resultado fueron las famosas constituciones ayudado por otro pastor protestante Jean-Théophile Désaguliers, hijo de un pastor y maestro de filosofía experimental en Oxford, gran amigo de Newton y Huygens, aunque en el campo masónico no era más que Cowan, masón no iniciado. Por suerte, su influencia en la evolución de la gran logia inglesa quedó velada, en beneficio de Anderson. Todo lo que se puede decir de ella es que como otras veces, el místico de la fraternidad y el defensor de la observación se aliaban para asegurar el triunfo del hermano.
Jean-Théophile Désaguliers
El texto de las Constituciones es fundamental para el estudio de la filosofía de sociedad secreta, así como la conducta a seguir por sus miembros y las líneas maestras de su organización.
En algunas ediciones no figuran los orígenes y desarrollo histórico de la hermandad y aunque son muy peregrinos y fabulosos, son interesantes por el esoterismo y grado de iniciación que encierran.
Según Anderson, Caín ya había sido masón, y habría sido constructor de la primera ciudad porque su padre Adán, el primer ser humano le había transmitido un conocimiento ya bastante elevado de geometría. La asociación había continuado con Noé y sus hijos hasta el punto de señalar el propio Anderson, más tarde, que el primer nombre de los masones habría sido el de noáquidas. Es rarísimo que un hombre de su formación bíblica pudiera escribir semejantes aciertos.
Anderson se refirió después a Euclides, a Moisés, gran maestro masón, sin olvidar a Salomón y a su famoso templo. Se detiene, especialmente, en la figura de Hiram Abiff que lo menciona como “lujo de la vida” y pone énfasis en su muerte y resurrección por no querer revelar los secretos de la hermandad, los ecos de la figura de Jesús son evidentes.
Sin embargo, el relato de este pasaje se tambalea en cuanto la existencia real del personaje, hasta el punto de rechazarlo muchas veces, relegándolo a un relato meramente simbólico.
De Hiram el conocimiento oculto masónico según Anderson, habría pasado a Grecia, Sicilia y Roma, que había producido el estilo augusteo muy estimado por él, y para mayor disparate, habría sido el franco Carlos Martel quien habría llevado la masonería a Inglaterra tras la invasión sajona. Desde entonces la sociedad secreta había sobrevivido en los gremios de albañiles medievales.
Anderson confesaba basarse para su obra en antiguos textos ingleses, escoceses, irlandeses e italianos, cosa totalmente improbable. Además adulteró fórmulas tan trascendentales como la invocación a la trinidad contenida en los textos de los gremios medievales, que según él había guardado el saber masónico. Anderson pues, prescindió de dicha invocación en el encabezamiento primero, recalcando que había llegado la hora de renunciar a sus religiones cristianas anteriores (cosa que habían profesado hasta entonces) y obligándoles solo a esa religión que todos los hombres están de acuerdo (Deísmo).
“La masonería se convierte así en el centro de unión y los medios de conciliar la verdadera amistad entre personas que habían permanecido distanciadas”.
Así Anderson priva de su carácter cristiano a los gremios de albañiles medievales, con lo que se afirmaba su vínculo histórico, y situaba la asociación por encima de los vínculos que cada uno tuviera con su propia fe.
Anderson y Désaguliers, al utilizar la logia sus fórmula y tradiciones, buscaron en la masonería un lugar de encuentro de hombres de cierto nivel cultural con inquietudes intelectuales que estuvieran interesados por el humanismo, base de una fraternidad universal por encima de divisiones y doctrinas sectarias.
“Un masón es un sujeto pacífico, sujeto a los poderes civiles, que nunca se va a implicar en conjuros o conspiraciones contra la paz y el bienestar de la nación”, era un intento ante tantos sufrimientos acarreados a Europa por la Reforma y la Contrarreforma.
El capítulo III trata de las logias y de las condiciones para su admisión en ellas: “deberán ser hombres buenos y veraces, nacidos libres y de edad discreta y madura, no siervos, ni mujeres, ni hombres inmorales ni escandalosos, sino de los que se hable bien”.
La masonería sería así como un cuerpo de élite en el que se definen claramente las diferencias por razón de su condición social, sexual y moral, aunque las dos exigencias primeras fueran más estrictas que la tercera. Ningún ataque o disputa serán permitidos en el interior de la logia y mucho menos las polémicas relativas a la religión o a la situación política. Se inculca la práctica de la virtud por el sentimiento del deber, no por la esperanza de premios por el temor de castigos. Los masones por encima de naciones, estirpes y lenguas buscan sobre todo “el bien de la logia”, ya que pertenecen a la religión universal.
Luego se exponen los grados de la hermandad y su relación entre ellos (capítulos IV y V).
Su notable dosis de secretismo se mostraba mediante la cautela de sus miembros al hablar de forma que ningún interlocutor pudiera descubrir lo que no era adecuado. El maestro debería saber manejar las conversaciones. Nadie que no fueran sus miembros ni sus familiares, deberían descubrir nada que perteneciera a la logia. Guardadores de la fraternidad universal, no por ello serían expulsados de la hermandad si participaban en conjuros y revoluciones, y continuarían teniendo la protección de la misma.
La masonería se ofrecía así como una sociedad esotérica, una sociedad por encima de cualquier otro vínculo humano, incluidos los familiares y nacionales, tal como quedaba fijada en las Constituciones de Anderson, sus valores éticos estaban en condiciones de ser propagados a lo largo y ancho del planeta.
Destaquemos que fue en las logias de masones donde se establecieron normas para evitar todo posible roce que rompiera la armonía y fraternidad, y donde la tolerancia religiosa permita la convivencia entre católicos y protestantes, precisamente en una nación (la iglesia) donde los católicos eran duramente perseguidos.
Lledó, Joaquín. La Ilustración. Ed. Acento, Madrid, 1998.
Ferrer Benimeli, José, A. ¿Qué es la Masonería? Historia 16, Madrid, extra IV noviembre de 1977, págs. 5-19.
Otros citan a Samuel Hartlib que llegó huyendo de la Prusia Polaris como introductor del rosacrucismo en Inglaterra.
Knoop, d. y G.P. Jones. The Genesis of Free masonery, Manchester, 1947.
Tal como narraría Laurence Sterne (1713-1768) en su Viaje Sentimental: Así se interpretó la gran piedra sin labrar, propia de todas las logias masónicas se cree que simbolizaba “el hombre en su estado infantil y primitivo, basto y sin pulimento”.
Citado por Mackenzie, Norman: Sociedades secretas. Alianza Editorial, Madrid 1973.
Entiéndase logia como la sala de reunión y como el conjunto de miembros de una misma creencia lo mismo que la palabra iglesia.
Martín-Albó, Miguel. Masonería, Libro, Madrid 2015. Pág. 116 y sigs.
Reunión que se efectuó en una taberna londinense, situada junto a la Catedral de San Pablo todavía no acabada.
Capítulo III: El siglo XVIII.
Oposición y puesta de largo
Las Constituciones de Anderson provocaron una fuerte oposición en algunas de las logias existentes cuyos miembros plantearon objeciones a las normas y ceremonias revisadas según una nueva edición salida a la luz en 1751, sin grandes modificaciones esenciales a las tradiciones de