Antonio Vélez

Homo sapiens


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inferir, a partir del estudio de una población, en este caso la formada por las parejas de mellizos de toda clase, sumada a las de niños adoptivos y propios, qué parte de la varianza observada es atribuible a los factores genéticos, parte llamada “heredabilidad”, qué parte a los factores ambientales o culturales, y qué parte a otros factores, entre los cuales está el ubicuo azar.

      No sobra aclarar la diferencia entre lo “heredado” y lo “heredable”. Todos los rasgos que dependen de los genes son heredados, pero el término “heredable” es más restrictivo (y desafortunado), pues se refiere a la proporción de diferencias individuales en el rasgo que se estudia, atribuible a diferencias genéticas entre los individuos. La heredabilidad no se aplica a individuos; solo se utiliza para poblaciones. Por ejemplo, es erróneo decir que la capacidad atlética de un ciclista se debe en un 30% a sus genes y en un 70% a su ambiente. En cambio, en un ejemplo imaginario, tendría sentido una afirmación como “El 60% de la variación en el rendimiento de los maratonistas kenianos se debe a su herencia, y el 40% a su ambiente”.

      La pentadactilia es un buen ejemplo de una característica heredada y a la cual no se le aplica el concepto de “heredabilidad”, salvo casos muy raros y accidentales, pues lo normal es que no haya diferencias entre individuos. Si una característica humana evolucionó para una función específica, se espera que muestre pequeñas diferencias entre las personas, pues la selección natural debió haber eliminado las variaciones que no se adaptaron. Este es el caso también de la arquitectura ósea del Homo sapiens, universal que permite que existan los ortopedistas. E igual ocurre con la arquitectura cognitiva, otro universal que nos autoriza a hablar de la unidad síquica de la humanidad y que permite que subsistan los sicólogos.

      Otra herramienta de estudio es la “correlación”, coeficiente que nos indica el grado de ligazón que existe entre dos variables. Un coeficiente cercano a la unidad significa que las dos variables están estrechamente relacionadas; cercano a cero, que las dos variables son muy independientes. Un alto grado de correlación nos permite, entonces, cada vez que la primera variable tome un valor notable, apostar a que la otra también lo va a hacer. Por ejemplo, si existe un alto grado de correlación entre el rendimiento atlético y las horas de práctica, entonces cada vez que sepamos que un atleta se ha preparado a consciencia podremos apostar, con buenas esperanzas de ganar, que su rendimiento será alto.

      Con las herramientas descritas y otras brindadas por la estadística, los investigadores del comportamiento han llegado a un resultado más que sorprendente, que se puede enunciar por medio de tres leyes: 1) Todos los rasgos importantes del comportamiento humano son heredables; 2) El efecto de ser criado en la misma familia es mucho más pequeño que el efecto de los genes que portamos (mientras que este último se apropia del 50% de la varianza, el primero no llega al 10%); y 3) Una parte sustancial de la variación en los rasgos de comportamiento del hombre no guarda relación con los efectos de los genes ni de la crianza. Por ahora están en el limbo, o metidos en esa bolsa grande donde disimulamos nuestra ignorancia, llamada azar.

      Las conclusiones generales son claras e inesperadas. En cuanto a los factores que definen la personalidad, los hereditarios o genéticos son notables, mientras que los de crianza son muy pequeños, salvo que la crianza se salga de todo lo normal; en otras palabras, en buena parte la personalidad es un rasgo heredado de nuestros padres y bien poco del medio cultural en que crecemos. Por eso alguien decía que los mellizos han probado que “nosotros no nos volvemos, sino que somos”. Ridley (2003) compara la crianza con la vitamina C: “Usted la requiere o se enferma, pero una vez que la consume, el exceso no lo hace más saludable”. El otro resultado notable es que una parte nada despreciable de la personalidad se debe a factores desconocidos, pero sospechamos que allí puede estar escondido el entrometido azar. Por último, mientras más igualitaria sea una sociedad, más parecidos serán los efectos ambientales y, por tanto, más influencia relativa tendrán los genes en la personalidad de los individuos.

