«eso era entonces y esto es ahora», en lugar de revivir la historia una y otra vez.
Durante cien años o más, todos los manuales de psicología y de psicoterapia han sugerido que el hecho de hablar sobre los sentimientos angustiantes puede resolverlos. Sin embargo, como hemos visto, la propia experiencia del trauma se entromete en nuestra capacidad de hacerlo. Por mucho conocimiento y comprensión que desarrollemos, el cerebro racional es básicamente incapaz de sacar al cerebro emocional de su realidad hablando. Siempre me impresiona ver lo difícil que es para las personas que han sufrido algo indescriptible transmitir la esencia de su experiencia. Para ellas, es mucho más fácil contar lo que les han hecho (contar una historia de victimización y venganza) que darse cuenta, sentir y poner palabras la realidad de su experiencia interna.
Nuestros estándares revelaron que su terror persistía y que podía verse desencadenado por múltiples aspectos de su experiencia diaria. No habían integrado su experiencia en el flujo continuo de su vida. Seguían estando «allí» y no sabían cómo estar «aquí», totalmente vivos en el presente.
Al cabo de tres años de haber participado en nuestro estudio, Marsha vino a verme como paciente. La traté con éxito con la EMDR, descrita en el capítulo 15.
PARTE 2
ASÍ ES NUESTRO
CEREBRO BAJO
EL TRAUMA
CAPÍTULO 4
CORRER PARA SALVAR LA VIDA:
ANATOMÍA DE LA SUPERVIVENCIA
Antes de la aparición del cerebro, no había ni color ni sonido en el universo, ni había sabores ni aromas y probablemente pocas sensaciones y nada de sentimientos ni emociones. Antes de los cerebros, el universo tampoco conocía el dolor ni la ansiedad.
–Roger Sperry1
El 11 de septiembre de 2001, Noam Saul, de cinco años, fue testigo de cómo el primer avión de pasajeros se estrellaba contra el World Trade Center desde las ventanas de su clase de primer curso en la escuela PS 234, a menos de 450 metros de distancia. Él y sus compañeros corrieron con su maestra por las escaleras hasta el vestíbulo, donde la mayoría se encontraron con sus padres que acababan de dejarlos en la escuela unos minutos antes. Noam, su hermano mayor y su padre fueron tres de las decenas de personas que corrieron para salvar la vida a través de los escombros, las cenizas y el humo del Bajo Manhattan esa mañana.
Al cabo de diez días visité a su familia, que son amigos míos, y esa tarde sus padres y yo fuimos a caminar por la espeluznante oscuridad del hueco todavía humeante en el que se levantaba antes la Torre 1, abriéndonos paso entre el personal de rescate que trabajaba sin descanso bajo intensos focos. Cuando volvimos a casa, Noam seguía despierto, y me enseñó un dibujo que había hecho el 12 de septiembre a las 9 de la mañana. El dibujo representaba lo que había visto el día anterior: un avión estrellándose en la torre, una bola de fuego, bomberos y personas saltando de las ventanas de la torre. Pero en la parte inferior había dibujado algo más: un círculo negro al pie de los edificios. No tenía ni idea de lo que era, así que le pregunté. «Una cama elástica», me respondió. ¿Qué hacía allí una cama elástica? Noam me explicó: «Para que la próxima vez que la gente tenga que salvarse no haya peligro». Me quedé sorprendido. Ese niño de cinco años, testigo de un caos y de un desastre indescriptibles solo veinticuatro horas antes de hacer ese dibujo, utilizó su imaginación para procesar lo que había visto y seguir adelante con su vida.
Noam era afortunado. Toda su familia había salido indemne, había crecido rodeado de amor y era capaz de comprender que la tragedia de la que habían sido testigos había llegado a su fin. Durante los desastres, los niños suelen seguir la pista de sus padres. Si sus cuidadores permanecen tranquilos y responden a sus necesidades, suelen sobrevivir a terribles incidentes sin sufrir cicatrices psicológicas graves.
