Vicente Riva Palacio

Monja y casada, vírgen y mártir


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aquel que me habia hablado y á quien venia yo á sustituir en caso de tomar parte en aquello, que yo comprendia como una conspiracion, quiso oponerse.

      —«Serás—dijo—mas noble; pero no mas fuerte para mandar.

      «Estaba yo ya orgulloso de mi posesion, y seguro de mi fuerza, y le contesté:

      —«Soy fuerte diez veces como tú.

      —«Probémoslo—dijo—echándome los brazos al cuello.

      —«Sí,—le contesté, y quise asirlo.—Mis manos se deslizaron en su cuerpo, estaba completamente untado de sebo, y no era posible asegurarlo de ninguna parte.

      «El objeto de esto, de cortarse á raíz el pelo, y de no llevar vestidos, era porque así se escurririan mas fácilmente de las manos de la ronda, que solo muertos ó heridos podria hacerlos presos.

      «Él me apretaba, y casi estaba para derribarme, cuando logré asirle una mano por el puño, y antes que hiciese impulso para retirarla le apreté con todas mis fuerzas.

      «Lanzó un grito y se arrodilló: le habia fracturado el hueso.

      «Entonces nadie dudó obedecerme, y luego, inmediatamente, pedí esplicaciones sobre el objeto de la conspiracion, y los elementos con que se contaba.

      «El objeto era una sublevacion para conseguir nuestra libertad: los elementos un gran número de afiliados entre los negros mansos, como nos dicen á nosotros los esclavos, entre los bozales que viven alzados, y entre los mulatos; solo faltaba dinero para comprar armas. Comenzaba la cuaresma y se habia señalado la Semana Santa para dar el golpe.

      «Yo les ofrecí buscar el dinero y dárselos.

      «La noche estaba muy avanzada, y nos retiramos.

      «Me enseñaron entonces un subterráneo que daba entrada á la casa, y que iba á salir á otra ruinosa y abandonada por cerca de los antiguos fuertes de Joloc, fuera de la traza, por el lado de Coyohuacan.

      «Aquella comunicacion me admiró, porque la ciudad está casi toda construida sobre el agua, y sin embargo son aquí de lo mas comunes las vías subterráneas.

      «Supe que en la desierta casa de Abalabide no habia reuniones, sino una ó dos veces cuando mas en la semana, y determiné aprovechar el conocimiento del subterráneo para seguir en mis pesquisas, y tenerlo como una retirada segura en caso de peligro.

      «A las dos ó tres noches volví á entrar por las tapias, y despues que me cercioré de que estaba solo dí á buscar el pozo; con poco trabajo lo encontré: estaba casi cegado con escombros y basuras: comencé á trabajar en limpiarlo, y poco á poco, en cosa de seis noches, logré llegar al fondo. Encontré allí cajoncitos y baules pequeños, pero en gran cantidad; y sin llamar la atencion trasladé todo aquello al cuarto que mi ama me habia destinado en su casa.

      «Mi primer cuidado fué ocultarlo para que nadie entrase en sospechas, mientras veía dónde los dejaba definitivamente, ó qué hacia con todo aquello.

      «La conspiracion entre tanto seguia fermentando cada dia mas; y yo, á pesar de que ellos me habian reconocido como digno de ser gefe, concurria muy poco á sus juntas.

      «Los datos que habia yo llegado á obtener eran estos. Aquella conspiracion habia sido promovida por una muger de la raza negra, casada con un español de bastantes proporciones, y cuyo nombre no conocian todos; pero que era la accion viva de todos los conjurados, sin descubrirse, guardando siempre un riguroso incógnito y entendiéndose con ellos por medio de cuatro esclavas jóvenes que tenia, y las cuales tenian sus amantes entre los principales de la conjuracion.

      «Tuve, como era natural, necesidad de hablar con esas cuatro mugeres, y les pregunté quién era la que las enviaba.

      —«Pediremos permiso para decírtelo—contestaron.

      —«¿A quién?

