Vicente Riva Palacio

Monja y casada, vírgen y mártir


Скачать книгу

en mi corazon.

      «Era esclavo, y no podia ofrecer á esa muger que amaba mas que á mi vida, sino la esclavitud, y no podia dejar á mis hijos sino la esclavitud, y Luisa me habia hecho comprender lo espantoso de mi situacion.

      «¿Qué hacer? No tenia mas remedio que perderla para siempre, y verla en brazos de otro. Entonces la tristeza mas profunda se apoderó de mi alma, y casi me enfermé.

      «Luisa, á pesar de todo, me amaba; pero su corazon no era bueno.

      «Un dia teniendo quizá lástima de mí, me dijo:

      —«Teodoro, ¿qué esto no tendria remedio? Porque yo no puedo dejar de quererte enteramente.

      —«¿Y qué remedio?—la dije—¿qué remedio hay para un esclavo?

      —«Si tú fueras rico y nos pudiéramos ir muy lejos á vivir los dos solos en nuestra casita, queriéndonos mucho, cuidando á nuestros hijitos.

      —«¿Pero de dónde tomaria yo ese dinero?

      —«El amo es muy rico.

      —«Y nada nos dará.

      —«Por su voluntad ya lo creo......... pero hay otros modos.........

      —«¡Luisa!

      —«No, no te alarmes, piénsalo: él duerme solo, no podria resistirse. ¿Por qué él débil ha de ser nuestro amo? Con lo que él tiene, podemos ser muy felices: piénsalo.

      —«No Luisa, por Dios no me tientes.

      «Luisa no me contestó, pero yo en toda la noche me pude dormir: soñaba yo rios de oro y de plata, pero mezclados con sangre, y veía á mi amo muerto de una puñalada, y despues me sentia yo al lado de Luisa, que era ya mia, que no éramos esclavos; en fin, no sé cuántas cosas, pero pasé la noche mas agitada de mi vida.

      «Me levanté y la luz del dia disipó aquellas visiones.

      «Luisa estaba cada dia mas bella, y procuraba provocar mi pasion de cuantas maneras podia; ya descubriendo al pasar, y como por descuido, el nacimiento de su pierna torneada y bella; ya desprendiendo de sus hombros el trage como por causa de la fatiga, cuando conocia que yo la espiaba; ya cantando con pasion, de modo que pudiese oirla, coplas y endechas amorosas y provocativas.

      «Al decaimiento moral de mi alma sucedió una excitacion verdaderamente peligrosa; pero que ella con una astucia infernal sabia mantener viva y darle la direccion que le convenia; jamás habia vuelto á alcanzar de ella favor de ninguna clase; olvidando la escena que yo mismo habia presenciado, le pedia de rodillas besar una de sus manos; la pasión ahogó los celos; pero era inflexible, y á todo me contestaba:

      —«Yo quiero ser libre y rica: yo no me dejo besar de un cobarde.

      «Una noche me agitaba inquieto en mi cama, sin poder dormir, sin olvidar un momento á Luisa, cuando sentí el roce de un vestido en la puerta y una escasa claridad alumbró la trastienda en que dormia: me senté creyendo que soñaba y me es tremecí: era Luisa, Luisa que se acercaba con un pequeño candil en la mano, media desnuda, cubierto apenas su hermosísimo seno con una manta que á cada movimiento de sus brazos caia, y que ella volvia á levantar.

      «Su negro y rizado pelo se derramaba sobre sus hombros desnudos: brillaban sus ojos con un fuego desacostumbrado.

      «Llegó hasta mi lecho y se sentó tomando una de mis manos.

      —«Teodoro—me dijo—¿es verdad que me amas?

      —«Sí,—le contesté,—te amo tanto, que estoy sintiendo cada dia que mi razon se va; que me vuelvo loco.

      —«Pues entonces ¿por qué no quieres la felicidad que te ofrezco?

      —«Luisa, porque es un crímen horrible lo que me propones.

      —«No te parezco bastante hermosa para obtenerme por ese precio—dijo descubriéndose su seno.

      «Atraje su cabeza y nuestras bocas se unieron, los labios de Luisa me abrasaron, pasé mi mano por la piel suave y aterciopelada de su pecho, sentí un vértigo, y abrazé su delgado talle.

      —«Teodoro—me dijo retirándose—no seré tuya mientras no seamos libres y ricos: vírgen me encontrarás, y ésta será tu recompensa.

      —«Haré lo que me mandes—contesté, comenzando á vestirme precipitadamente.

      —«Así te quiero, así, Teodoro: valiente, decidido—y se acercó á mí y puso en mis labios el beso mas lascivo que pudo haber nunca inventado el amor, y el deseo de una muger de la raza negra.

      «Estaba yo vestido.

      —«Busca una arma—me dijo—Don José duerme, es apenas media noche; cuando amanezca estaremos muy lejos.

      —«¿Y tu madre?—le pregunté decidido ya á todo.

      —«Nos seguirá á nosotros, ó á Don José, me contestó. «Quedé horrorizado, y dudé.

      —«¿Vacilas, amor mió?—me preguntó abrazándome, y poniendo uno de sus pies desnudos sobre uno de los míos, desnudo también.

      «Al sentir aquel pié, aquellos brazos, aquel pecho que despedían fuego, volví á encenderme, besé á Luisa y busqué en la tienda una arma para consumar el crímen.

      «Luisa me tomó de una mano y me condujo para el aposento de mi amo.

      «Temblaba mi mano con el arma, pero aquella muger tan hermosa, tan seductora, tan provocativa, dejándome entrever tantos encantos, oprimiendo mi mano, comunicándome por allí el fuego de su diabólica exaltación, me cegaba, me enloquecia.

      «Llegaba á la puerta del aposento en que dormia tranquilamente mi amo y me detuve.

      —«Anda—me dijo Luisa dulcemente, levantándose sobre la punta de sus piés, apoyado su cuerpo sobre el mio para darme un beso—anda.

      «Puse la mano en el prestillo, iba á abrir, cuando en la puerta de la tienda sonaron acompasadamente tres golpes vigorosamente aplicados.

      «Luisa y yo quedamos inmóbiles, y sin atrevernos ni á respirar, no sé qué de pavoroso había en aquellos golpes.

      «Trascurrieron así algunos instantes y los golpes volvieron á repetirse tan acompasados como la vez primera, pero aplicados con mas fuerza.

      «Entonces Luisa se deslizó á su aposento y yo volví á la tienda.

      —¿Quién va?—pregunté, procurando dominar la emocion que hacia vacilar mi voz embargada por la escena que acababa de tener lugar.

      

Anda—me dijo Luisa dulcemente, apoyando su cuerpo sobre el mio para darme un beso—anda. Pag. 92.

      —Abrid á la Inquisicion, abrid al Santo Oficio—me contestó desde afuera una voz cavernosa.

      «Tan grande fué mi sorpresa que dejé caer el cuchillo que llevaba aun en la mano, y que no me había acordado de poner en su lugar.

      «El nombre del Santo Tribunal heló mi sangre; llegaba en el momento en que iba yo á cometer un crímen; me parecia que Dios lo enviaba para castigar mi intencion, que en el rostro iban á conocer mis pensamientos.

      «Inmóbil permanecia como clavado en la tierra, cuando aquella voz repitió desde afuera:

      —«Abrid á la Inquisicion, abrid al Santo Oficio.

      «Volví entonces en mí, y corrí precipitadamente al cuarto de mi amo que habia ya despertado, y que encendiendo luz habia comenzado á vestirse.

      —«¿Qué hay, Teodoro?—me preguntó.

      —«Señor, señor, el Santo Oficio.