José Rivera Ramírez

En mi principio está mi fin


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necesario aceptar las realidades que se nos presentan. Sir Claudio es evidente entusiasta de esta idea:

      “Cuando no se poseen fuerzas para poderle

      Imponer a la vida condiciones,

      Hay que aceptar las que ella nos imponga”. (Act. I)

      …

      “¿Comprendes ahora

      Lo que quise decir cuando te hablaba

      De que hay que aceptar

      Las condiciones que la vida impone

      Aun hasta ese punto

      De aceptar .... lo ficticio?” (Id).

      Y la Señora Guzzard:

      “Es preciso que todos sepamos adaptarnos

      Al deseo que ha sido satisfecho.

      Sé que el proceso habrá de ser penoso”. (Act. III).

      Pero habrá que distinguir: hay aceptación de cosas y sucesos y aceptación de personas. La simple aceptación de lo que es puede llevarnos a dos posturas: al simple recibir, y es la postura de Sir Claudio, que acaba llevando a la esterilidad y, más aún, incluso a la aceptación de la falsedad (en la realidad ‒que no era tal‒ y en la postura, la actividad); y la aceptación para trabajar sobre ella. Sólo la aceptación humilde, pero aceptación de algo que viene de Dios, por tanto, junto con una fuerza activante, es la aceptación cristiana. La aceptación de una realidad temporal supone, en primer lugar, el estímulo al conocimiento. Sir Claudio, con su postura de pura aceptación ‒por decirlo así‒ se ha engañado respecto de sus capacidades, respecto de las capacidades de Colby, e incluso respecto de su propia paternidad, que es sencillamente falsa, inexistente. Es Lady Isabel ‒que no cree en los hechos‒ la que descubre la realidad de los hechos. Dentro de todo el conjunto, Lady Isabel es la única que, al menos, cree en cierta espiritualidad, obra ‒sin sentido común‒ por cierta inspiración... y averigua la verdad. Lo mismo ocurre con las personas. Ciertamente no es ordinario ser aceptado simplemente ‒a Lucasta nunca le había sucedido‒; pero aceptar una realidad es aceptarla como es en su totalidad, como Dios la conoce ‒y la crea‒ con todas sus posibilidades. Aceptar a una persona es aceptarla ‒accipere - recibirla‒ con todos sus defectos, pero también con todas sus posibilidades, sus perfectibilidades. Y esto es lo que se olvida. Al hombre que no admite sus posibilidades, al que reniega de ellas, Dios no le acepta, le arroja al infierno: “idos malditos al fuego eterno...”. Si aceptamos el pecado ‒el acto, la persona que peca‒ es porque es expiable. De lo contrario, no recibimos sino la caricatura, lo que ha de desaparecer, o lo condenable, lo que, de hecho, se ha de condenar. Colby se salva porque se acepta con sus limitaciones, pero con toda su realidad, con su voz interior, con su vocación.

      El tema de las relaciones hijo-padre

      Esencial en la obra, mucho más que la relación de esposos. Un aspecto negativo ‒puramente negativo‒ las frases de Lady Isabel a Colby:

      “Entonces, si no tuvo jamás institutriz,

      Y si tampoco conoció a sus padres,

      No puede comprender lo que es aborrecer.” (Act. II).

      Una postura definitiva marca su filiación ilegítima para Raghan y Lucasta:

      “... Voy a decirte ahora

      Qué diferencia existe entre nosotros

      Y Colby. Tú y yo solo buscamos seguridad, ¡respetabilidad!

      Él no tiene en verdad, que preocuparse por ser hoy respetable,

      Porque ha nacido y se ha criado siéndolo.

      Yo no lo era, Colby

      ¿No sabes que yo soy un hijo expósito?

      Eso no lo sabías!. Nunca he tenido padres

      Me adoptaron; no soy de ningún sitio.

      Por eso quiero ser autoridad en la City...” (Act. II).

      El hijo, ante el padre, toma fácilmente la postura de resentido, porque no le comprende. Luego tiene el dolor del arrepentimiento baldío.

      “Cuando yo era aún joven

      Creía despreciarlo, y, sin embargo, le tenía temor.

      Estaba equivocado en ambas cosas...

      Mi padre se dio cuenta al fin, de que le odiaba;

      Fue un dolor para él. Sabía, estoy seguro,

      Que, desde hacía tiempo

      Yo alimentaba en mí un secreto reproche.

      Mas después de su muerte, ya demasiado tarde,

      Advertí que era él quien tenía razón.

      Lo he purgado después toda la vida,

      Dando reparaciones a un padre muerto ya

      Y que había tenido razón siempre.” (Act. I -Sir Claudio a Colby).

      Pero, en todo caso, la relación hijo-padre es algo esencial, que marca positivamente a la persona:

      Colby.- “Me impresionó lo que dijiste antes

      De que a tu padre nunca le habías comprendido

      Hasta que fuera demasiado tarde.

      Y has hablado después de expiaciones.

      Pero esa misma falta de comprensión, aun eso,

      Es una relación entre un padre y un hijo.

      Tiene que suceder, y ¡tantas veces!

      La reconciliación tras de su muerte

      Viene a perfeccionar la relación.

      Siempre fuiste su hijo, y él es aún tu padre.

      ¡Ojalá yo tuviera algo que purgar luego!

      Alguna cosa falta entre tú y yo

      Que tú has tenido y tienes

      Y habrás de tener siempre con tu padre.

      Comienzo a comprender qué es lo que siempre

      He visto en ti: una especie

      De protector, un cierto proveedor generoso;

      Más padrino que padre;

      Ese padre que siempre eché de menos

      En mis años de niño;

      Los años que se fueron para siempre,

      Eso años, años vacíos.” (Act. II)

      …

      “No pueden comprender

      Que cuando se ha vivido, desde niño, sin padre,

      Hay un vacío inmenso

      Que no puede llenarse nunca, nunca.” (Colby Act. III)

      Pero el ser padre no es el hecho de haber dado físicamente la vida:

      Colby.- “Siento sencillamente indiferencia

      Y en tanto hablaban, yo solo pensaba

      «¿Y qué más da de quién pueda ser hijo?»

      ... Comprendan por qué dije

      Que nada me importaba

      Cuál de los dos pudiera

      Ser el que de verdad me dio la vida

      Lady Isabel.- Pero una madre, Colby ¿no es algo diferente?

      Debe existir un lazo siempre entre madre e hijo,

      Por mucho tiempo que haga

      Que se hayan perdido el uno al otro.

      Colby.- ¡Oh, no, Lady Isabel! La situación

      Es la misma,