Carlos Ramos

Ley y justicia en el Oncenio de Leguía


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de 2 de mayo, donde el recién llegado tomaría un automóvil descapotable hasta su residencia de la calle de Pando. Así, el 9 de febrero de 1919, la multitud contempló otra vez a don Augusto Bernardino Leguía, un hombrecillo de mirada inquieta, vestido de oscuro y peinado con raya y dos pabellones sobre la frente7.

      Y añadiría con energía, como si recordara el Día del Carácter, como se llamaba a la fecha que salvó del secuestro (el 29 de mayo de 1909) que le impusieron los temperamentales hijos de Piérola:

      La experiencia política de Leguía, que se remonta a su actuación civilista como ministro de Hacienda en la época del primer gobierno de José Pardo y que se consolida durante su agitado primer mandato presidencial (1908-1913), lo había alertado sobre la necesidad de llevar a cabo cambios sustanciales en lo que sería su segunda y más larga conducción de las riendas del país. El modelo oligárquico y excluyente postulado por el civilismo de la República aristocrática a los ojos de un hombre de ideas modernas resultaba agotado. La extracción social de Leguía y la misma naturaleza de las actividades económicas que le daban sustento cumplieron, a su vez, un papel fundamental en la elaboración de su programa alternativo. En efecto, no obstante que Leguía tenía una vieja militancia en el Partido Civil, organización a la que debió su emergencia en la escena política, estaba lejos de pertenecer a la flor y nata de la oligarquía nacional.

      A diferencia de la mentalidad aristocrática rentista, la psicología de Leguía era la de un hombre de negocios. El civilista genuino era el señorón, mientras que Leguía era el eficiente mayordomo. De empleado de agencias de seguros y segundo del civilismo alcanza un estatus respetable merced al talento y la audacia. Sus propios éxitos y fracasos lo diferencian de la tranquila bonanza de los mayores exponentes del civilismo. Leguía transita de la modestia decorosa a la prosperidad, pero recorre también el camino inverso. Iniciado como secretario comercial de Prevost y Cía., el joven Leguía pasa a trabajar poco después como cajero y contador de la empresa Caucato. Luego, con Carlos Leguía, se dedica a exportar azúcar, arroz y cuero. Posteriormente, desarrolla una rápida carrera como agente de seguros de la New York Life Insurance Company. Con la ayuda de otros socios constituye la Sudamericana de Seguros (1895) y, en sociedad con Manuel Candamo y José Pardo, funda la Compañía de Seguros Rímac (1896). Incursiona también en negocios específicos como la importación de mano de obra japonesa (1899), la administración de los fundos agrícolas de sus parientes políticos, los Swayne, y la explotación de una concesión en la selva. Asume, asimismo, cargos directivos en la British Sugar Company, la hacienda San José de Chincha, el Banco Internacional del Perú y en la Sociedad Nacional de Agricultura. La inestabilidad y los golpes de suerte e infortunio marcan su existencia. La movilidad social que tira hacia arriba y lo atrae hacia abajo constituye un ir y venir del que no puede escamotearse y que inevitablemente lo acompañará tanto en su actividad comercial y de negocios, a veces tan infructífera y osada, como en su carrera política.