maestro “según los antiguos estatutos”, la gran logia inglesa no la reconoció pero sí lo hicieron las de Escocia e Irlanda. Esta disidencia acaudillada por la logia de York se prolongará hasta el año 1813 gracias a un acuerdo entre los grandes maestros rivales, el duque de Sussex y el duque de Kent, hermanos del rey Jorge IV.
Superando estas controversias en el siglo XVIII, siglo de la Ilustración y del despotismo ilustrado, la nueva masonería se desarrolló extraordinariamente en países tan dispares como Austria, Italia, Portugal, Suiza, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia, México, Inglaterra, Perú, etc., como gran asociación admiradora de la armonía de la naturaleza que llenaba los espíritus prerrománticos, y que permitía a cada individuo encontrar en las logias su bienestar, gracias a la tolerancia con el prójimo.
Según la autobiografía del duque de Montagu, escogido el gran maestro en 1721, la masonería “se convirtió en moda pública”. El duque de Montagu inauguró la costumbre de que el gran maestro recayera en un miembro de la nobleza o incluso de la familia real, costumbre que se extenderá a lo largo de los tres siglos siguientes.
Duque de Montagu
Los desfiles armados por las calles londinenses luciendo sus complots mandiles, poco tenían que ver con el secretismo de la asociación. La mayoría de sus miembros pertenecía a la clase media acomodada, y su respetabilidad estuvo fuera de toda duda, tal como lo continúa siendo en la mayoría de países protestantes.
La expansión recibió un impulso extraordinario, sus causas fueron varias: la clase media y la naciente burguesía vieron un medio a través de ella para codearse con la aristocracia. No excluía ni a católicos, ni a judíos, incluso los miembros de procedencia más humilde, como los aristócratas, podían recibir (aunque fuera teórico) un conocimiento presuntamente oculto, reservado a los iniciados, y tenían como aliciente poder sentarse al lado del duque. Por último, el conocimiento establecido en el seno de la logia espoleaba la creación de relaciones de primer orden en campos tan sugestivos como los negocios, la política o la influencia social.
Los tres primeros grandes maestros de Inglaterra fueron de ciencia; pero el cuarto, fue un duque. Desde entonces los grandes maestros han sido con frecuencia miembros de la familia real y entre ellos los más encumbrados fueron el príncipe de Gales (luego Eduardo VII) y el duque de York (después Jorge VI).
Siguiendo los postulados masónicos, las logias inglesas fueron ajenas a las disputas religiosas, manteniéndose totalmente al margen, así como de las luchas políticas, y se pusieron del lado de la dinastía Hannover a la sazón en el trono, la constitución parlamentaria (no escrita) y la tolerancia religiosa bajo la tutela de la Iglesia anglicana.
En 1725 un grupo de terratenientes ingleses que se habían establecido en París fundaron una logia en 1725. Sin embargo, fueron los protestantes holandeses, enemigos de los británicos en el siglo XVI, por el dominio del mar, los primeros que alzaron la voz en contra de la presencia de logias especulativas en su suelo debido a la absorción en parte del contenido espiritual de sus enseñanzas protestantes incompatibles con el cristianismo y también por el peligro de conspiraciones a través de las logias.
En 1737, Luis XV de Francia promulgó un decreto que prohibía tener cualquier trato con la francmasonería por parte de sus súbditos porque su entramado doctrinal no era compatible con el catolicismo y también porque el potencial subversivo de que disponían, era evidente. Las logias celebraban sus (temidas) reuniones unas veces en plena libertad y otras llegaba la policía y sus miembros eran apresados.
Por último, el 28 de abril de 1738, el papa Clemente XII dio un documento papal que prohibía a los católicos pertenecer a la masonería so pena de excomunión y basaba tal interdicto en consideraciones doctrinales y, sobre todo, el rechazo pleno a la cosmovisión masónica por parte de la confesión católica. La Santa Sede se daba perfecta cuenta de las consecuencias políticas derivadas de la acción de las logias. El interdicto fue renovado por Benedicto XIV en 1751.
