MIguel A. Palomino

¿Qué le pasó al culto en América Latina?


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panorama descriptivo y crítico de lo que ha sido el culto evangélico en las cuatro últimas décadas, centrándome en lo que se conoce hoy como el culto renovado, a fin de desarrollar la primera hipótesis. Puesto que el culto contemporáneo no se puede entender sin referencia a nuestro pasado protes­tante, miraré brevemente los modelos litúrgicos que nos trajeron los misioneros tanto de Europa como de Estados Unidos, para finalizar luego con un esbozo de una teología bíblica del culto que llevará a la segunda hipótesis. Mi esperanza es que esto sirva como marco teológico para entender la forma y naturaleza de la adoración a Dios en el contexto del culto cristiano.

      Al hablar del culto, no puedo evitar mencionar la palabra “liturgia”, que no es de uso común en las iglesias. Wikipedia, la enciclopedia libre de Internet, define liturgia como ‘la forma con que se llevan a cabo las ceremonias en una religión determinada’. Son las religiones las que reglamentan el modo en que se debe efectuar el culto público, especialmente en los templos. Liturgia, entonces, entendida de esta manera, más convencional que teológica, describiría lo que los cristianos evangélicos hacemos cuando nos congregamos como iglesia para cantar, orar, predicar, y participar de la comunión juntos como familia de Dios. En este trabajo, usaré el término liturgia en el sentido mencionado.

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      Capítulo 2

      El culto evangélico en América Latina

      Fue quizás el fenómeno llamado “renovación de la alabanza”, a mediados de la década del 80, el que cambió por completo la música congregacional de las iglesias.

      Para entender la vida cultual de las iglesias latino­americanas en este vasto territorio que va desde Cabo de Hornos, en Chile, hasta Río Grande en México, es necesario tener en cuenta las tres corrientes protestantes que llegaron hasta nuestro continente.

      Corrientes

      ◆ Iglesias de “transplante”

      ◆ “Movimiento de fe”

      ◆ Movimiento pentecostal

      La primera fue el protestantismo que entró con los inmi­grantes europeos en el siglo xix, quienes se asentaron mayormente en Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. En sus cultos, ellos no sólo conservaron su idioma natal, sino que también siguieron practicando las mismas formas litúr­gicas que usaban en sus respectivos países. Con el paso de los años y el nacimiento de nuevas generaciones, aquellas iglesias de inmigrantes, también llamadas de “trasplante”, poco a poco fueron quedando aisladas dentro del resto de la sociedad. Este fenómeno se observa fácilmente en la zona del Río de la Plata, donde, según Ronald Maitland, estas iglesias “han descubierto que sus propias liturgias no responden a las necesidades y exigencias de la cultura rioplatense [...] y buscan la manera de hacerlas más relevantes” (Valle 1972).

      La segunda corriente llegó con los misioneros ingleses y norteamericanos que provenían del “Movimiento de fe” (Faith Movement) también del siglo xix. Su énfasis estaba en el pietismo, la conversión individual como crisis emocional, la centralidad de la Biblia, y el poco compromiso de los creyentes con el mundo exterior. Naturalmente, esta forma de entender la vida cristiana también se reflejó en la forma de culto que desarrollaron, donde el uso de himnos con temas testimoniales y el fuerte impulso de la predicación, buscaba más la evangelización de la gente que la instrucción de los creyentes en un espíritu correcto de adoración a Dios.

      La tercera corriente llegó con el movimiento pente­costal de comienzos del siglo xx, que trajo consigo su propia cosmovisión traducida en sus cantos y formas de cele­brar el culto, que usualmente incluía hablar en lenguas y ora­ción por sanidad de enfermos. Quizás, a diferencia de la segunda corriente, las iglesias pentecostales se mostraron desde un inicio abiertas a innovar en el culto y particular­mente con la música, pues introdujeron coros con melodías autóctonas que iban muy bien con su forma espontánea de adoración, donde el uso de panderetas y otros instru­mentos folclóricos era aceptado sin mayores problemas.

      Pero fue quizás el fenómeno llamado “renovación de la alabanza” el que cambió por completo la música congregacional. Comenzó a mediados de 1980 dentro de las iglesias independientes de corte neopentecostal y carismático, y continúa hasta hoy. Si bien esta modalidad, que se inició con músicos connotados como Marcos Witt, Juan Carlos Salinas y otros, ha hecho posible que las iglesias evan­gélicas de la región canten los mismos coros, en la misma escala musical y aun con los mismos arreglos musicales, es fácil observar que el culto ahora refleja uniformidad musical, que no es lo mismo que unidad en un mismo espíritu de adoración. El culto dominical se ha convertido así en un espacio de entretenimiento donde