un traidor a la causa del whigismo, un orador prepotente, un criptocatólico, un advenedizo de la gentry, un lunático (“the Irish Madman”, fue por un tiempo su apodo), había escrito en su juventud un breve tratado de estética, A philosophical Enquiryintothe Origins of our Ideas of the Sublime and the Beautiful (la primera edición es de 1757), cuyos contenidos son perfectamente representativos del prerromanticismo europeo (Adánez en: Burke, 2008, p. XVIII).
En el ejercicio como funcionario en el Parlamento escribe la mayor parte de sus obras: Pensamientos sobre las causas del actual descontento (1770), Discurso sobre la conciliación con las colonias (1775), Reflexiones sobre la revolución en Francia (1790), entre otros.
En Speechon American Taxation, de 1774, pronunciado un año después del Boston Tea Party, y Speechon Conciliation with America, un año antes de producirse la Declaración Americana de Independencia, defiende con denuedo la legitimidad whig de las reivindicaciones de los colonos, y atribuye a los gabinetes de turno la responsabilidad por la independencia. Simultáneamente, pronunciará el Spech to the Electors of Bristol, publicara Letters to Sherifffs of Bristol (1777) y en 1778 dará a conocer sus Two Letters to Gentkleman in Britolon the Trade of Ireland, cuyo contenido es una de las razones por las cuales perdería su escaño parlamentario. En este último texto, Burke, de conformidad con su percepción de la independencia americana y sus causas, defendía la necesidad de liberalizar el comercio con Irlanda, como un expediente para evitar que en este territorio se produjera un descontento similar al que había llevado a las élites coloniales en América a la independencia (Adánez en: Burke, 2008, p. 5).
Burke es un pionero del pensamiento conservador1, no confundir esto con ser miembro de un partido conservador. Sin embargo, su visión sobre los hechos de su tiempo eran realmente la de un hombre de Estado, aunque riguroso con sus convicciones políticas y religiosas, era un ilustrado tanto en la política como en la economía. Su rigurosa formación le permitió formular juicios y políticas de alto nivel técnico, siempre del lado del desarrollo capitalista y de la construcción de libertad bajo reglas institucionalizadas.
Entonces, ser conservador es preferir lo familiar a lo desconocido, preferir lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo efectivo a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo excesivo, lo conveniente a lo excesivo, lo conveniente a lo perfecto, la risa presente a la felicidad utópica (Oakesshott, 2000, p. 377).
El proceso de construcción del discurso político de Edmund Burke se torna complejo desde su trabajo como hombre de Estado, desde los contextos comparados de las revoluciones inglesa (1688) y francesa (1789), desde el modo como concibe la razón en contraste con el aire de la Ilustración. Estos tres aspectos definen el periscopio desde el cual Burke arremete contra la revolución francesa de 1789, contra el desorden de los primeros años, cuando las instituciones francesas fueron socavadas desde sus cimientos, cuando al menos 15.000 personas fueron guillotinadas, otras 17.000 quemadas vivas y miles huyeron del país previendo ser señaladas.
En este sentido la obra de este irlandés, un liberal muy conservador, su vida y actuaciones mismas deben indagarse desde al menos tres fuentes gruesas de sentido y de contexto: desde la evolución misma en sus semejanzas y diferencias de la historia de Inglaterra y de Francia; desde el significado en su tiempo y para nosotros de palabras como natural, liberal, conservador, ilustración, revolución, parlamento, desarrollo capitalista, entre otras; desde los acontecimientos particulares y los caminos incluso inesperados para sus propios hacedores que fue tomando la revolución. De todo este manojo conceptual, el término “natural” es crucial en el discurso de la historia de las ideas políticas, en particular en el debate desde las posturas de Edmund Burke.