Pero la experiencia de Noam nos permite ver dos aspectos críticos de la respuesta adaptativa a la amenaza que es básica para la supervivencia humana. Cuando se produjo el desastre, fue capaz de adoptar un papel activo escapando de él, convirtiéndose así en un agente de su propio rescate. Y una vez que alcanzó la seguridad de su hogar, las alarmas de su cerebro y su cuerpo se apagaron, lo cual le permitió liberar su mente para comprender qué había sucedido e incluso imaginar una alternativa creativa a lo que había visto, una cama elástica para salvar vidas.
Dibujo de Noam (5 años) creado después de presenciar el ataque del 11 de septiembre del World Trade Center. Reprodujo la imagen que torturó a tantos supervivientes (gente saltando para escapar del infierno), pero añadió algo para salvar vidas: una cama elástica al pie del edificio derrumbado.
A diferencia de Noam, la gente traumatizada permanece atascada y su crecimiento se detiene al no poder integrar las nuevas experiencias en su vida. Me emocionó mucho que los veteranos del ejército de Patton me regalaran un reloj de la II Guerra Mundial, pero era un recuerdo triste del año en el que sus vidas se detuvieron de manera efectiva: 1944. Estar traumatizado significa seguir con tu vida como si el trauma siguiera, invariable e inmutable, ya que cada nuevo encuentro o acontecimiento está contaminado por el pasado.
El trauma afecta todo el organismo humano (el cuerpo, la mente y el cerebro). En el TEPT, el cuerpo sigue defendiéndose de una amenaza que pertenece al pasado. Superar el TEPT significa ser capaz de poner fin a esta movilización continuada del estrés y restaurar todo el organismo para que se sienta seguro.
Tras el trauma, el mundo se vive con un sistema nervioso diferente. Ahora, la energía del superviviente se centra en eliminar el caos interno, en detrimento de vivir espontáneamente su vida. Estos intentos por controlar unas reacciones fisiológicas insoportables pueden dar como resultado toda una serie de síntomas físicos como la fibromialgia, la fatiga crónica y otras enfermedades autoinmunes. Ello explica por qué es crítico que el tratamiento de los traumas englobe todo el organismo: el cuerpo, la mente y el cerebro.
ORGANIZADO PARA SOBREVIVIR
La ilustración de la página 57 muestra la respuesta de todo el cuerpo a la amenaza.
Cuando el sistema de alarma del cerebro se dispara, automáticamente desencadena unos planes de huida física preprogramados en las partes más antiguas del cerebro. Como en otros animales, los nervios y las sustancias químicas que componen nuestra estructura cerebral básica están conectados directamente con nuestro cuerpo. Cuando el cerebro antiguo toma el mando, apaga parcialmente el cerebro superior, nuestra mente consciente, y prepara el cuerpo para correr, esconderse, luchar o, en ocasiones, quedarse paralizado. Para cuando somos totalmente conscientes de nuestra situación, nuestro cuerpo puede que ya esté en movimiento. Si la respuesta de lucha/huida/paralización sale bien y escapamos del peligro, recuperamos nuestro equilibrio interno y gradualmente «recuperamos los sentidos».
Si, por alguna razón, la respuesta normal se bloquea (por ejemplo, cuando la gente se encuentra retenida, atrapada o impedida para llevar a cabo una acción efectiva, ya sea en una zona de guerra, un accidente de tráfico, violencia doméstica o una violación), el cerebro sigue secretando sustancias las químicas del estrés y los circuitos eléctricos del cerebro siguen encendiéndose en vano.2 Mucho después de suceder el acontecimiento en cuestión, el cerebro puede seguir enviando señales al cuerpo para que escape de una amenaza que ya no existe. Desde al menos 1889, cuando el psicólogo francés Pierre Janet publicó el primer artículo científico sobre el estrés traumático,3 se ha reconocido que los supervivientes de traumas tienden a «continuar la acción, o intentan (inútilmente) realizar la acción que empezó cuando el acontecimiento se produjo».