      Se sabe muy bien que en las familias numerosas los hermanos exhiben una amplia gama de personalidades, lo que no podría suceder si la crianza tuviera el papel unificador que defienden los ambientalistas. Más aún, si estos tuvieran razón, podríamos predecir las personalidades de los hijos. La verdad es que modelan más a los niños sus amigos que sus padres; el lenguaje y el acento, por ejemplo, se parecen más al de los compañeros que al de los padres. Es bien conocido que los niños de inmigrantes adquieren perfectamente el lenguaje de la tierra donde viven, siempre que compartan la vida con nativos. Y en algunos aspectos, como en la delincuencia o el hábito de fumar, la parte faltante de la varianza puede explicarse como una interacción entre los genes y los compañeros: adolescentes inclinados a la violencia tienden a volverse violentos solo en vecindarios violentos; aquellos que son vulnerables a la adicción al tabaco se convierten en fumadores si los compañeros lo son.

      Un estudio riguroso realizado en la Universidad de Minnesota, con parejas de mellizos, arrojó los siguientes resultados: en intereses religiosos, actitudes y comportamiento, los factores genéticos representaron el 50% de la influencia; en extroversión, amabilidad y grado de consciencia, la heredabilidad fue del 41%; en constancia o tesón, fue de 65%; en autoritarismo, fue de 62%; mientras que en intereses ocupacionales fue nulo. En cuanto al coeficiente intelectual o ci, para los mellizos idénticos criados en hogares diferentes el coeficiente de correlación fue alto: 0,76; para mellizos idénticos, criados juntos, fue aun más alto: 0,86; para mellizos fraternos criados conjuntamente, fue de 0,55; para hermanos biológicos, fue de 0,47; para padres e hijos que vivían juntos, fue de 0,40; y de 0,31 para padres e hijos que vivían separados; para niños adoptados que se habían criado juntos fue nulo y también resultó nulo para personas sin parentesco y que se habían criado separadas. El estudio también mostró una notable incidencia de los genes en autismo, esquizofrenia, fobias y neurosis, lo que antes se creía consecuencia de traumas emocionales o de problemas durante la crianza.

      John Loehlin y Robert Nichols (1976) analizaron una muestra compuesta por 514 parejas de mellizos idénticos y 336 de fraternos. Los resultados del estudio revelaron que los gemelos idénticos poseían un notable parecido

      en habilidad numérica, fluencia verbal, memoria, habilidad espacial y perceptual, habilidad sicomotora, introversión y extroversión y, en general, en la mayoría de las características sicológicas medibles. Y los mellizos idénticos criados en ambientes diferentes mostraron —para desespero de los ambientalistas—, un parecido sicológico aun mayor que el de aquellos criados en la misma familia. Otros estudios (Gallagher, 1986) sobre la depresión y su relación con la deficiencia en serotonina han revelado que entre mellizos idénticos, si uno de ellos padece depresión, la probabilidad de que el otro también la padezca oscila entre 0,4 y 0,7, mientras que si se trata de mellizos fraternos, dicha probabilidad cae entre 0 y 0,13.

      La figura 5.3 muestra a unos trillizos idénticos.

      Figura 5.3 Trillizos idénticos, tres fotocopias del mismo genoma

      La validez de las observaciones anteriores se ha podido comprobar en todos, absolutamente todos los estudios realizados con parejas de mellizos, en Estados Unidos y en Europa. Se ha encontrado que la inteligencia general, la personalidad y otros rasgos muestran un alto grado de heredabilidad. También ocurre lo mismo con la habilidad lingüística, la religiosidad, la liberalidad, la apertura a nuevas experiencias, la extroversión-introversión y la simpatía. Asimismo, ocurre con algunas debilidades: la dependencia a la nicotina y al alcohol, la adicción a la televisión, los temores y la inestabilidad matrimonial y laboral. En asuntos sexuales, se repitió la historia de la alta heredabilidad en intensidad de la sexualidad, el comienzo de la vida sexual y las disfunciones sexuales.

      Un caso notable fue el de los siameses Chang y Eng (los siameses son mellizos idénticos), hijos de padres chinos, pero nacidos en 1811, en Siam (de ahí el nombre de “siameses”). Los dos hermanos estuvieron unidos hasta la muerte por la parte inferior del pecho a través de una estrecha banda por la cual se comunicaban sus hígados. Se casaron con dos hermanas y tuvieron entre todos veintiún hijos. Chang y Eng tenían temperamentos y gustos gastronómicos diferentes, lo que constituye una rara excepción entre mellizos idénticos (no se crea que esto contradice la tesis de alta heredabilidad