protestantes y evangélicas clásicas, y adecuarlas a las complejas realidades postmodernas que nos rodean. Doctor Miguel Ángel Palomino… ¡Enhorabuena!
Marzo de 2011
Dr. Samuel Pagán
Profesor de Biblia hebrea
Colegio Universitario Dar al-Kalima
Belén, Tierra Santa
Capítulo 1
La iglesia se refleja en su culto
Para poder conocer la iglesia y adquirir una conciencia eclesial, es indispensable dirigirse a ella y vivir su culto.
—J. J. von Allmen
En las últimas décadas, hemos sido testigos de los diferentes intentos que se están haciendo en América Latina por comprender lo que es la iglesia evangélica. Si damos un vistazo general, encontraremos que, por ejemplo, desde comienzos de la década de 1970 se viene estudiando a la iglesia en su papel misionero y evangelístico con el fin de ver su fidelidad al mandato que el Señor dejó antes de ascender a los cielos1. Otros han hecho investigaciones sobre su crecimiento numérico, a fin de determinar su fuerza y efectos en la sociedad latinoamericana2. En un tiempo, surgió también un debate por entender el lugar de la iglesia evangélica en las llamadas teologías de la liberación3, y no podríamos dejar de lado aun los intentos por estudiarla desde el lado sociológico4.
Mi intención en este trabajo es mirar la iglesia desde otro ángulo, desde su vida de adoración en el culto. Bien ha dicho J. J. von Allmen (1968: 43) que “para poder conocer la iglesia y adquirir una conciencia eclesial es indispensable dirigirse a ella y vivir su culto”. Ciertamente, no soy el primero en desarrollar un tema así. A comienzos de 1960, el Fondo de Educación Teológica publicó El culto cristiano, de William D. Maxwell, que trata sobre los orígenes del culto cristiano, pasando por sus diferentes formas litúrgicas orientales y occidentales, dándonos una base amplia para entender algo de su trasfondo histórico. A fines de la misma década, apareció El culto cristiano, del pastor reformado Jean-Jacques von Allmen. Esta obra enfoca los problemas que existen en la celebración del culto, y termina con algunas sugerencias para “desclericalizar” la liturgia. En 1977, la Subcomisión de Literatura Cristiana, en su serie Diccionario de la Teología Práctica, publicó Culto, que contiene diez distintos artículos sobre la vida cúltica de la iglesia escritos por renombrados autores. Posteriormente, la editorial Vida publicó dos obras relacionadas con el tema. Una es Exploración de la adoración, de Bob Sorge (1987), quien pastorea una iglesia pentecostal en New York. Aquí, Sorge trata, entre otros aspectos, acerca de la diferencia que hay entre adoración y alabanza. Y la otra se titula La teología de la adoración, de Ralph. P. Martin (1993), que más bien se centra en los aspectos teológicos e históricos del culto. clie, por su parte, revivió en 1990 un libro antiguo de A. W. Tozer, ¿Qué le ha sucedido a la adoración?, donde el autor hace una severa crítica a las iglesias de su época por haber perdido de vista el verdadero significado de la adoración y haber caído en una frialdad espiritual. En portugués, hay una traducción del alemán, Celebrando o amor de Deus. O despertar para um novo culto (2000), de Klaus Douglass, que está dirigida a no pastores. ¿Por qué a no pastores? Porque, según el autor, los cultos los dirigen los laicos. Su tesis es simple: cuanto más profunda sea la experiencia del amor de Dios en las vidas de estas personas, más avivados serán los cultos que ellos dirijan. En este sentido, Douglass afirma que cada creyente puede contribuir para que el culto se convierta en una celebración inspiradora.
