Enrique Gavilán Domínguez

Otra historia del tiempo


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y sonidos, que flota sobre el oscuro océano insondable[22].

      En cierta medida, la estética que inaguran los textos de Wackenroder dibuja la música como alternativa, como locus donde surgiría un ritmo diferente, un locus más auténtico, un templo en el curso del tiempo. La música crearía y proyectaría un tiempo diferente, que más adelante Schopenhauer transformará en latido directo de la voluntad.

      El relato se presenta como una ficción creada a su vez por un autor ficticio –Joseph Berglinger– y publicada –como las Phantasien– póstumamente. Pero la simetría entre ficción y realidad, y el efecto de la primera sobre la segunda, son aún más profundos. A pesar de que la historia del anacoreta se presenta con un grado de alejamiento de lo real tan absoluto (inverosímil ficción dentro de una manifiesta ficción), su relación con la realidad está lejos de ser hipotética. En efecto, el texto de Wackenroder se convertiría en paradigma del romanticismo musical (musikalische Romantik).

      El sufrimiento que atormenta al monje es el tiempo. Sólo la música puede salvar del zumbido ensordecedor de la rueda:

      De esta forma, una obra que se presenta como escrita por un músico ficticio, Berg­linger, que no contiene una sola nota y que describe una música de la que sólo se nos dice que es «etérea», un canto acompañado por «dulces trompas y no sé qué otros instrumentos mágicos» de los que surge «un mundo flotante de sonidos», y cuyo autor real, Wackenroder, ni siquiera es músico, iba a convertirse en emblema de la música romántica. Su influencia no se limita al medio propiamente romántico de Jena o Heidelberg, y al efecto que las ideas de esos círculos tuvieron sobre la música y la cultura europeas, sino que va más allá. La lectura de Wackenroder marcó profundamente las ideas de Schopenhauer, cuya concepción de la música es una paráfrasis filosófica de la historia del monje desnudo. De esa manera, y a través de la obra de Schopenhauer, el relato de Wackenroder acabará incrustándose en los dramas musicales de Wagner. Podrían seguirse rastreando las ondas generadas por dicho relato, pero basta por el momento.

      En todo caso, pocos ejemplos le habrían sido más útiles a Benjamin para ilustrar la relación entre la crítica y la obra de arte. Si, como afirma Novalis, la Antigüedad no existía, sino que había sido creada por la crítica posterior, la idea de la música romántica nacería de la imaginación de poetas, no de músicos, aunque esa concepción acabe despertando un intenso eco en las salas de conciertos. De la misma manera que Kreisler acaba inspirando el piano de Schumann, la música de Wackenroder reaparece en el Tristan wagneriano. El canto de la noche del acto II traslada el eco del monje desnudo con más claridad que las sinfonías de Brahms las ideas de Eduard Hanslick, por señalar un ejemplo de relación «normal» entre teoría musical y creación sonora.

      La redención del tiempo a través de la música, idea central del romanticismo, es de naturaleza paradójica: salva del tiempo a través del tiempo. La música no anula el tiempo simplemente, sino que crea un tiempo diferente, un tiempo que penetra el espíritu y lo llena; bloquea así el efecto ensordecedor de la rueda que atormenta al monje desnudo. Surge una nueva conciencia de la duración,