MIguel A. Palomino

¿Qué le pasó al culto en América Latina?


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protestantes y evangélicas clásicas, y adecuarlas a las complejas realidades postmodernas que nos rodean. Doctor Miguel Ángel Palomino… ¡Enhorabuena!

      Marzo de 2011

      Dr. Samuel Pagán

      Profesor de Biblia hebrea

      Colegio Universitario Dar al-Kalima

      Belén, Tierra Santa

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      Capítulo 1

      La iglesia se refleja en su culto

      Para poder conocer la iglesia y adquirir una conciencia eclesial, es indispensable dirigirse a ella y vivir su culto.

      —J. J. von Allmen

      Mi intención en este trabajo es mirar la iglesia desde otro ángulo, desde su vida de adoración en el culto. Bien ha dicho J. J. von Allmen (1968: 43) que “para poder conocer la iglesia y adquirir una conciencia eclesial es indispensable dirigirse a ella y vivir su culto”. Ciertamente, no soy el primero en desarrollar un tema así. A comienzos de 1960, el Fondo de Educación Teológica publicó El culto cristiano, de William D. Maxwell, que trata sobre los orígenes del culto cristiano, pasando por sus diferentes formas litúrgicas orientales y occidentales, dándonos una base amplia para entender algo de su trasfondo histórico. A fines de la misma década, apareció El culto cristiano, del pastor reformado Jean-Jacques von Allmen. Esta obra enfoca los problemas que existen en la celebración del culto, y termina con algunas sugerencias para “desclericalizar” la liturgia. En 1977, la Subcomisión de Literatura Cristiana, en su serie Diccionario de la Teología Práctica, publicó Culto, que contiene diez distintos artículos sobre la vida cúltica de la iglesia escritos por renombrados autores. Posteriormente, la editorial Vida publicó dos obras relacionadas con el tema. Una es Exploración de la adoración, de Bob Sorge (1987), quien pastorea una iglesia pentecostal en New York. Aquí, Sorge trata, entre otros aspectos, acerca de la diferencia que hay entre adoración y alabanza. Y la otra se titula La teología de la adoración, de Ralph. P. Martin (1993), que más bien se centra en los aspectos teológicos e históricos del culto. clie, por su parte, revivió en 1990 un libro antiguo de A. W. Tozer, ¿Qué le ha sucedido a la adoración?, donde el autor hace una severa crítica a las iglesias de su época por haber perdido de vista el verdadero significado de la adoración y haber caído en una frialdad espiritual. En portugués, hay una traducción del alemán, Celebrando o amor de Deus. O despertar para um novo culto (2000), de Klaus Douglass, que está dirigida a no pastores. ¿Por qué a no pastores? Porque, según el autor, los cultos los dirigen los laicos. Su tesis es simple: cuanto más profunda sea la experiencia del amor de Dios en las vidas de estas personas, más avivados serán los cultos que ellos dirijan. En este sentido, Douglass afirma que cada creyente puede contribuir para que el culto se convierta en una celebración inspiradora.

      Ahora bien, sobre esa base, queremos explorar dos hipótesis. La primera es que todo este fenómeno de la renovación de la alabanza ha creado un estilo de culto que ha acelerado la desaparición de las fronteras deno­minacionales en el mundo evangélico, haciendo que los creyentes pierdan su identidad y, por tanto, también su fidelidad a la iglesia local. Esto ha dado lugar a lo que los estudiosos ahora llaman “migración religiosa”, refiriéndose al flujo continuo de creyentes que se trasladan de una iglesia a otra sin aparentes razones de peso. Si bien antes se hablaba de migración religiosa para describir el éxodo de los fieles católicos hacia las iglesias evangélicas y otras confesiones (Pérez Guadalupe 2004: 43), hoy en día este mismo fenómeno ocurre dentro del mundo evangélico, donde muchos creyentes dejan sus congregaciones para irse a otras más grandes atraídos por sus cultos “avivados” y la variedad de “ministerios” que ofrecen.

      La segunda hipótesis se relaciona con la forma del culto evangélico. Los que dirigen los servicios, a quienes también se les llama “adoradores” —me pregunto, y ¿qué es el resto de la congregación?—, parecería que no tienen problemas de incorporar elementos especialmente de la cultura mediática que pudieran estar afectando el sentido y naturaleza misma del culto. Sin duda, el propósito aquí es hacerlo más atractivo con el fin de ganar a otros para Cristo. Pero también creo que esto se debe a que, por lo general, quienes dirigen la alabanza son músicos y gente talentosa que cantan y se desplazan histriónicamente bien en la plataforma, pero que carecen de una forma­ción teológica que les permita discernir qué