En el ámbito de este contexto, el lenguaje en Burke no solo es forma sino su uso enmascarado se torna parte de su figura política. Su estilo de escritura no tiene nada que envidiar a muchas expresiones de los siglos XX y XXI en su carácter meta-ficcional2, característico en su barroquismo y de múltiples perspectivas, de una literatura de vanguardia o posvanguardia. Su discurso se torna resbaladizo, los referentes se superponen, los conceptos son usualmente indirectos, meras analogías. La estructura global obedece a una forma que llama a un contenido no presente de modo inmediato. Nada es fundacional en su escritura, todo se estructura bajo un marco de comedia, de un sujeto enunciador con referentes oscuros, con destinatarios en clave.
La palabra “natural” es la herida neurálgica de la postura de Burke frente a los acontecimientos políticos, en particular de los hechos revolucionarios en la Francia de 1789. Y el definir los alcances desde Burke y desde su tiempo de las relaciones entre natural, racional, ilustrado, justicia, libertad, entre otros conceptos, nos va a definir y aclarar mucho de sus posturas, pero especialmente, el alcance de las mismas e incluso, posibles contradicciones en sus detractores. La defensa de “lo natural” frente a “lo nuevo” bajo matices de un pensamiento conservador, defensor de las tradiciones y temeroso de los cambios bruscos en la sociedad, no hacen de Burke un anti-ilustrado como lo expone buena parte de la crítica sobre su pensamiento, a lo sumo lo hacen un liberal conservador.
Burke reclama la arqueología sobre el modo como se construyen las ideologías en sus largos y complejos procesos históricos. Nos apoyamos en uno de los más destacados estudiosos de la génesis del pensamiento conservador, Michael Oakesshott, desde su postura sobre el concepto de ideología, para iluminar nuestras reflexiones alrededor de la obra de Burke:
Así pues, en esta interpretación, los sistemas de ideas abstractas que llamamos “ideologías” son resúmenes de alguna clase de actividad concreta. La mayor parte de las ideologías políticas, y ciertamente las más útiles de ellas (porque sin duda tienen uso) son resúmenes de las tradiciones políticas de alguna sociedad. Pero a veces ocurre que una ideología se ofrece como una guía de la política, pese a que aquella no es un resumen de la experiencia política sino de alguna otra manera de actividad: la guerra, la religión o la conducción de la industria, por ejemplo. Y aquí el modelo que se nos muestra no es solo abstracto sino también poco apropiado debido a que la actividad de la que se ha abstraído no es pertinente. Creo que este es uno de los defectos del modelo provisto por la ideología marxista. Pero lo importante es que, a lo sumo, una ideología es una abreviación de alguna manera de una actividad concreta (Oakesshott, 2000, pp. 63-64).
El horizonte actual del debate ideológico-político ha recuperado a Burke ya no como un mero charlatán conservador, sino como un filósofo arqueólogo de la génesis de las instituciones, del modo como las redes sociales de reglas se forman mediante la superposición de substratos, en un proceso de sedimentación tan longevo como complejo para su asentamiento en el sentir y pensar de los pueblos. Burke no se opone a las luces de la razón de manera mecánica o abstracta, pero le preocupa que las luces de la Ilustración, que vienen de la ciencias de la naturaleza, cuando pasan sin mayor adecuación a las ciencias sociales, no solo desmontan mitos sino crean nuevos, y monstruos en cuyo nombre, mediante abstracciones y generalizaciones sobre el ser humano y su destino social cifrado, se sustentan miles de asesinatos.
Los tiempos de la Ilustración y la Enciclopedia funden varias capas de transformaciones y unas ocultan a otras tantas. La secularización, la racionalización y la industrialización se gestan en una causalidad de ida y vuelta y engendran procesos de libertad, ciudadanía, productividad, igualdad, en una dinámica donde se pierden los costos y las apuestas que posibilitan, incluso en medio de contradicciones demagógicas desde muchos de los líderes; ellos mismos caerán víctimas de la banalidad ilustrada del momento. Burke mismo no logra desentrañar la madeja de anzuelos, pero intuye que los hechos de la toma de la Bastilla, en nombre de la revolución, están arrasando con las construcciones sociales de siglos, en medio de un