Darío López

La seducción del poder


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los miembros del Ejercito señalados como autores de violación de Derechos Humanos mundialmente conocidos, como el caso de la matanza de los nueve estudiantes y un profesor de La Cantuta el 18 de julio de 1992. Hecho que explica por qué el Concilio Nacional Evangélico del Perú (conep), una entidad fundada en 1940 y que representa a más del 85% de la comunidad evangélica, había expresado públicamente su preocupación por la forma tan lenta e ineficaz como venían procediendo las autoridades encargadas de la investigación, precisando además que una actuación de ese tipo creaba un clima de desconfianza entre la ciudadanía (Pronunciamiento Público del conep del 24 de agosto de 1993)13. Siura fue también el autor de la llamada tesis del «autosecuestro», según la cual tanto los estudiantes como el profesor de la Universidad La Cantuta se habían secuestrado a sí mismos. En tal sentido, de acuerdo a la «original» versión dada por Siura, los nueve estudiantes y el profesor no habían sido ni detenidos ni desaparecidos por las fuerzas del orden14. Y públicamente afirmó que las llaves encontradas en las fosas clandestinas de Cieneguilla junto a los cadáveres de los estudiantes, no probaban nada, a pesar de que los familiares de las víctimas identificaron esas llaves como propiedad de sus hijos o hermanos (La República 1993a:3). Según el testimonio de la madre de uno de los estudiantes que fueron desaparecidos: el congresista Siura le dijo en una oportunidad, en tono despreocupado y displicente, que su hijo se encontraba en algún lugar y que ya volvería (La República 1993a:3). Además, cuando la hermana de uno de los estudiantes que habían sido desaparecidos por miembros de las fuerzas del orden le increpó acerca de su cuestionable conducta cristiana, Siura le contestó de una manera bastante peculiar. De acuerdo con el testimonio de la hermana de uno de los estudiantes de la Cantuta:

      Una vez Siura nos citó para explicarnos que no firmaría el dictamen de la comisión (del caso La Cantuta) porque eso traería un golpe y, sí eso ocurría, a los primeros a quienes matarían sería a él y a nosotros. Le dije que a él, como evangélico, y a mí, como católica, Dios nos ayudaría si decíamos la verdad, que deberíamos confiar en él. «Estoy hablando del Ejército, de un monstruo que es mas que Dios», fue su respuesta [...] (Instituto de Defensa Legal 1994a:18; Vallejo 1995:9. Resaltado nuestro).

      Indudablemente, las palabras de Siura dejan constancia de hasta qué punto la opción política que una persona asume y defiende puede, en cierto momento, oscurecer sus convicciones religiosas y ponerse —incluso— por encima de ellas. Y es que, según la «original» versión de Siura, su «dios» no tenía tanto poder como el poder que tenía el Ejército. Más aún, Siura, en compañía de los congresistas de su bancada, defendería otra de las «estrategias» elaboradas por el gobierno para encubrir la responsabilidad de los miembros del Ejército en el caso de La Cantuta, culpando a Sendero Luminoso de ese hecho. Y meses después pretendió impedir que uno de los Ministros del gobierno compareciera ante la Comisión de Defensa del ccd (Siura era el presidente de la misma) para dar su explicación sobre el caso de La Cantuta. Luego de ese incidente, según una nota periodística:

      Siura pretendió un acto de constricción, queriendo hacer ver que sus actitudes anteriores (tesis del autosecuestro de los asesinados, acusación a los periodistas de haber colocado las llaves en las fosas clandestinas, etc.) fueron «producto de un error» [...] insistió en que reconoce que se equivocó [...] porque los restos encontrados están conduciendo a la identificación de los culpables. Dijo que «lamentablemente él no tuvo a su alcance las informaciones que ‘tuvieron otros’» [...] (La República 1993b:3. Resaltado nuestro).

