Pierre Joseph Proudhon

Escritos Federalistas


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bien, si, como decíamos, es necesario volver a los textos de Proudhon, leerlo y meditarlo rigurosamente –desde la perspectiva científica a la que antes aludíamos– para subsanar los errores de interpretación cometidos y destacar lo más objetivamente posible las conclusiones que podemos sacar de su obra, dicho esfuerzo tiene también –quizá sea el primero de los pasos– que mostrar con claridad la nocividad de otro de los lugares comunes más peligrosos y alegremente manejados por la comunidad científica. Nos referimos a la tesis de la supuesta objetividad o grado cero de neutralidad de los investigadores y estudiosos, sobre todo en el campo en el que nos movemos, esto es, el de las ciencias sociales. Esto es fundamental porque, como se ha visto, la teoría del federalismo hoy dominante y el conocimiento científico que se tiene de la idea federal y de sus realizaciones (lo que se entiende que es y debe ser el federalismo) han estado muy influenciados por teorías (Estado, nación, etc.) que en realidad poco o nada tienen que ver con ella y que, como lo explica, por ejemplo, Miquel Caminal, han venido a transformar el sentido profundo de la idea federal al tener ésta que adaptarse a aquéllas[24]. De hecho, poco importa para el caso que nos ocupa que la doctrina o la ciencia política hayan motivado, creando un modelo teórico previo, la posterior práctica, o que haya sido la práctica la que, adelantándose a la teoría, haya motivado las posteriores conclusiones de la doctrina, deduciendo ésta un debe de un es (la famosa falacia naturalista)[25]. Hoy parece ya indiscutible que la doctrina sobre el federalismo, y a posteriori la práctica federal que en ella encuentra caución intelectual, se ha visto totalmente influenciada por ideas que están en abierta contradicción con los valores del federalismo, lo que trasladado al campo de la etología animal, si se nos permite tan curiosa comparación, sería tan absurdo como querer explicar y ordenar el comportamiento del caballo tomando como modelo referente al león[26].

      En última instancia, una vez vista la conexión o nexo entre ciencia y política o ideología, puede resultar meridianamente claro que de un deficiente conocimiento de la idea federal no se puede hacer, en política, más que un mal federalismo, una mala aplicación de la idea. El federalismo puede ser, ciertamente (o no), la solución a los males de la modernidad, pero esto sólo lo sabremos si conocemos, respetamos y aplicamos correctamente sus principios y valores. Nuestro actual contexto no hace, a fin de cuentas, más que corroborar lo antedicho: mientras la acción política en la UE pretende construir una Europa federal sin tener siquiera una idea exacta de lo que es el federalismo y de lo que ha de suponer teleológicamente el pacto federativo, ¿cuántos Estados no intentan sin éxito buscar una solución «federal» al enconado problema de los nacionalismos concurrentes, sin renunciar a la dialéctica que lo origina? Ese federalismo nacional o monista, a la sabia historia nos remitimos, no tiene respuesta justa y eficaz ante esos problemas. Está abocado al fracaso. Es, en cualquier caso, incompatible con el pluralismo y la idea federal. Y eso es precisamente lo que obliga, y no sólo al estudioso del tema, a reconsiderar otras maneras, nuevas o viejas, de entender el fenómeno federal, de entender, por ende, la democracia. En un país como el nuestro, sumido en la violencia real y simbólica generada por la dialéctica nacionalista (una nación, un Estado; el otro como enemigo, etc.), dicho esfuerzo, teórico y práctico, es, si cabe, más urgente y necesario que en ninguna otra parte.