Todo ello impidió su desarrollo en algunos países católicos como España, Nápoles y otros. La masonería contestó a esta persecución, argumentando la existencia de la Inquisición, para construirse una imagen de tolerancia, libertad y martirio. El juicio en Portugal en 1744 de un tal John Coustos, conspicuo masón inglés acusado de la fundación de algunas logias, movió a la Inquisición al ser extranjero a castigarle solo con la expulsión. Sin embargo, el hecho trajo una corriente de simpatía de los europeos, en especial, británicos hacia los masones y de animadversión hacia la Iglesia católica en países como Prusia e incluso Austria por la tolerancia de sus monarcas.
John Coustos
Federico el Grande de Prusia (1740-1786) dos años antes de subir al trono fue iniciado en la logia de Brunswick. Llegó a ostentar el título de gran maestro, pero su política interior y exterior, como el auténtico padre del militarismo prusiano, no es que pueda considerarse como un modelo defensor de la libertad.
Federico II fue un genio de la guerra que le agradaba reunirse con intelectuales, y a pesar de las continuas guerras y el descuartizamiento de Polonia, fue un referente para los masones que en su país encontraron su protección y una vía sin trabas para el acceso al poder.
Ante ejemplos como el de Federico II y los ingleses, y a pesar del interdicto papal, Luis XV se decidió entonces por una política de tolerancia en suelo francés. Pronto el abad de Saint Germain des Prés fue gran maestro del país (Luis de Borbón, conde de Clermont). La gran logia inglesa se transformó en el país en Grande Loge de France y en 1733 adoptó el título definitivo de Grande Loge National o Grand Orient.
Como había recurrido entre los ingleses, los franceses deseaban tener un gran maestro de sangre real y propagaron el infundio de que Luis XV había sido iniciado. Luis XVI se negó tajantemente a ello. Fue su hermano menor Carlos de Artois, el que sí lo hizo y cuarenta años después Carlos de Artois llegó a conseguir el trono con un sistema de gobierno de lo más absolutista y retrógrado que provocó la revolución de 1830. Sin embargo, no quiso ser gran maestro, título que después de varias rogativas aceptó Luis Felipe de Orleans, hijo del duque de Orleans (primo de Luis XVI y que después de votar su muerte siguió su misma suerte).
Luis Felipe llegó a ser también rey de Francia, pero fue derrocado por la Revolución de 1848.
Los príncipes de otros estados alemanes y Francisco I de Austria fueron también iniciados. Mozart por su admiración que profesaba a Haydn entró en la masonería en 1784 y aludió a ella en La Flauta Mágica (1791), aunque de las logias el emperador José II, hombre liberal, les dispensó su protección, no así su madre la emperatriz María Teresa15.
En La flauta mágica se identifica la tradición masónica con la egipcia y las almas caminan a la salvación ayudadas por los misterios de Isis y Osiris.
Desviaciones y nuevos ritos
Uno de los mayores atractivos de la masonería es su contenido esotérico, misterioso, secreto, cuyas raíces se hundía supuestamente en épocas remotas. Sin embargo, también es una cualidad muy delicada porque siempre ha existido la posibilidad de que maestros masones inventaran nuevos rituales cuyo objetivo fuera la revelación de esos conocimientos herméticos. Su sincretismo intenta conciliar o armonizar teorías diferentes en opuestos como por ejemplo retrotraerse al antiguo Egipto, Noé, Pitágoras o los druidas.
Así sucedió con el nuevo rito alrededor de 1750 llamado Royal Arch, atribuido sin pruebas fehacientes a un tal Andre Michel Ramsay (1686-1743), nacido de padre luterano y madre anglicana, y convertido al catolicismo por Fénelon, aunque otra hipótesis quizás más plausible se refiere a una logia irlandesa de Youghal. Este rito pretende dar cumplida respuesta a cualquier pregunta sobre la masonería.
Símbolo Royal Arch
El caballero (chevalier) Ramsay como él mismo