de cualquier dispositivo —entre ellos los mecánicos— para minimizar o sustituir en un proceso a un operador humano, este mueble ya cae perfectamente en esa definición, tan temprano como el siglo XVI y, como puede comprobarse en la Palafoxiana, en efecto era usado en bibliotecas desde hace varios siglos.
Agostino Ramell. Le diverse et artificiose machine CLXXXVIII. 1588 | Rueda de libros. Biblioteca Palafoxiana, Puebla, México. |
Cajonera para tarjetas. Catálogo Library Bureu 1890, p.21. Google books. Permiso de uso no comercial. http://la802700.us.archive.org/30/items/Classifiedillus06buregoog/classifiedillus06 buregoog.pdf |
Con el auge de la Revolución Industrial, la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX son una historia ininterrumpida de mejoras tecnológicas en las bibliotecas, y no tan solo ya con conceptos, sino también con dispositivos: el advenimiento de las tarjetas catalográficas en lugar de volúmenes manuscritos para el registro de las obras fue un notable avance tecnológico. Su uso se encuentra documentado desde 1775 en el índice general de las publicaciones de la Academia de Ciencias de París. Su autor, el abate Rozier, consigna en su prefacio: “[…] las tarjetas ofrecen una gran facilidad para estos índices, ya que a través del ordenamiento que permiten, pueden sustituir a los índices en volúmenes manuscritos y eliminan la necesidad del recopiado frecuente. Ésta es la manera en que se recomienda escribir las tarjetas para multiplicar el número de entradas de acuerdo a las necesidades de cada tema […]” (Rozier 1775). Poco después, durante la Revolución Francesa, hubo otra versión básica de tarjetas catalográficas elaboradas bajo el “Código de catalogación francés de 1791”, las cuales fueron escritas sobre el reverso blanco de naipes. Existe también la versión de tarjetas del inventor inglés Francis Ronalds alrededor de 1815, y la del editor italiano Natale Battezzati a mediados del siglo XIX. En 1863, Ezra Abbot diseñó cajones de tamaño estandarizado para colocar las tarjetas en forma vertical (Ranz 1964, 60). A principios del siglo XX, Melvil Dewey le dio al catálogo su forma estable por lo que se le considera el creador del catálogo moderno. Todas estas conceptualizaciones fueron también un despegue tecnológico. Pero no quedarían solo en eso. Antes de 1900, su empresa Library Bureau comercializaba las cajoneras-gabinete y otro tipo de muebles archiveros que se usaron por casi cien años para el manejo de tarjetas y otros accesorios (Library Bureau 1890). La cajonera para catálogo no fue el único dispositivo al efecto. La “Ciclopedia Anual y Registro de Acontecimientos Importantes del Año 1895 de Appletons” describe el indizador continuo de Rudolph:
[…] consiste esencialmente en una caja con una tapa de cristal tan alta que llega al pecho. En su interior se encuentran dos prismas hexagonales girando sobre sus ejes, a uno de los cuales se encuentra acoplada una manivela. Alrededor de estos, y cayendo casi hasta el fondo de la caja, se encuentra una cadena sin fin formada por ligeros marcos metálicos en los que se pueden insertar tarjetas con las descripciones de los libros en la biblioteca. Mirando a través de la tapa de cristal, el usuario ve cuatro largas páginas de tarjetas ordenadas alfabéticamente, y puede girar la manivela en cualquier dirección para traer a la vista cualquier otra página que desee (Appletons 1896, 649).
Como puede verse, ésta era una máquina visualizadora de catálogos de biblioteca del siglo XIX. Tan temprano como 1898, James Rand inventó un sistema racionalizado de archivado usando tarjetas, índices, divisores, pestañas de carpetas, etiquetas, y fundó la Rand Ledger Company para fabricar su sistema de índices. Su hijo lo perfeccionó con las cajoneras desplegables en 1915 con el nombre de American Kardex Company. El nombre de esta empresa se volvió genérico al tipo de producto y, hasta la fecha, sus muebles-dispositivo se siguen usando –entre muchas otras funciones– para el control de publicaciones periódicas en muchas partes del mundo.
De las primigenias tarjetas de catálogo escritas a mano en las bibliotecas durante el siglo XIX, pronto se pasó a utilizar el nuevo dispositivo mecánico llamado “máquina de escribir” para elaborarlas mejor, más barato y más rápido.
Gabinete y tarjetas Kardex. UNAM. CC BY-NC-SA 3.0 ESP. |
Solo diez años después de su invención en 1873, Joseph C. Rowell, bibliotecario de California, envió en 1883 una carta a la Reunión de la Conferencia de Bibliotecas Americanas en Nueva York. Anexó una tarjeta catalográfica de muestra producida con una máquina de escribir y comunicaba que pensaba hacer ya todas las tarjetas de su biblioteca de esta forma (Beagles 1971, 46-47). Más aún, en 1885, después de diferentes pruebas, Dewey encargó al fabricante Hammond una máquina de escribir especial para bibliotecas; ellos produjeron la Hammond Card Cataloger, la cual permitía cambiar fácilmente el tamaño de letra y el alfabeto a utilizar, algo ideal para la elaboración de fichas catalográficas.
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Anuncio de máquina de escribir “Remington” recomendada para bibliotecas destacando su “cilindro especial para tarjetas”. ALA Journal, 1897. Imagen en dominio público. |
Poco después, otros fabricantes producían y ofrecían máquinas de escribir “especiales para bibliotecas”, tales como la Remington con cilindro especial para tarjetas de catálogo, o la L.C. Smith, que con un pequeño accesorio permitía insertar dos tarjetas catalográficas al mismo tiempo en el carro para reducir tiempos en su elaboración. Un estudio hecho en la unión americana en 1902 indicaba que 65 de 66 bibliotecas encuestadas ya usaban la máquina de escribir como medio principal para fabricar sus tarjetas catalográficas (Beagles 1971, 46-47).
De hecho, la cantidad de dispositivos e inventos tecnológicos para bibliotecas era tal hacia fines del siglo XIX, que tan temprano como 1898 ya hubo quien se quejó al respecto. En la vigésima primera reunión de la Library Association, Stanley Jast declaró:
[…] Me temo que los bibliotecarios dejarán de ser los sumos sacerdotes de los libros, las columnas de la literatura, y degenerarán en meros mecánicos [...] Ahora hay una fascinación tan sutil y atrayente sobre ellas [las máquinas], que si alguna vez se permite que entren de lleno se convierten definitivamente en una enfermedad. Ello puede comenzar con bastante inocencia con la compra de algunos soportes para libros; como estos rayan las estanterías, se consiguen otros en su lugar que ocupan demasiado espacio; de un soporte para libros a algo automático hay solo un paso; entonces se consigue un portadiccionario, y una aspiradora, y todo tipo de carpetas, y varios dispositivos para manejo de tarjetas, y la fascinación crece y se alimenta, hasta que los fondos de la biblioteca, así como el tiempo y el pensamiento del bibliotecario, se pierden en la búsqueda de estos accesorios mecánicos [...] Seamos bibliotecarios, no mecánicos” (Jast 1898, 83-84).
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Anuncio de la máquina de escribir “Hammond”, y máquina. Tenía la inusual capacidad de cambiar tamaños de letra y diversos alfabetos, por lo que era muy utilizada en bibliotecas a fines del siglo XIX. Imágenes en dominio público. |
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