abohab, á Baruch Nehemias, á David Neto, á Isaac Orovio de Castro, á Samuel Silva, á Moisés Pinto Delgado, á Abraham Pizarro, á Abraham Ferreira, á Antonio Henríquez Gómez, y á no pocos más, mostrando notable diligencia en los informes que da de las varias andanzas y de los escritos de cada uno de ellos.
Algunos artículos del Catálogo del Sr. García Pérez tienen extraordinaria extensión y retratan hábilmente la condición moral y la vida del personaje á que se refieren. Entre estos artículos merece mencionarse aquí el del famoso conde de Villamediana, poetizado por su trágica muerte y por los bellos romances históricos del duque de Rivas. La circunstancia de haber nacido el Conde en Lisboa, por haber ido allí sus padres cuando Felipe II se coronó rey de Portugal, hace que el Sr. García Pérez le incluya en su catálogo. De su vida y de sus escritos inéditos publicó, pocos años ha, un libro interesante el Sr. Cotarelo y Mori. El asesinato del Conde hace ganar á éste alguna simpatía; pero justo es declarar que, si la venganza fué criminal é infame, casi puede calificarse de merecida. Villamediana abusó de su ingenio, que le tuvo sin duda, aunque estragado por el mal gusto, la pedantería y la carencia de sentido moral, y abusó de su riqueza, de su posición, de sus bríos y de otras buenas prendas personales, para ser procaz y satírico, pendenciero, vicioso y con las mujeres violento y desenfrenado. Su lance con la marquesa del Valle, que fue su amiga, y á quien, por celos, arrancó las joyas que le había dado, desgarrándole el vestido, abofeteándola y magullándola hasta el punto de que aquella dama estuvo á la muerte, es acción tan brutal que no tiene perdón, fuesen las que fuesen las traiciones é infidelidades de la víctima. Y no contento Villamediana con el material ultraje, volvió á ofender á la dama hiriéndola en el alma y pisoteando su honra en un romance que hizo circular, y donde la acusa de que el caudal de él no bastó á saciar la codicia de ella, y donde, aludiendo al glorioso Hernán Cortés, de quien procedía el título de la Marquesa, dice á ésta jugando del vocablo:
De la herencia de Cortés, |
Que en herencia te cabia, |
Heredas ser cortesana, |
Repudias la cortesia. |
De otro singular personaje nos informa también muy detenidamente el Sr. García Pérez, prometiéndonos casi la publicación de un curioso manuscrito que de él posee. Es una relación circunstanciada de lo que vió, observó é hizo el autor, durante algunos meses del año de 1605, que estuvo pretendiendo en Valladolid, donde residía entonces la corte. Por lo que se puede presumir de las muestras que he visto de esta obra, hay en ella mucho chiste y gracejo, si bien combinado con el deplorable mal gusto, el enmarañado y pedantesco culteranismo, la impertinente erudición y el abuso de los retruécanos. Aunque el autor, que se llamaba Tomé Pinheiro da Veiga, natural de Coimbra, logró el empleo que pretendía, no parece que salió muy prendado de Valladolid, ni bastante agradecido, para no decir mil horrores de todo. Su relación, no obstante, debe ser animado retrato de la alta sociedad española de entonces. A ser el retrato fiel, dicha alta sociedad quedaría muy malparada. Triste es tener que confesar que la corrupción había de ser grande; pero algo ha de atribuirse también á la mordaz maledicencia de que se hacía gala, y á cierto odio contra Castilla, que siempre ha solido brotar