      ¿Fue todo «producto de un error» y de no tener a «su alcance la información» oportuna como pretendía hacer creer a la opinión pública Siura? No fue así. Ya que en los meses siguientes Siura continuó defendiendo a los culpables de este crimen y de otras violaciones a los derechos humanos. Siura defendió públicamente la llamada Ley de Amnistía N.° 26479, conocida también como la Ley de la Impunidad, que el ccd aprobó en junio de 1995. Una cuestionada Ley que exculpaba de toda responsabilidad a los militares y policías que hubieran cometido violaciones a los derechos humanos durante los años 1980–199515. Años después, luego de la caída del régimen, se llegaría a conocer que efectivamente Siura y otros congresistas fujimoristas habían encubierto los asesinatos cometidos por miembros de las fuerzas del orden (El Comercio 2001a:A8). Hubo además en esos años la creciente sospecha de que Siura formaba parte del grupo de congresistas fujimoristas instrumentados y digitados por el Servicio Nacional de Inteligencia (sin) para defender al régimen dentro y fuera del Congreso16. Un hecho que se comprobaría cuando años después, ya en un gobierno democrático, una comisión investigadora del Congreso de la República acusaría a Siura y a otros ex parlamentarios fujimoristas de asociación ilícita para delinquir, por haber presentado como suyo un informe elaborado por el sin, en el que se negaba toda participación de miembros del Ejército en el caso La Cantuta (El Comercio 2001c:5). Todo estos hechos, que fueron conocidos luego de la caída del régimen de Fujimori, explican por qué Siura fue el primero que sustentó en el ccd las razones por las cuales, según su particular punto de vista, una Ley de Amnistía era necesaria para la «reconciliación» nacional. Éstas fueron sus palabras:

      Presidente: Tenemos que decir pocas pero necesarias palabras. ¿Qué pasó en el Perú a partir de mayo de 1980? ¿Qué ha sucedido para que nuestras familias sigan sufriendo por algún tiempo más? Tenemos que remontarnos a décadas pasadas, cuando los gobiernos tenían dificultades en sus gestiones. El Estado, en forma general, tenía algunas deficiencias: el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo tenían una pequeña dificultad que fue aprovechada por las circunstancias [...]. Hace poco el Congreso honró la figura de María Elena Moyano, quien fue un ejemplo para muchas mujeres y para todos los peruanos al enfrentar cara a cara al problema social. No se escondió y dijo sí al país; y entregó su vida. No hay mejor amigo que aquel o aquella que da su vida por sus amigos o por sus hermanos [...]. Hubo excesos de ambas partes, porque en una guerra no se puede saber cuándo ni cuántos pueden ser los excesos; excesos que hoy dividen a los peruanos y que de alguna manera no permite que podamos trabajar con fluidez para la reconstrucción nacional, por la búsqueda de la pacificación verdadera y de la democratización real para nuestro pueblo [...]. Por estas consideraciones, creemos que ha llegado el momento de que todos los peruanos debamos unirnos, cualesquiera [sic] haya sido su condición o su concepción política, sean militares o civiles, sean peruanos que hayan pretendido o no una u otra situación o posición política. ¡Todos tenemos que buscar la reconciliación! No una reconciliación para buscar una nueva ubicación política y enfrentarnos otra vez y con más fuerza, sino una reconciliación que permita unirnos y trabajar como hermanos, buscando un nuevo renacer y un nuevo futuro para el Perú. Juntémonos para reconstruir el país, la fe y la esperanza en los peruanos [...]. Los representantes del pueblo peruano tenemos que asumir una decisión al respecto. Por ello, buscamos la amnistía general a militares y civiles que puedan haber cometido excesos de una u otra manera; ya sea violando reglamentos, leyes, o la Constitución. Pero de alguna manera tenemos que buscar la amnistía a favor de todos ellos para trabajar juntos por nuestro pueblo [...]. Tampoco discutimos si la acción de algunos peruanos fue constitucional o no; o si su pretensión era solamente la búsqueda de una posición política o si son capaces de hacer o no algo en el futuro. Ahora planteamos el olvido y el perdón. Olvido de lo que pudiera haber sido o de lo que no hubiera podido haber sido [...]. Hoy no es el momento de hacer un análisis profundo de tales hechos, sino buscar el perdón y el olvido definitivo [...]. Invoco a la oposición que sea capaz de unirse a nosotros para apoyar el proyecto de ley en debate [...]. Esta noche no generemos el odio, ni continuemos con el debate de la rebelión que empezó en mayo de 1980. Les pido que tengamos la hidalguía y la capacidad del Maestro de maestros en la enseñanza cristiana: practicar el perdón por encima de todo. El perdón puede ayudar a todos los peruanos [...]. Como peruano, pido que oposición y mayoría tengan la capacidad de unirse a la propuesta en debate por encima de las diferencias para elevarnos a aquella cumbre que enaltece a todos los peruanos: la cumbre del perdón y la posibilidad de la reconciliación, sin las cuales no será posible la reconstrucción inmediata de nuestro país. Pido también a mis colegas de la mayoría parlamentaria que apoyen el proyecto de amnistía general que implica dar un