      —«A mi señora.

      «Al otro dia volvieron.

      —«Nos lo ha prohibido—me dijeron.

      «Y hubo necesidad de conformarse.

      «Todo estaba ya dispuesto para dar el golpe, aunque no nos habiamos podido proveer de armas en número suficiente, pero en la ciudad no habia mas tropa que la pequeña guardia de alabarderos del virey.

      «Todo marchaba bien, y hubo un incidente que nos hizo concebir lo fácil de nuestro intento.

      «Sin saber cómo ni por quién, comenzó á difundirse en la ciudad una alarma sorda, y á zuzurrarse que nosotros tramábamos algo, y que de un dia á otro los bozales vendrian en nuestro auxilio: una noche entró por una de las garitas una piara de puercos que traian para las matanzas; los animales gruñian y chillaban, el vecindario pensó que era la algazara de los bozales, y todo el mundo lleno de terror se encerró, y hasta muy entrado el dia siguiente no se atrevieron á salir los vecinos á desengañarse.

      «Era el año de 1612. El Arzobispo Guerra, virey de Nueva España, habia caido al subir á su coche, y habia muerto á resultas del golpe: la Audiencia gobernaba, y el momento era oportuno para dar el grito; aunque mucho se murmuraba en la ciudad, eran voces sueltas sin que nada se hubiese descubierto.

      «Pero de repente la alarma se hizo mas notable, y el Mártes Santo en la tarde se dió la órden por la Audiencia gobernadora de suspender todas las ceremonias del Juéves Santo.

      «Vivia aún mi amo Don Juan Luis de Rivera, y el Mártes Santo en la noche quiso pasar al palacio á ver al Oidor decano para ponerse de acuerdo con él, respecto á ciertas medidas que habia que tomar.

      «Mi ama Doña Beatriz se resistia á que saliera, y al fin condescendió con la condicion de que yo, que era para ella el de mas confianza, lo acompañara; consintió mi amo, y nos dirigimos á palacio.

      «Como Don Juan Luis de Rivera era persona de tan alta importancia, llegó sin dificultad hasta la cámara en que habitaba el señor Otalora, que era el Oidor decano, y yo quedé en una de las antesalas esperándolo.

      «Hacia media hora que allí estaba, cuando llegó un hombre lujosamente vestido, y dirigiéndose á uno de los criados, le dijo en voz alta:

      —«Hacedme favor de pasar recado al señor Oidor, que Don Cárlos de Arellano, alcalde mayor de Xochimilco, desea hablarle para un negocio muy urgente del servicio de Su Magestad.

      «El criado entró el recado y el hombre quedó esperando, y paseándose con grandes muestras de impaciencia.

      «Poco despues salió el Oidor, habló cortesmente á Don Cárlos, y lo llevó á un aposento inmediato.

      «Conversaron allí largo rato y luego salió demudado el Oidor: se despidió de Arellano y volvió á meterse á su cámara.

      «Desde este momento comenzaron en el palacio un movimiento y una agitacion estrañas: entraban y salian gentes de justicia, y alabarderos, y personas principales llamadas por el Oidor á palacio; yo comencé á entrar en sospechas.

      «Aquella noche habia junta en la casa desierta de Don José, y yo por acompañar á mi amo no habia podido asistir.

      «Casi á media noche se retiró mi amo de palacio, y me causó estrañeza encontrar las calles llenas de patrullas de vecinos armados, que hacian la ronda con los alcaldes y corregidores.

      «Doña Beatriz esperaba á su tio con gran cuidado, habia sentido tambien el rumor y estaba pesarosa de su tardanza.

      —«Cuánto cuidado—le dijo saliendo al encuentro—he tenido por vos.

      «Ya lo suponia yo, hija mia—pero no era posible otra cosa; todo se ha descubierto esta noche.

      —«¿Y cómo?

      —«Ahora te contaré; retírate Teodoro.

      «Yo me retiré, y mi ama y su tio se encerraron en su aposento. Como todos dormian ya en la casa,