los himnarios, el púlpito, la mesa de la comunión y, sobre todo, la cruz.
_______________
9 Ver el capítulo “Cantos comunes de algunas iglesias” (Valle 1972), donde Pablo Sosa analiza algunos himnarios y llega a la conclusión de que no había todavía una himnología propia en nuestro continente.
10 Valga mencionar el Cancionero abierto publicado por isedet, y la colección Corazón y voz, de los bautistas, que apareció en las décadas de 1970 y comienzos de 1980. Hoy, el himnario Celebremos su gloria (Texas: Celebremos / Libros Alianza, 1992) es quizás uno de los pocos que se ha preocupado de incorporar temas de autores latinos.
Capítulo 3
Cambios en el culto en América Latina
En el culto actual, la reverencia y otros elementos del culto cristiano casi han desaparecido.
El culto en las iglesias latinoamericanas ha pasado por diversas etapas de cambio que empiezan a ocurrir con mayor notoriedad desde la década de 1960, cuando Evangelismo a Fondo11 y la radio hcjb12 de Quito, Ecuador, realizan una fuerte actividad en nuestro continente, anticipando así una especie de “globalización” en el mundo evangélico.
Cambios
◆ 1960: Tradicional
◆ 1970: Contemporáneo
◆ 1980: Televisivo
◆ 1990: Renovado
Década 1960: Culto tradicional
En esta década, la Biblia y el himnario todavía definían bien la identidad y tradición evangélica latinoamericana. Por un lado, la Biblia es la suprema autoridad en materia de fe, doctrina y conducta cristiana personal y congregacional. El creyente iba al culto con la Biblia, la “espada”, bajo el brazo —referencia de identidad anti-católica— porque es “su arma de defensa cuando otros se burlan o descalifican su fe, y de conquista, cuando da su testimonio y lo rubrica: ‘lo dice Dios en su Palabra’; y es la respuesta a sus dilemas, cuando abre la Biblia sin mirar y le salta a la vista el texto que responde a su necesidad o problema inmediato; es la que le da un lenguaje para alabar al Señor, para orar, para dar su testimonio” (Míguez Bonino 1995: 76).
Por su lado, el himnario cumplió un papel de “construcción de fronteras”, como dicen los sociólogos. Estas fronteras religiosas, antes que dividir, daban identidad denominacional, pues uno podía identificar claramente a qué iglesia pertenecía un creyente tan sólo mirando su himnario. Por años, en los cultos sólo se cantaban himnos, pero, a partir de esta década, comienza a popularizarse un nuevo estilo musical llamado “coritos”, que Manuel Bonilla, Leslie Thompson, Bruce del Monte y otros músicos empezaban a promover en América Latina a través de la radio hcjb y otras emisoras locales.
El corito era una pieza musical corta comparada con el himno clásico (de ahí su nombre), escrita generalmente por autores latinos, quienes, en la gran mayoría de casos, prefirieron quedarse en el anonimato13. La letra de los coritos era más testimonial que doctrinal, y tenían música y ritmo pegajosos haciéndolos fáciles de memorizar y cantar. El hecho de que no estuvieran escritos, hizo que se propagaran oralmente de iglesia en iglesia sin casi importar la denominación, escapando así del control del liderazgo conservador, receloso en preservar sus propios distintivos denominacionales. Pero cuando ellos detectaban ciertos rasgos particulares, especialmente de la iglesia pentecostal, entonces retocaban un poco las letra para admitirlos en sus congregaciones. Esto sucedió, por ejemplo, con el corito Ardiendo en fuego, que se modificó en una línea de la segunda estrofa para poderse cantar en iglesias no pentecostales (la línea modificada aparece entre corchetes).
Ardiendo en fuego mi alma está,
Gloriosa llama me limpiará,
Oh, aleluya, mi alma ardiendo está.
Oh, Señor, quiero que ardas en mi ser,
Como la zarza quiero arder con tu poder.
En nuevas lenguas quiero hablar como señal
[A los perdidos ganaré como señal],
Que estoy ardiendo con el fuego celestial.
Quiero alabarte y adorarte sólo a Ti,
Como se adora en espíritu y en verdad.
Oh, Señor, quiero que ardas en mi ser,
Como la zarza quiero arder con tu poder.
La influencia de los coritos, pronto se hizo sentir en el culto. La congregación los cantaba acompañándolos con las palmas, panderetas y otros instrumentos musicales más nuestros, porque, al no estar escritos en partituras, los organistas no podían tocarlos. Esto hizo que los creyentes cantaran los coritos llevando el ritmo con sus cuerpos y rompiendo así la rigidez de la liturgia que hasta ese entonces había caracterizado a las iglesias no pentecostales. De su incursión en los cultos, los coritos luego pasaron a formar parte de los himnarios, aunque a manera de apéndice, tal como se puede observar en las ediciones publicadas en la década de 1970 de Himnos y cánticos del evangelio, Himnos de la vida cristiana entre otros. Durante la década siguiente, se popularizarían mucho más aún, haciendo que muchos viejos himnos perdieran vigencia.
Década 1970: Culto contemporáneo
En esta década, la iglesia experimenta la influencia de dos corrientes que se dieron en América Latina. Por un lado, la del Movimiento de Renovación Carismático, que afectó prácticamente todo el Cono Sur14, y por otro, la de un fuerte nacionalismo que buscaba rescatar los valores culturales autóctonos de la región, en parte porque en esta década prácticamente todos los países latinoamericanos estaban bajo dictaduras militares.
Las iglesias, entonces, empiezan a cantar más himnos y coros de autores latinos que cancioneros como Corazón y vida y el Cancionero abierto (ambos publicados en Argentina) daban a conocer en sus ediciones. Además, tal vez por primera vez, las iglesias se animan a incluir cantos con melodías autóctonas en sus servicios. Algunos grupos folclóricos, como el Trío Mar del Plata de Argentina, Oasis de Chile, y Kerygma del Perú, ayudan a cambiar la concepción del uso de la música folclórica en la adoración y la evangelización. De esta manera, surgen muchos conjuntos musicales juveniles, los cuales terminaron desplazando a los dúos, tríos y cuartetos de los años pasados.
En un sentido, los cultos experimentan un cambio, pues buscan más participación de la gente, son más espontáneos, informales y, por lo tanto, un poco más largos. Asimismo, ahora usan más música moderna, acompañada con batería, bajo y guitarras eléctricas, algo nunca visto hasta ese entonces. A nivel de juventud, se comienza a sentir la influencia de los coros traducidos del inglés, como “Miro astros que mi Dios creó” (He´s Everything to Me)15, de Ralph Carmichael, o “A Dios sea la gloria, de Andrae Crouch (My Tribute o To God Be the Glory)16. Muchos de estos coritos fueron bastante populares; así ocurrió, por ejemplo, con “Una mirada de fe” y “No hay Dios tan grande como Tú”. El hecho de que el órgano —instrumento “oficial” en las iglesias en esos días— no se prestara tanto para tocar los coritos, llevó a que los jóvenes más y más tocaran la guitarra en los cultos (aun cuando en forma muy limitada, porque en muchos círculos