Vicente Riva Palacio

Monja y casada, vírgen y mártir


Скачать книгу

me tocó el brazo y me dijo:

      —«Este es.

      —«Imposible—le contesté.

      —«Háblale.

      «El hombre no nos habia mirado siquiera: ya habia yo observado que ninguno de los que habiamos visitado se quejaba, casi todos habian caido en un estado de idiotismo y parecian mentecatos.

      —«Háblale—me dijo Santiago—yo te esperaré en la puerta, pero no tardes mucho—y salió dejándome solo con el preso.

      —«Don José—dije—Don José.

      «El hombre levantó la cabeza, y sus ojos brillaron.

      —«¿Quién es?—dijo—esa voz la conozco.

      —«Yo soy,—contesté arrodillándome á su lado—yo soy, Teodoro el esclavo que ha logrado penetrar aquí solo por hablar á su amo.

      «Alcé mi capuchón y Don José me reconoció.

      «El pobre viejo se puso á llorar como un niño, quiso pararse y no pudo, lo habian baldado en el tormento; quiso abrazarme y le fué imposible, tenia esposas. Yo le abracé, y él entonces comenzó á besarme, mojando mi rostro con su llanto.

      —«Hijo mio, hijo mio,—me decia trémulo y agitado, y no recordaba que yo era su esclavo, y que yo era un negro; nada, nada, no mas que era el primer corazón que se interesaba en su desgracia.

      «Así pasó un rato, él llorando y yo acariciándolo; y aunque me dé vergüenza decirlo, llorando tambien.

      —«Ya me voy, ya me voy—le dije.

      —«Tan pronto.

      —«No es posible mas, consideradme.

      —«Tienes razon; pero oyeme una palabra, en el pozo de la casa en que viviamos, dejé escondidas mis riquezas, sácalas, compra tu libertad y vive feliz; si llego á salir, te buscaré, y tú me mantendrás, si no, encomiéndame á Nuestro Señor.

      —«Adiós, mi amo.

      —«Adiós—ah, otra palabra, soy inocente. Don Manuel, nuestro vecino, me ha calumniado por envidia, él enterró al Cristo en la puerta de la tienda.

      —«¿Y el que estaba adentro?

      —«Luisa, comprada por él, lo introdujo allí.

      —«¡Qué horror! ¿será cierto?

      —«El que se halla ya casi en el sepulcro te lo jura.

      —«Vamos—dijo Santiago desde afuera.

      —«Sí—le contesté.

      «Besé la frente del viejo, y salí con el corazon traspasado de dolor, por sus sufrimientos y por la revelacion que me habia hecho. Yo conocia á Luisa y la creia capaz de todo.

      «Salimos sin novedad de la Inquisicion, y hasta que no me ví libre del saco y del capuchon, no respiré con libertad.

      «Casi á la madrugada volví á la casa de mi ama.»

       Se ve el fin de la historia de Teodoro.

       Índice

      «A PESAR del tiempo que habia trascurrido, la casa de mi amo permanecia sin haberse vendido, cerrada, y selladas sus puertas con las armas del Santo Oficio, al cual ya pertenecia.

      «Entrar á la casa y sacar el dinero que habia dejado allí mi amo, y que yo consideraba mio, era para mí cosa sumamente fácil.

      «Empecé á rondar por las inmediaciones, y una noche en que todo estaba tranquilo, me introduje por una vieja tapia y me dirigí al interior.

      «Se me oprimia el corazon al recuerdo de los dias que habia yo pasado allí, me parecia sentir aun el aliento y la voz de Luisa, me estremecia pensando en ella, y en mi pobre amo á quien habia vuelto á ver en un estado tan deplorable.

      «Sin saber por qué, sentí un deseo irresistible de volver á entrar á la casa que habia yo dejado de una manera tan inesperada. Llegué á la cocina que era la primera pieza, entré resueltamente en ella, y al llegar á la siguiente habitacion, sentí helarse de pavor mi corazon, oí ruido en el interior y distinguí una luz, y luego cruzar algunas sombras negras y silenciosas.

      «Quise gritar, quise huir, pero era imposible, aquellas apariciones en una casa por tanto tiempo desierta, aquella luz, todo aquello tan sobre natural, me embargó de manera, que no fuí dueño de mí mismo, y sin querer, y como impulsado, avancé algunos pasos vacilando y próximo á caer.

      «Repentinamente sentí una mano que se aferraba en mi cuello, y luego unos brazos desnudos y llenos de grasa que me enlazaban, y me sentí empujado silenciosamente hácia el lugar en que estaba la luz, que era la pieza en que mi amo dormia, y la mas apartada de la casa.

      «El temor y la sorpresa no me permitian oponer la menor resistencia: creia yo estar entregado á séres sobrenaturales. Los que me conducian, me abandonaron en medio del aposento; entonces miré á mi derredor en las viejas sillas de mi amo, que estaban sentados como diez negros, en los que yo reconocí esclavos de las principales casas de México, y de pié otros veinte; todos estaban enteramente desnudos, sin mas que un pequeñísimo taparabo: todos tenian el pelo cortado hasta la raiz y estaban ungidos desde la cabeza hasta los piés con grasa, pero con tal abundancia, que sus cuerpos negros brillaban como si fueran de azabache.

      «En la pieza habia algunas luces, de manera que todo esto lo pude percibir perfectamente.

      —«Aquí está éste—dijeron los que me llevaban.

      —«¿Quién eres, y qué hacias aquí?—me dijo el que parecia mandar á los otros, y que yo conocí por ser esclavo de la casa de Don Leonel de Cervantes.

      —«Habíame quedado callado.

      —«Responde—dijo imperiosamente: conocí que lo mejor seria decir la verdad, porque aquellos además de ser como yo, negros y esclavos, parecian no tener que ver con la justicia, sino para ser perseguidos por ella.

      —«Soy Teodoro—les contesté—de la casa de Doña Beatriz de Rivera, esta casa fué de mi amo, y esta noche venia á buscar algo que habia ocultado antes de salir.

      «Mi respuesta pareció no satisfacer mucho al gefe, porque con un acento despótico y alzado, dijo:

      —«Trasas tiene este mas de espía que de otra cosa; nuestra posicion, y el fin que nos proponemos, la libertad de nuestros hermanos, exigen todo sacrificio y todo cuidado: por sí ó por no, que muera éste.

      —«Que muera—dijeron unos.

      «Ver mi muerte segura, y ser deshonrado como espía delante de mis hermanos, eran dos cosas en verdad muy terribles.

      «Entonces una idea me alumbró y quise esponerlo todo.

      —«Hermanos,—dije—tratais de nuestra libertad, y nadie tiene tanto derecho como yo, de mandar en el consejo, y así me llamais espía, llevo sangre real pura, y nadie la lleva como yo; que respondan los ancianos y los nobles de entre vosotros, soy un príncipe.

      «Entre nosotros, á pesar de vivir en la esclavitud, se conservan la nobleza y las dinastías reales: uno de nosotros arrancado de su patria, será respetado y obedecido de todos los negros de su tribu, ó de su nacion, en donde quiera que se dé á reconocer.

      «Tres ancianos, nobles reconocidos, que habia en el consejo, salieron hasta cerca de mí y me examinaron.

      «Los demas estaban como esperando su resolucion.

      «Los ancianos se inclinaron delante de mí, y dijeron á los otros:

      —«Príncipe es y el mas noble