Pero no solamente hay obras traducidas. Los intentos de autores nacionales por estudiar en profundidad la vida de adoración de la iglesia comenzaron también en la década del setenta5. Uno de los primeros estudios fue el resultado de una investigación sobre el significado del culto en las iglesias del Río de la Plata que el Centro de Estudios Cristianos publicó en 1972 bajo el título de Culto: crítica y búsqueda6. En esta obra, se da un panorama de la situación presente de las iglesias en esa época, analizando, entre otras cosas, la influencia del catolicismo y de las iglesias de inmigración, y los himnos que se cantaban en esas congregaciones. En 1974, Orlando Costas dio a conocer su estudio sobre el culto en las iglesias evangélicas de corte pentecostal, y aun cuando ya han pasado años desde que apareció ese libro, sus comentarios e interpretaciones siguen siendo valiosos y relevantes hoy7.
Otro esfuerzo que se debe mencionar es el de la revista Iglesia y Misión, que desde su primer número dedicó una sección a la liturgia, donde Eduardo Ramírez desarrolló varios modelos de cultos que podían adecuarse bien a las iglesias evangélicas latinoamericanas8. La Casa Bautista de Publicaciones hizo algo parecido con su revista Preludio, la cual, aun cuando mayormente se centraba en la música, lo hacía en el contexto de la adoración en el culto, proveyendo ideas y promoviendo a compositores latinos con el fin de enriquecer nuestra propia himnología. En la década pasada, se editaron dos libros que merecen nuestra atención. El primero es La adoración, de Miguel A. Darino (1992), quien reflexiona sobre el culto desde una perspectiva bíblica e histórica en el contexto hispano de Estados Unidos. El otro es Adoremos, de Marcos Witt (1993), de quien se dice que es el artífice de toda la renovación en la alabanza en América Latina. En esta obra, lo que Witt hace es definir el significado de la adoración y la alabanza tomando en cuenta las Escrituras y su propia experiencia como músico cristiano. Y con respecto a esta década, el autor brasileño Sérgio Freddi Júnior publicó Música cristã contemporânea, renovação ou sobrevivência (2002), donde plantea tres posibilidades futuras para el protestantismo histórico: enriquecer su tradición, renovar completamente la forma de su culto, o sumergirse totalmente en alguna de las varias expresiones pentecostales. Sobre publicaciones en castellano, son infinidad los artículos y otros materiales que ahora podemos encontrar en Internet. Basta ir a Google y buscar “culto evangélico en América Latina”, lo que nos arrojará más de veinte mil resultados que van desde blogs, páginas de iglesias, artículos periodísticos hasta trabajos más elaborados como tesis y libros.
Ahora bien, sobre esa base, queremos explorar dos hipótesis. La primera es que todo este fenómeno de la renovación de la alabanza ha creado un estilo de culto que ha acelerado la desaparición de las fronteras denominacionales en el mundo evangélico, haciendo que los creyentes pierdan su identidad y, por tanto, también su fidelidad a la iglesia local. Esto ha dado lugar a lo que los estudiosos ahora llaman “migración religiosa”, refiriéndose al flujo continuo de creyentes que se trasladan de una iglesia a otra sin aparentes razones de peso. Si bien antes se hablaba de migración religiosa para describir el éxodo de los fieles católicos hacia las iglesias evangélicas y otras confesiones (Pérez Guadalupe 2004: 43), hoy en día este mismo fenómeno ocurre dentro del mundo evangélico, donde muchos creyentes dejan sus congregaciones para irse a otras más grandes atraídos por sus cultos “avivados” y la variedad de “ministerios” que ofrecen.
La segunda hipótesis se relaciona con la forma del culto evangélico. Los que dirigen los servicios, a quienes también se les llama “adoradores” —me pregunto, y ¿qué es el resto de la congregación?—, parecería que no tienen problemas de incorporar elementos especialmente de la cultura mediática que pudieran estar afectando el sentido y naturaleza misma del culto. Sin duda, el propósito aquí es hacerlo más atractivo con el fin de ganar a otros para Cristo. Pero también creo que esto se debe a que, por lo general, quienes dirigen la alabanza son músicos y gente talentosa que cantan y se desplazan histriónicamente bien en la plataforma, pero que carecen de una formación teológica que les permita discernir qué